La columna del invertebrado: La sustancia hace al horror irresistible

 

Sin duda, uno de los éxitos cinematográficos de este año es “La sustancia” de Coralie Fargeat. Con un costo de 17,5 millones de dólares, ha logrado recaudar más de 43 millones, según la web Box Office Mojo. Los críticos de Rotten Tomatoes le otorgan un 90% de aprobación y el público un 74%.  Además su puntuación en IMDB es de 7.5 sobre 10.  

Cuando me enteré de la existencia de “La sustancia” en julio de este año, después de que Coralie Fargeat ganara por guion en el Festival de Cannes, sinceramente no sentí urgencia por verla. Sabía que era un film de horror, y aunque es un género que consumo con regularidad, suelo ver películas sin apuro, tratando de disfrutarlas a mi ritmo, como hago con los libros. Soy enemigo del binge-watching y lucho contra el síndrome FOMO (Fear of Missing Out), porque creo que al atiborrarse de contenido, uno no disfruta nada y todo termina siendo intrascendente.

Durante octubre, “La sustancia” se volvió un fenómeno en las redes sociales. Todos hablaban maravillas de ella y especulaban que podría ser nominada a los premios de la Academia. Me propuse verla, queriendo entender cómo una película de horror había captado el interés de quienes rechazan este género o incluso lo consideran menor.

 

Todos quieren una dosis de la sustancia. Especulando por qué.

Los derechos de distribución de “La sustancia” le pertenecían a Universal. Al ver que tenían entre manos una película de horror explicita y grotesca con clasificación R (Restricted), probablemente pensaron que no generaría grandes ingresos. Esto tiene sentido, ya que el público objetivo sería un grupo reducido de adultos fieles al género. El resultado de este razonamiento llevó a Universal a vender los derechos de distribución a MUBI.

MUBI acogió a “La sustancia” para colocarla en su catálogo como cine arte, como lo podría haber considerado las productoras A24 o Neon, entendiendo la película de una manera diferente. El valor de “La sustancia” no puede equiparse a sus litros de sangre o sus kilos de deformidades. Es un error habitual clasificar todo el cine o la literatura de horror como un festín de violencia o un circo de fenómenos. Por supuesto, existen propuestas destinadas a la diversión catártica, pero “La sustancia” no es el caso.

 

Nos enamoramos de lo atractivo

Visualmente “La sustancia” es una maravilla. La dirección incluye claros homenajes en sus encuadres y propuesta visual a Stanley Kubrick (The Shining – 1980 y 2001: odisea del espacio – 1968), David Cronenberg (La mosca – 1986) y John Carpenter (La cosa – 1982). El montaje tampoco pasa desapercibido, logrando una narrativa dinámica, como lo exigen estos tiempos de déficit de atención y que nos remite a las propuestas de Guy Ritchie (Snatch – 2000) o Tony Scott (Beat de The devil – 2002). En este punto, tampoco considero negativos estos homenajes o técnicas visuales; creo que demuestran la importancia de nutrirse de productos creativos para tener referentes presentes en nuestra mente, listos para surgir al desarrollar nuestras propias propuestas.

Los efectos de maquillaje en “La sustancia” (en su mayoría prácticos, sin la desmesura del CGI del que sufre el cine contemporáneo) logran ser incómodos de ver, y quizás más de un espectador se ha tapado los ojos. Quizás dudaron en seguir viendo la película, pero muchos llegaron al final, porque querían saber cómo terminaría. Una de las claves del éxito de la película podría ser que lo grotesco no es el fin, sino el medio para lograr algo mayor.

 

Analizando los componentes de la sustancia (Intentando evitar spoilers)

El argumento de la película trata sobre Elisabeth Sparkle, una ex estrella de Hollywood que, a sus cincuenta años, dirige un programa de televisión de rutinas de ejercicios, el cual es el centro de su vida. Harvey, su jefe y productor, quiere despedirla, ya que considera que los cambios físicos propios de la edad la hacen menos atractiva para los televidentes. Ante el riesgo de perder su mundo, Elisabeth Sparkle recibe un aceite, una solución de un misterioso laboratorio, que la ayudará a seguir brillando. Inyectarse esta sustancia le permitirá clonarse de forma casera, obteniendo un cuerpo rejuvenecido que podrá ocupar por periodos de tiempo. El fantástico fármaco funciona según lo prometido, pero Elisabeth pierde el control sobre su uso, mientras obtiene los beneficios que le brinda.

Desde mi punto de vista, la trama está bien trabajada. Los personajes se desarrollan con lógica, y cada uno deja claras sus intenciones y objetivos desde la introducción.

En la primera secuencia, Coralie Fargeat, la directora de la película, nos presenta a Elisabeth Sparkle mediante una estrella en el paseo de la fama en Hollywood que, al principio, es respetada por los transeúntes y con el tiempo pierde valor, siendo pisoteada. Luego vemos a Elisabeth dirigiendo su programa de aeróbicos, expuesta ante la cámara, pero iluminada de tal manera que sus arrugas son casi imperceptibles. Esto cambia a medida que avanza la película y la directora nos revela las huellas de la edad en la protagonista, como si ella misma se juzgara. Esto nos permite entrar en los pensamientos de Elisabeth sin necesidad de oírla.

