El escritor ecuatoriano Jorge Vivanco ha publicado en Milán-Italia una novela que bordea la ciencia ficción y lo fantástico. Esta se titula: Albanuma: la ciudad perdida (Ageebooks, 2015), la cual va por su segunda edición. Se trata de una obra escrita por un autor que trabajó en el cine ecuatoriano, siendo, probablemente el precursor del cine relacionado con la realidad de niños y adolescentes. Así, en el contexto del cine, Vivanco es recordado por los guiones de Chacón maravilla (1983) –dirigido por Camilo Luzuriaga– y Tequimán (1987), siendo este último dirigido por él. En la literatura tiene el libro de cuentos La luz de los milagros (Abrapalabra, Quito 1991). La novela, objeto del presente artículo, tiene como protagonistas a una pareja de niños/adolescentes en un mundo futuro posapocalíptico. Se puede observar, correlacionando su trabajo anterior, que a Vivanco le interesa el universo de niños y adolescentes.
Albanuma: la ciudad perdida, de este modo, es la historia de un niño y una niña que se encuentran tras la devastación del mundo actual conocido. Ellos son José y María. A José lo hallamos perdido en un extenso desierto, como si se hubiera despertado en un mundo distinto sin saber siquiera el por qué, munido de unas pocas cosas, entre ellas unas partituras. En su deambular desesperado se topa con María que, lo mismo que él, está también perdida, aunque con el deseo de ir a una montaña que se dice está llena de agua, secreto que su padre, en los momentos de agonía le habría indicado para salvarse del cataclismo. Hasta acá Vivanco introduce a los personajes, los perfila como seres que ignoran lo qué pasó, cuál es su destino, desconcertados por la situación que comparten, hecho que les vuelve solidarios. Y con ello nos pone en un escenario inquietante: todo es desierto, todo es soledad, todo es vientos o tormentas de arena…, es decir, estamos en algún lugar del planeta que además está plagado por unos seres mutantes, los “jauriyashkas”, los cuales se mueven escondidos bajo las arenas. Tales seres mutantes tienen la apariencia de escorpiones humanos monstruosos; muchos de ellos son gigantescos y peligrosos, aunque en cierta medida, en tanto, algunos recuerdan su origen, pueden no matar, como el caso del maestro de escuela de José a quien se le nota que está en un estado lamentable.
Se podría decir que como toda obra que tiene un desarrollo secuencial que ya contiene en sí un conflicto, Albanuma: la ciudad perdida se articula bajo la estructura del camino del héroe: considerando la carencia de conocimiento y tras peripecias, finalmente el protagonista trata de hallar tal conocimiento. De este modo, es una novela de formación, un bildungsroman: los niños, y de pronto adolescentes, deben ir comprendiendo el paso de su estado a otro, haciéndose preguntas existenciales, queriendo resolver la situación en las que están, sin conocer aún las determinaciones que sobre ellos pesan. Y con ello, además, los personajes también deberán ir familiarizándose entre ellos, prestándose el debido apoyo a sabiendas que se tienen ellos y nadie más. Con estos y otros criterios, Vivanco hace un vivo retrato de un par de niños inocentes, decididos por encontrar la ciudad a la que pertenecen y han vivido, y sus raíces familiares; pero, sobre todo, adquieren el sentido de protegerse, caminar juntos, enfrentar los peligros, aceptarse tal cual como son ellos. Ambos tienen partituras; ambos saben algo de música. Llama la atención que el autor quiera hilar su historia con el recurso de la música y el sonido, hecho que permea toda la obra, aunque a ratos uno espere una mejor ilación.
Lo interesante, en todo caso, es el camino que deberán transitar, a veces dando vueltas en ese desierto ignoto, otras dando tumbos en huecos u oasis fantásticos. Es en estos lugares donde Vivanco ensaya precisamente lo fantástico, pues el viaje por las arenas implica descubrir, además de los peligros que representan los mutantes, los misterios que seres fabulosos, míticos, pertenecientes a las tradiciones indígenas americanas y otras incluso a las occidentales, les plantean. Tales seres hacen vivir a los personajes momentos de solaz, pero también de momentos enigmáticos que deben resolver. Vivanco contrasta el viaje por el desierto, que tiene tono de pesadilla, con los encuentros con los dioses o con los seres quiméricos; es a través de ellos, a través de los senderos que ellos les marcan o señalan donde los niños deben diferenciar las verdaderas contingencias de la vida, de las ilusorias metas que posiblemente cualquier ser humano se trazaría. La idea es conocerse, en saber que cada uno tiene un Ser en potencia, además de saber tomar decisiones dadas las rutas a veces confusas.
