Mercado especulativo con el agua
En semanas anteriores la noticia de que el agua se comenzó a cotizar en la bolsa de Wall Street ha generado conmoción y controversia. Su cotización se ha dado en lo que se llama mercado de futuros pero, se dice, no es con el mismo bien natural, sino con los contratos futuros de uso del agua, toda vez que en muchas zonas del planeta –aunque en la práctica el meollo del asunto es en Norteamérica– ha comenzado a sentirse con más fuerza su escasez. Para los más críticos la cotización es una movida más del capitalismo especulativo en tanto alienta más la privatización del agua, recurso natural que es considerado por los Estados como un bien nacional y un elemento natural de uso público que debe estar a disposición de todo individuo y comunidad. Para otros, no es así, arguyendo que desde ya el agua que derrochamos en las ciudades ya viene tasada con un valor que se factura según el consumo; de hecho, el agua que consumimos no solo por el suministro nacional, sino también en botellas, en alimentos, etc., se supone que tiene un costo cuyo valor muchas veces no lo cuestionamos y tampoco nos preguntamos su procedencia o su carencia. Pero ¿un recurso natural que no es producido por el ser humano, puede ser objeto del mercado especulativo? La pregunta es obvia y la respuesta también parece serla a sabiendas que desde que existe la noción de propiedad de la tierra, aparece la idea de valorización de los recursos que en su interior existen, salvo si aquellos son declaradamente propiedad de todo Estado y, como tal, un recurso a ser administrado paradójicamente con las lógicas del mercado. Así, una vez que se ha constituido el mercado, en general el Estado deriva, mediante concesiones, a la explotación y el cobro de tales recursos a empresas o corporaciones, con la consecuente desvirtuación del uso social que podría tener el agua. Esto ya sucede, por ejemplo, con el petróleo.
Una novela sobre el agua
La anterior reflexión viene a colación gracias a la novela colombiana de ciencia ficción, Aún el agua (Seix Barral, Bogotá, 2019) de Juan Álvarez, cuyo tema central ya está aludido en el mismo título, relacionado con el agua. Si tuviéramos que ver el futuro del mundo, que en el caso de la novela se sitúa hacia 2232, nos daremos cuenta de que ni el mercado especulativo, ni las corporaciones que detentaron el uso del agua ya existen, sino una Tierra que ha vivido una tremenda eclosión inexcusablemente por causa del ímpetu tecnocientífico de las grandes compañías y gobiernos irresponsables. En otras palabras, si tuviéramos que ver incluso el modus operandi de ese mercado de futuros que ayudaría a cotizar el agua para evitar el despilfarro, concienciaríamos que ni el capitalismo especulativo ha sobrevivido al desastre planetario que la mentalidad moderna capitalista ha producido en su propio hogar, la Tierra.
Aún el agua es una novela distinta a otras que podrían manejar la especulación de futuro. Si uno quisiera hallar un símil, por ejemplo, con Dune (1965) de Frank Herbert, relativo a un mundo donde todo es arena y hay quienes tratan de explotar un recurso producido por una especie de gigantesco gusano, pronto daríamos vuelta la página porque la novela de Álvarez descoloca tal idea: en un planeta donde escasean los recursos naturales, contrario a instalar una industria que trate de sonsacar lo último que pueda quedar, lo que se debe hacer es más bien cambiar todo, desde la idea de la explotación, la forma de relacionarnos con la naturaleza y comprender que antes que terraformadores somos terra-humano-formados por la misma naturaleza a la cual nunca la entendimos o nunca intentamos siquiera comprenderla.
