Un futuro posible en “América alucinada” de González

La argentina Betina González aporta a la ciencia ficción con su novela América alucinada (Tusquets, 2016). Se trata de una novela con tres historias que corren paralelamente y que muestran tres perspectivas de vida. Distinta a las novelas de ciencia ficción que tienen atmósferas tecnológicas, viajes interplanetarios, diálogo con alguna novedad científica, etc., la obra de González es distinta, pues es un retrato de un futuro posible de gente común, de vidas que posiblemente incluso pueden tener un sentido intrascendente.

América alucinada es una apuesta a hacer ciencia ficción sobre la vida cotidiana de la gente. En la novela no hay alguna ubicación específica, tampoco la referencia a un país o ciudad, solo la indicación que el mundo futurista ha cambiado por cuestiones medioambientales, por la contaminación química de las aguas, por un deterioro de los niveles de vida, por ciertas epidemias que afectan tanto a animales cuanto a humanos. En una de las historias, los ciervos se han tomado las calles de la ciudad en tanto esta luce semiabandonada. Se podría decir que González trata de situarse en la misma vida de las personas del futuro de una sociedad, de los individuos que podrían poblarla y que hacen su realidad sin tanto aspaviento ni aventura.

En América alucinada tenemos tres historias: la de Vik, un individuo que al colocar cámaras de vigilancia en su casa, descubre una intrusa, lo que, desde ya, le impide hacer su vida cotidiana y rutinaria como antes; la de Berilia, una anciana que establece un club de caza de ciervos quizá molesta por su presencia, tal vez llevando más allá sus alucinaciones personales; la de Berenice, una niña que sufre el abandono y que se recluye en la compañía de un juguete, pero al mismo tiempo intenta buscar una relación que además garantice su cuidado y bienestar.

Las tres historias corren en cierta medida análogas, pero en algunos puntos se conectan al modo de un caleidoscopio ofreciendo un sutil fresco sobre la vida futura, sobre cómo el individualismo con visos de una atosigante soledad podría ser la marca de ese destino al que estaríamos orientándonos. Y frente a ello, está también la inquieta necesidad de algunos de retomar los grupos, las asociaciones, queriendo quizá volver al pensamiento utópico de las comunas donde se podría convivir, aunque sea para compartir, en el caso de la novela, drogas alucinógenas.

De hecho, en el tono de la anticipación, América alucinada, parece mostrar con sutileza que el capitalismo tal como lo conocemos –o lo conocimos, si pensamos hoy también en las consecuencias de la pandemia a nivel mundial– ya no será el mismo, y quizá lo que estaríamos viendo es una lenta decadencia que en la novela lleva a una especie de mundo cuasiapocalíptico o posapocalíptico. La consecuencia de ello es la desadaptación de los personajes en los mismos entornos donde viven y se desarrollan, además de una crítica a los modelos de vida, por ejemplo, de los hippies. La aparente representante de esta generación, ya vieja, Berilia, rompiendo con la tesis de admirar la vida, más bien la dinamita con la caza de animales, o el caso de Berenice ve cómo en una sociedad de consumo, ya nada tiene su funcionalidad. Incluso las ideas de familia o de relación entre parejas parece tener un retrato distinto, porque González las expone como descompuestas, como mitos del pasado.

Habría algo que problematiza a América alucinada: es su modo de narrar, a veces pausado, a veces fragmentado, a veces algo así como un flujo de ideas. Obliga al lector a retomar el hilo de la historia que se rompe en cada capítulo. González trata de establecer una narrativa fluida, pero el modo de contar las historias se presiente como que quiere alejarnos, como que quiere desapasionarnos. ¿Es una escritura que intenta enrarecer para lograr ese efecto de atmósfera de soledad, de distancia que encierra la novela? América alucinada en verdad inquiere por su estilo: nos da la sensación de hacernos ver un mundo que ha sido quemado por alguna cosa y de lo que se trataría es que hagamos conciencia de tal situación. Por algo González apela a Jean Baudrillard y su texto América (1997): un mundo creado como ficción y cómo su ficción logra construir un imaginario; la cuestión es que, como lectores externos, pronto vemos a un mundo donde están restos de alguna socialidad. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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