Por otra parte, en las escenas en las que aparece Harvey, el productor del programa y quien podríamos considerar el antagonista, se muestra no solo como un hombre hipócrita, sino como alguien que consume todo lo que tiene a su alcance y luego lo desecha. Esto queda claro en la escena en la que despide a Sparkle en un restaurante, comiendo camarones grotescamente y escupiendo sus caparazones.

En cuanto a los giros de trama que propone “La sustancia”, podríamos decir que no son inesperados; sin embargo, la historia tiene un propósito mayor que el de sorprender con cambios bruscos de dirección. La secuencia de hechos sigue una lógica, cumpliendo con el objetivo de narrar la metamorfosis que sufre el protagonista y sus consecuencias, tal y como ocurre en la película “Limitless” (Neil Burger – 2011), donde el protagonista, Eddie Morra, amplifica su inteligencia gracias a la droga NZT, pero en poco tiempo empieza a sentir sus efectos secundarios.

Claro que hay mayores coincidencias con otras películas, como en “Death Becomes Her” (Robert Zemeckis – 1992) donde una sustancia y malas decisiones resultan en una terrible transformación corporal. También podemos encontrar una idea parecida en los episodios Feat of Clay: Part I y Part II de Batman: The Animated Series (Dick Sebast – 1992), en los que un actor de cine, tras un accidente, se vuelve adicto a una sustancia que oculta las deformidades de su rostro, pero el exceso lo transforma en una criatura abominable.

Mencionando estos ejemplos, los cuales se desarrollan en sus propios géneros, no quiero decir que “La sustancia” sea una copia de otras producciones. Las historias suelen repetirse en el cine e incluso en la literatura, pero la magia se encuentra en cómo son contadas. Además, si hay similitud entre todas estas producciones quizás sea porque hay algo que nos inquieta como sociedad y que aún no resolvemos.

 

Todos te van a amar

He leído y oído que “La sustancia” aborda la obsesión por la juventud y la belleza, y lo difícil que es para una mujer cumplir con los estándares de belleza impuestos por la sociedad; el envejecimiento y el olvido. Estoy de acuerdo, pero creo que hay otra manera de explicarlo, como ya lo hizo Coralie Fargeat en su cortometraje Reality+ (prototipo de “La sustancia”, con menos body horror y más optimismo). “La sustancia”, al igual que “Limitless” o los episodios “Feat of Clay”, nos habla del deseo de ser aceptados o queridos. Sea por el físico o el intelecto, depende de las herramientas que tengamos y cuánto estemos dispuestos a desarrollarlas. No en vano, en “La sustancia”, durante el pico de la fama de Sue (el alter ego de Elisabeth) y el momento más oscuro de Elisabeth, se repite la frase “Todos te van a amar”, que se convierte en una frase maravillosa o dolorosa, según el momento que vive el personaje.

 

El componente más importante en la sustancia

Creo que, además de los aciertos que he tratado de resumir en este artículo, el éxito de la película no está en el horror desmedido en pantalla. Lo que nos engancha a seguir mirando esta historia (que no solo se deforma en el aspecto visual, sino en lo argumental) es la conexión que establecemos con el drama del personaje.

En puntos clave de la historia queremos que Elisabeth Sparkle deje de hacerse daño usando equivocadamente los beneficios de la sustancia, pero no la juzgamos. La empatía propuesta por Coralie Fargeat en el guion está bien lograda, haciéndonos comprender que quizás nosotros también cometeríamos esos errores. Solo pensemos un momento en nuestras propias vidas: nos excedemos en las cirugías estéticas, el maquillaje que usamos, el papel exagerado que asumimos para mostrarnos en redes sociales, las bebidas que consumimos y tantas otras cosas que nos hacemos para que quienes nos rodean nos aprueben o nos quieran (de manera superficial, por supuesto). Cuando hacemos de esas transformaciones una obsesión podrían terminar por deformarnos, haciéndonos irreconocibles cuando queramos encontrar nuestro reflejo.

“La sustancia” no es una película de horror que se limita a ser un show de efectos especiales, ángulos de cámara delirantes y una edición acelerada como el scroll en una de nuestras visitas a una red social. Mediante un argumento fantástico, transmite mensajes que tienen la intención de acompañar al espectador fuera de la sala de cine. Quizás ese sea uno de los motivos de su éxito entre un público que no suele consumir el género de horror, o probablemente haya destacado gracias a una buena estrategia de marketing. Si esto último fuese cierto, tal vez solo soy alguien más que analiza la película de moda para tratar de parecer inteligente y lograr que quien lea este artículo me aprecie de alguna manera. Al final, todos queremos ser queridos y aceptados.

Te dejo el cortometraje “Reality+” de Coralie Fargeat para que lo disfrutes.
Nos vemos en la próxima Columna del Invertebrado

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