Aún el agua, en efecto, nos sitúa en un futuro cuya debacle empezó paradójicamente en el siglo XXI. El problema está que para ese futuro remoto posible las corporaciones tienen que lidiar con la escasez de recursos alimentarios y energéticos dada la sobrepoblación. Se supone que se tendría que llevar a que la Tierra se recomponga provocándole lo que se llamaría una “geología en ocurrencia” –“geología ocurrencia” se lee en la novela–, una geología autopoiética, si se quiere, para lo cual se tendría que aprovechar los movimientos tectónicos, los movimientos de placas subterráneas, induciendo una colosal sacudida usando detonaciones de energía nuclear controlada para supuestamente reestablecer el orden ecológico. Contrario a todo cálculo y conocimiento tecnocientífico, la Tierra implosiona y se traga continentes y mares, resultando, según lo que se cuenta en la novela, en una Tierra partida en su interior y su superficie, siendo el más afectado el hemisferio norte, llamado ahora “cratón norte” –entorno donde estuvieron los intereses y las corporaciones– y quedando con mejores posibilidades el cratón o hemisferio sur, emplazamiento donde se instalan ciertos laboratorios desde los cuales se trataría de reconstruir la vida. En tales laboratorios se diseñan en lo posterior humanos biodiseñados, en realidad mujeres biodiseñadas con la única misión de que ellas restauren parte del hábitat mediante el conocimiento y el uso del agua.
Las voces de un futuro en eclosión
La novela de Álvarez, de este modo, tiene tres líneas de tensión: a) Se nos hace conocer de estas mujeres biodiseñadas, denominadas “cuhubaxies”, su formación, su misión que deberá cumplirse cuando ellas salgan de sus laboratorios, viajen hacia el cratón norte –y otras latitudes–, se topen con algunos vestigios de la antigua civilización, se pregunten de los residuos nucleares aún existentes y se topen con una anciana –y una pequeña comunidad científica– la antigua diseñadora del proyecto de restablecimiento de la vida terrenal. b) Se nos conecta con las indicaciones que deben seguir tales cuhubaxies a través de un sistema, una especie de computadora, denominado “Algoritmo Narrativo Inorgánico” (ANI), el cual, además nos irá dando pormenores del desastre ecológico y medioambiental, el sistema de vida imperante antiguamente en el planeta, además del ímpetu y enseñanza que produce en las mujeres para llevar a cabo la misión; en cierta medida, tal ANI recuerda a la computadora HAL 9000 de 2001: odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick, aunque no con la connotación –el temor que la máquina llevase al dominio del ser humano– que le diera el director. c) Se nos hace reflexivos sobre el rol del agua en la vida planetaria, en la vida de toda especie, precisamente a partir de introducirnos a las características de estas cuhubaxies; mediante ellas comprendemos que el agua es a la par una especie de organismo –aunque esto suene a algo extraño– cuyo contacto con sus moléculas implica la conciencia de que somos en esencia seres de agua.
Pues bien, Álvarez para tramar las tres líneas nos presenta una novela que en principio nos la pone difícil, puesto que su forma narrativa no es convencional, no obedece a la estructuración descriptiva de hechos, acciones y personajes; en síntesis, se trata más bien de una historia que no se puede leer de forma lineal. De este modo, desde las primeras páginas nos antepone ante un narrador que parece impersonal, pero que luego nos damos cuenta de que es la voz de una cuhubaxie; tal narrador tiene el tono reflexivo, evocativo y hasta quizá delirante o místico en función de saber su destino o de asombrarse ante el nuevo mundo que le toca provocar, la cultura que debe fundar. Si se contrasta esta voz con la del ANI, nos daremos cuenta de que hay un contrapunto, porque el ANI trata de ser la voz histórica, de la razón, del recuerdo de una civilización extinta. El resultado: la novela se configura sobre la base de voces que narran el pasado ya no con dolor, sino de forma reflexiva para hacer bien el futuro, partiendo de otra ética. Y el futuro es o son las semillas-mujer, en efecto, las mujeres-cuhubaxies que, aparte de la voz narradora, son el conjunto de las compañeras, presentadas como si fueran un canto planetario de lo nuevo. Lo que logra Álvarez es provocar mediante la novela la idea de que se lee-escucha-vive un concierto de voces que partiendo de lo humano-maquínico, intentan dialogar y convivir con la propia voz de la naturaleza teniendo en cuenta al “organismo” vital, fundamental, que es el agua.