Por lo tanto, una segunda parte de Albanuma: la ciudad perdida –si consideramos que lo anteriormente dicho se refiere a la primera de la novela– es contrastar la realidad a partir de las huellas que los personajes míticos ponen a disposición. Una de ellas es ese mundo que ha dejado de ser y que se va enterrando consecutivamente. La ciudad Albanuma es una más de ese orbe que ya no existe pero que los niños aún lo presienten como suyo, el del soñado retorno. Cuando saben que ese mundo, esa ciudad, metáfora de la modernidad y del consumo, ya no es lo que ellos conocieron, y que además se desintegra, pronto caemos en cuenta que el regreso al mundo previo, al mundo conocido ya no es posible. Si tenemos que ponerlo en el plano moral, según el modelo de toda novela de formación, quizá lo que apreciamos acá es que en el paso de la niñez/adolescencia a la madurez, cuando todos los edificios o paradigmas se caen, es que se debe afrontar la vida con otra perspectiva, con otra determinación. Así, ya no puede caber la mirada romántica del seno familiar como eterno refugio, sino la que tiene que ver con otro mundo de retos, desconocido, abierto, lleno de distintas imágenes y realidades acaso imaginadas incluso hasta el grado de la pesadilla. Vivanco no hace inferir, de este modo, que se debe concienciar el periodo de transición que atraviesa todo individuo cuando se llega a los 15 años, como el del desconcierto; esto lo hace poniéndonos en un estadio de incertidumbre donde lo fantástico se tensiona hasta el punto de la irrealidad. Se puede decir que todo está suspendido: la misma historia narra el tiempo-espacio en suspenso. Consecuencia de ello es que la lectura del libro en todo momento a la par nos suspende y aturde –valga la redundancia–, y nos hace preguntar qué va a pasar, qué decisiones tomarán los personajes; ante las certezas, el autor nos devuelve a la fría realidad para golpearnos con la arena de desierto en los ojos. De acuerdo con lo analizado, en Albanuma: la ciudad perdida, si se quiere, hay alguna huella de Inception (2010) de Christopher Nolan, sobre todo en referencia con esos parajes desérticos, con esos cambios de mundos que inusualmente se nos presentan, llevándonos a un frenesí de imágenes. Claro está que Vivanco hace otro ejercicio: no se trata de un viaje hacia la mente o hacia las pesadillas, sino uno que permite comprender los mundos alternos tensados por lo posible y lo increíble.
Hay algo que es peculiar en Albanuma: la ciudad perdida: una escritura que tiene algo de barroco. Frases o párrafos largos, detalles al querer figurar la realidad que viven los personajes, ornamentación poética; es decir, una cierta exuberancia innecesaria. En cierto sentido, el autor parece jugar con el ritmo de la palabra para crear un entorno indeterminado. Sin embargo, este recurso también a ratos es excesivo que a veces complica la lectura. Pero habría que pensar en el pensamiento visual de Vivanco –por su experiencia en el mundo del cine–, lo que puede ayudarnos a comprender que el recurso narrativo empleado tiene sus bemoles. Pues lo que se percibe en la novela es tratar de crear imágenes mentales de las situaciones en las que los personajes caen o vivencian. El procedimiento imaginativo sirve para hacer que el mundo mítico surja, contrastado con el vacío del desierto. Pareciera que se quiere sensibilizar sobre el mundo de la realidad que es distinto al mundo de lo real, o que se distinga a aquel de la percepción más inmediata con ese otro que sería casi de ensueño. De este modo, salvando las desproporciones, los mundos fantásticos de la novela entrañan, de modo recursivo, la idea de esperanza, de utopía, en el sentido de Ernst Bloch de El principio esperanza (1938-1947). Es decir, Vivanco, al matizar su novela con los mundos míticos, con sus paisajes coloridos, con sus aguas de oasis, con sus pájaros vivaces, con las estrellas refulgentes, e incluso con personajes fantásticos figurados de modo surrealista, nos pone en el plano del “aún-no”, ese momento de trance que avizora el futuro, el cual, en todo caso, es un futuro otro, acaso con un ethos completamente distinto.
