“Profanador de recuerdos”, una novela juvenil de ciencia ficción ecuatoriana

Profanador de recuerdos (Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2016) de Oliver Vera Barberán es una novela de ciencia ficción juvenil, además ópera prima de su autor, un joven que intenta entrar al campo literario con una edición destinada al público de su generación.

Profanador de recuerdos oscila entre el thriller y la novela de aventura. El mundo imaginado es el de un futuro próximo en el que un virus, con la consecuente enfermedad, está transformando a los seres humanos en especie de “no-muertos”, tal como el autor postula, es decir, individuos a los que el mal les quita su identidad, su yo interior, volviéndolos manipulables. Ese mundo, por lo tanto, se ha tornado apocalíptico y lo que vive la población es un ambiente de terror toda vez que los no-muertos se encargan de irradiar el virus, contaminar a quienes tocan, además de matar. Pronto nos damos cuenta de que hay toda una organización que ha sembrado el virus cuyo propósito es transformar la humanidad para sus fines protervos. Y aunque este es el ambiente, hay pocos humanos, entre ellos unos adolescentes, que tienen los anticuerpos necesarios y cierta vitalidad para enfrentar el mal. Estos claramente formarán parte de un cuerpo cuasi militar que sale a dar cara a los no-muertos y a la organización. La idea es llegar al “cerebro” de toda la organización para detener la amenaza.

La novela de Vera Barberán se torna actual dadas las anotaciones anteriores, aunque en su obra no hay la señalación a alguna cuarentena y el desarrollo de una vida a medias en el mundo que figura. Lo que sí es evidente en la obra es la presencia de una guerra bioquímica o biológica sembrada en el mundo que pervierte el orden natural de las cosas y la vida misma. Lo que percibimos es un mundo posible donde las condiciones han cambiado y hay dos bandos, unos, algo así como zombis, que se van contaminando y replicando, y los otros, formado por guerreros cuya finalidad es tratar de restaurar lo que se ha perdido, a sabiendas que eso es casi imposible. La escena apocalíptica que prevalece en Profanador de recuerdos es oscura, desesperanzadora en cierta medida, que implica el cambio de un mundo en otro.

Si es que hay que reconocer algo en la novela de Vera Barberán es el carácter descriptivo del ambiente de guerra que se ha cernido sobre la Tierra. Claro está que el autor ecuatoriano sitúa la acción en Norteamérica y sus referentes se parecen a los de alguna película juvenil, con buenos y malos, cuyos personajes salen y se pierden del liceo que otrora era el ambiente de estudios, de conversaciones y de amistades. Aceptemos este contexto para el desarrollo de la historia para hacerla, si se quiere, más universal o querer captar lectores más globales. Pero digamos que tal carácter descriptivo hace que, aunque la novela gane en acción, pierda en desarrollo de personajes, en idear el mundo apocalíptico como uno más sólido y más convincente, en denotar la tensión social o cultural que podría existir en tal mundo. Incluso, si es que se quisiera ver una novela que suponga el crecimiento de sus personajes, adolece de tal sentido y, por lo tanto, se constata la falta de algún propósito moral.

De acuerdo con lo señalado, se podría decir que hay un halo en Profanador de recuerdos que recuerda a la novela Starship Troopers (1960) de Robert A. Heinlein, sin descontar la película noventera del mismo nombre dirigida por Paul Verhoeven; además de Soy leyenda (1954) de Richard Matheson y la consecuente película de Francis Lawrence de 2007; y, en otro caso, no sé si por coincidencia, o no, por el año de escritura, en la novela de Vera Barberán casi resuena cierto ambiente y personajes de Stranger Things de los hermanos Matt y Ross Duffer, serie de televisión que fue puesta en pantalla desde julio 2016. Independientemente de tales posibles evocaciones en cuanto a los argumentos y sus desarrollos, Profanador de recuerdos se nota que tiene muchos saltos argumentales que desmerecen su contenido. Quizá lo que pudo ser un thriller con cierta profundidad temática, solo se queda en una novela que entretiene por los entreveros de la acción. Es posible que la portada de la novela diga más que su propio contenido, ya que evoca un mundo en el que el tiempo vital se ha detenido.

Hay que reconocer, con todo, que Profanador de recuerdos es una novela que parece ofrecer una continuidad; esperemos que sea así. Por otro lado, si bien la edición de la Casa de la Cultura Ecuatoriana está cuidada –aunque se escapan ciertos errores tipográficos–, su formato, su diagramación, ayudan a la lectura. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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