La frontera del antropoceno
Hay un hecho que queda claro en la inflexión reflexiva de la novela respecto a lo medioambiental: “…la historia de las especies de la Tierra ha sido la historia de sus alteraciones de la biósfera. Habitar la Tierra es alterarla”. Sí, aunque esta idea es proferida por una de las voces, su verdad es problematizadora en tanto nos pincha a pensar que una cosa es el mundo materialista que vivimos despreocupadamente y otra que la presencia humana en la Tierra, sobre todo cuando el ser humano se emancipa de la naturaleza y la domina –pretensión, por otra parte, determinante en la modernidad–, implica cambio y deterioro al extremo.
El uso irresponsable del agua en las ciudades, el dispendio que se hace de este en todas las actividades humanas es algo sin precedentes si se compara con otras épocas donde el agua, aunque también de uso social, no era objeto de una mala utilización. Piénsese, sin embargo, que el problema medioambiental está correlacionado con otros factores, como ser: la tala de bosques sin su debida restauración, el uso excesivo de químicos que han cambiado incluso la esencia de muchas especies, la destrucción de suelos y atmósferas dejando sin que imperen los ciclos ecológicos antes prevalentes… Esto ha llevado a lo que hoy se discute en el ámbito científico como el antropoceno, es decir, cómo el ser humano, gracias al ímpetu tecnoindustrial, tecnocientífico, etc., desencadenan transformaciones geológicas en la Tierra: nosotros somos los que estamos provocando todos los cambios o, como plantea Manuel Arias Maldonado en su Antropoceno: la política en la era humana (Taurus, Bogotá, 2018), nosotros seríamos los principales inductores, a sabiendas que también hay cuestiones geológicas que están fuera del control humano. Y somos inductores de las metamorfosis más radicales medioambientales, como dice este autor, por la superproducción de bienes, el consumo a gran escala y la destructividad que todo ello acarrea. Aunque Arias Maldonado postula que “la historia humana podría verse como la historia de nuestras relaciones con la naturaleza”, yo cambiaría ese “con”, usando más bien la preposición “contra”, porque, por más que la voz antropoceno quiera mostrarnos hasta qué punto el ser humano se ha hecho dueño y señor de la naturaleza, ahora habría que decir que su dominio y señorío ha sido en función de la destrucción misma y consciente de la naturaleza. Por algo, quizá, lo que vivimos ahora con la pandemia, sea consecuencia de tal presunción.
Pero volviendo a la novela de Álvarez, este mismo nos hace caer en cuenta que el modelo antropocénico/antropocéntrico se cae en ese futuro remoto: “Nueve mil millones de seres humanos con la tierra rota debajo de sus pies esfumados en el furor de las bocanadas tectónicas. El Antropoceno al abismo”. Y esto por efecto de los programas de control de población, por determinaciones del gobierno de alimentos futurista, por los juegos de inversiones tecnocientíficas y, sobre todo, porque aprovechando el poderío de la razón humana, con el pretexto de establecer un “nuevo orden” medioambiental, una nueva geología y una nueva ecología, de lo que trata es instituir un orden eugenésico masivo. La crítica de Álvarez es notable incluso cuando nos hace leer en Aún el agua: “El saber sapiens no existía para el bienestar de la especie”. Unos son los dueños del mundo y otros las fichas que se matan a conveniencia dentro de ese juego de mercado antropocénico. De ahí que leemos: “Pensaron con el deseo eugenésico. Inventaron el dilema de intervención como respuesta a la noticia del cataclismo, y algún laboratorio de mercenarios, casi puedo escucharlos, brindó las simulaciones inmorales que necesitaban oír”. ¿No es acaso esta una realidad que ya comenzamos a vivir, aunque Álvarez nos sitúe tal hecho en un futuro? El límite del antropoceno, parece decirnos, es la eugenesia masiva y más allá de ella, la autodestrucción humana, instituciones incluidas. En otras palabras, como sugiere Arias Maldonado, la cuestión iría de la mano del antropocenismo político.
Conocer el agua
Hasta acá, quizá, a modo sintético, la conjunción de las dos voces reflexivo-históricas dadas por el viaje-conocimiento de las cuhubaxies y el rol socio-historiador del ANI. Es importante este sustrato sociopolítico en la novela Aún el agua porque permite comprender las determinaciones, los problemas del pensamiento sociológico y ambiental que en el presente se discute y que Álvarez aprovecha y ahonda con ideas interesantes, provocativas y que mueven al debate.