Y precisamente eso nos lleva a la tercera parte de la novela cuando la pareja de adolescentes se topa con un grupo de adolescentes y jóvenes, provenientes de distintas nacionalidades –o quizá de modernidades, si pensamos en el tono metafórico que conlleva Albanuma: la ciudad perdida–. Con ellos se establece una especie de comunidad en proceso, con expectativas nuevas, con deseos nuevos, como si fueran la nueva semilla de la humanidad. Es con este grupo que pasamos de pronto del mundo pesadilla al mundo nuevo. Y es que ellos, tratando de afianzar su relación y socializar lo que vivieron y aprendieron en todo el periplo en todos los años de vagar por el desierto, al intentar encontrar la gran montaña de agua, se encuentran esta vez con una colectividad asentada en un punto geográfico indeterminado. Es la Comunidad del Arca, compuesta por individuos sobrevivientes del desastre, que viven en un entorno edénico, los cuales decidieron olvidar por completo el mundo anterior y enterrar realmente lo que tal vez hizo que se destruyera todo, a cuya cabeza está el anciano Tonalpouhque. Es en este contexto que por fin nos enteramos de que el cataclismo que ha transformado la Tierra, producto de un cambio atmosférico, resultado de un desequilibrio medioambiental, se ha dado hace ya más de diez años atrás –considérese además lo que antes señalé respecto a la edad de los protagonistas, de ese momento de cambio hacia la madurez–. Es de esta manera que en esta parte nos preguntamos sobre las consecuencias de eso que cierta humanidad se vanagloria, con el discurso de la conquista y el dominio de la naturaleza, instituyendo eso que se denomina antropoceno –recomiendo acá un interesante libro, el de Manuel Arias Maldonado, Antropoceno: la política en la era humana (Taurus, Bogotá, 2018)–, cuyas consecuencias, contrario a las apuestas progresistas, son el deterioro y la destrucción de aquella. Por lo tanto, lo que estos niños/adolescentes experimentaron por más de 10 años, dado su vagar y su necesidad de hallar un lugar vivible, es la Gran Sequía o la Sequía Universal, producto de la catástrofe medioambiental que la humanidad ha provocado.
Vivanco lo sugiere, lo precisa. Los muchachos, para ingresar a los territorios de la Comunidad del Arca no solo deben destruir lo que traen consigo, porque pueden ser contaminantes, pero además porque conllevan, como dice el narrador, los atavismos que les permitieron sobrevivir, los mismos que llevaron a la destrucción de la Tierra. Volver a la naturaleza supondría deshacerse de los modelos de civilización, de volver a sentir a la madre naturaleza, de vivir en equilibrio con ella tal como los antiguos indígenas y culturas andinas solían hacerlo. La Comunidad del Arca es una de neoindígenas, aunque sus componentes proceden de todas partes del mundo occidental, de tal forma que son transnacionales, saben que constituyen un tejido intercultural propio honesto; a su vez, Tonalpouhque, toma el nombre de un sacerdote o brujo cañari –nación originaria de la región de Azuay y Cañar en Ecuador–; tiene como símbolo la chakana –la cruz andina que une el arriba y el abajo, el cosmos con la naturaleza, figurando además el ciclo de la vida y el equilibrio que debería existir entre todos los seres y la naturaleza–. Curiosamente, sin embargo, Vivanco se traiciona con sus planteamientos que estaba construyendo con relación a la cosmovisión de las culturas originarias, asimilando su descripción del mundo edénico de la Comunidad del Arca como si fuera el falansterio de Charles Fourier, modelo del socialismo utópico del siglo XIX, agrarista, patria de igualdad donde no habría propiedad privada, tampoco trabajo esclavo y más bien existiría solidaridad y voluntad colectiva para que la sociedad perviva gracias a su propia dinámica y vocación. El problema es que trata de totalizar el pensamiento moderno asimilando a las sociedades indígenas como si estas hubieran sido socialistas por naturaleza –tesis además sustentada por Louis Baudin en El imperio socialista de los incas en 1928 o por José Carlos Mariátegui en sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana también en 1928, el cual incluso afirmaba que los incas, por no decir, otros pueblos originarios, eran comunistas–, cuestión por lo demás discutible.
Pero concedamos a Vivanco esta licencia en la medida que su novela, que estaría en la línea de la ciencia ficción que podríamos decir “neoindigenista”, es representativa, a la par, de un tipo de pensamiento que pretende asimilarse como transcultural. Antonio Cornejo Polar en su momento planteaba la siguiente afirmación y pregunta con respecto al término “neoindigenismo”: “los neoindigenistas, tienen que enfrentarse al mismo problema que agobiaba a sus antecesores: ¿cómo revelar el mundo indígena –aunque ahora lo indígena aparezca fuertemente mestizado– con los atributos de otra cultura y desde una inserción social distinta?” –ver su artículo: “Sobre el ‘neoindigenismo’ y las novelas de Manuel Scorza” en la Revista Iberoamericana (1984, vol. 50, no. 127)–. Para elaborar esta idea y cuestión cita, parafraseando, a Ángel Rama y su idea de transculturación –contenido en Transculturación narrativa en América Latina (Siglo XXI, México, 1982)–. En este marco, Albanuma: la ciudad perdida no evoca el pasado indígena ni su retorno; por el contrario, nos hace pensar qué pasaría si los mitos, el tejido de pensamiento originario andino, nos permitirían reflexionar sobre el problema medioambiental que el mundo moderno ha creado. Para denotarlo, los personajes, unos niños/adolescentes son los que vivenciarán el mundo desastre y concienciarán que es menester volver al abrazo con la naturaleza –incluso ellos participan, ya sin las ataduras sociales o los convencionalismos problemáticos, en un ritual de apareamiento, similar al que harían los seres naturales–. Acudir a los relatos míticos es afianzar el pensamiento mítico de las culturas andinas, incluidas las mestizadas, haciendo aparecer la vitalidad subyacente en la propia vida andina. Y en otro caso, es hacer notar al latinoamericano, al andino, al ecuatoriano, los cuales se pretenden puramente occidentales que su cosmovisión, que sus pensamientos también están determinados por imágenes, acaso fantásticas, acaso perdidas, de un mundo al que ellos tratan de ignorar o que los sobreentienden solo como algo fascinante y de ensueño –eso que en su momento se calificó como “realismo mágico”–.
De este pensamiento mítico Vivanco extrae un valor fundamental: “el hombre bueno”, es decir, el ser humano con una ética distinta, que funda y conforma una comunidad ética, resultado de la reinvención del mundo bajo otros parámetros u otras determinaciones. Vivanco, en este sentido, es un entusiasta al final del camino: cree en la utopía luego del desastre. Y a propósito de lo transcultural en la novela, en el sentido de Rama, se percibe que Vivanco trasciende al regionalismo, al localismo, al folklorismo –aunque nos despista con las menciones sobre la música, la poesía, a ciertas imágenes de lo ancestral–, para hacernos caer en cuenta que, en el juego de la cooperación discursiva, redescubramos el mecanismo mental que genera el mito: hay analogía entre la narración mítica y el proceso de entrada y de ruptura con el orden natural, sensibiliza sobre los objetos figurativos del mundo mítico prevaleciente en el mundo andino, pero sobre todo, establece un encuadre simbólico desde ese mundo alterno, que está en el corazón incluso de la contemporaneidad andina, para ver la realidad: si el pensamiento occidental está llevando al desastre, volvamos a ese otro ideario ligado con la naturaleza; tal parecería ser la conclusión de este novela.
Albanuma: la ciudad perdida, de acuerdo a lo anotado, es una novela que tiene potencia, pese a ciertos excesos narrativos –su barroquismo hace que nos distanciemos a veces de la trama, además pasando por alto ciertos gazapos y cuestiones de imperfecciones ortográficas–. Pero ello no nos impide afirmar lo dicho: es una novela que invita a plantearnos preguntas sobre el futuro. Y he aquí su roce con la ciencia ficción –más allá de lo fantástico; respecto a la ciencia ficción, dicho sea de paso, pienso siempre en la tesis de Darko Suvin de Metamorphoses of Science Fiction: On the Poetics and History of a Literary Genre (Yale University Press, 1979)–: porque Vivanco nos hace ver la realidad desde el extrañamiento. Cuando el mundo está destruido por obra y gracia de la humanidad, siempre habrá una comunidad consciente que renazca de las cenizas. Mediante la cognición de los mitos, ligado a la estrategia del extrañamiento, el novum es el nuevo mundo con su ethos en el que la ciencia es el de saber vivir bien y la tecnología es hacer del “hombre bueno” un instrumento de cambio. (Iván Rodrigo Mendizábal)