Pero la voz de la naturaleza o el diálogo con lo natural es lo que también es clave y quizá lo primordial en la novela de Álvarez, Aún el agua.
Para comprender esta voz habría que preguntarse quiénes son las cuhubaxies. Se ha dicho que son mujeres biodiseñadas específicamente para cumplir la misión de reconstituir el ciclo del agua, recurso acaso perdido en ese futuro del 2232 y años siguientes. Sí, también hay otras especies de formaciones sociales como: los “colegos kipús”, seres humanos acaso sobrevivientes, acaso mutantes, además intersexuales, o las “abuelas”, viejas humanas de la arcaica civilización tecnocientífica. Aparte de ser biodiseñadas, distintas a las humanas de las viejas épocas, las cuhubaxies son educadas en los laboratorios del cratón sur para usar sus cuerpos, para lograr el “ensanchamiento orgánico”, para tener un “conocimiento biogeoquímico”; son adiestradas para cuidar especies naturales, para monitorear los movimientos de las placas nuevas formadas en la Tierra, para saber de las determinaciones térmicas, acuosas, electromagnéticas, bacterianas y plasmáticas que forman redes y operan dentro del planeta, según se lee en la novela. En otras palabras, ellas estudian, examinan, aprenden, se imbrican con el mismo planeta como organismo vivo, con la conciencia que ellas son a su vez parte de ese organismo.
En realidad, lo que define a las cuhubaxies es que ellas deben y están diseñadas para “restaurar el ciclo del agua y preparar una transmisión que descubra, para nuestros coterrícolas, el agua modular prodigiosa”. La atmósfera planetaria, sobre todo la del norte, está contaminada y en varias partes el agua está podrida, está “atrofiada”, según leemos en Aún el agua. El viaje de estas cuhubaxies para cumplir su misión implica que deben “[entregarse…] al ethos de la empatía de las especies y su vínculo con la Tierra”. Nótese que estas mujeres, estas nuevas especies con “rangos aumentados” en su Ser y en su corporalidad, deben ser como las especies animales, deben sentir como ellas, deben imbricarse –ya lo anoté antes–, con la Tierra, oír su voz, oír su corazón, oír su latencia. ¿Esto no era en sí la vida de las comunidades indígenas antiguas, es decir, la razón social y cultural de los pueblos y nacionalidades originarias? Álvarez hace un notable salto con esta proposición en su novela de ciencia ficción: habla como si tuviera u homenajeara el/al espíritu de las comunidades originarias, distintas, claro está, al de las “civilizaciones” occidentales. Si se quiere, el continente de Abya-Yala, de América –en general– fue destruido por el imperio de la razón y de la fuerza del mercado, incluso burlándose de ese espíritu cotejido con la naturaleza que primaba entre los pueblos y nacionalidades originarias. Por algo, entre los diálogos de la novela, cuando las cuhubaxies hablan, aparecen expresiones como: “zocam sie”, “síansucaxie qasquamuê”, “síansucaxie chiequysqua”, etc., acaso como reminiscencias de algún idioma originario perdido, y quizá lo que se cuenta como comunidad cuhubaxie no sea otra que la recuperación simbólica de un mundo originario que sí tenía la capacidad de comunicarse con la naturaleza, con los cerros, con el agua, hecho que aún se mantiene entre los pueblos originarios de Latinoamérica.
El agua es lo que deben restaurar, lo que deben cuidar, lo que deben entregar. Y son mujeres, son dadoras de vida, son semillas y a la par cuidadoras del agua. Conocen que “hay un comportamiento social del agua” y que eso se aprende entendiendo su movimiento, sus moléculas, su fluir, su composición. Ellas, cuando se conectan con el agua, se interiorizan en sus burbujas. Cuando están en el mar, acaso muerto, alimentan el agua con bacterias para generar oxácidos y empezar su regeneración. Por otro lado, usan frecuencias cerebrales eléctricas para generar o regenerar la memoria del agua. Y ahí aparece el “agua estructurada”, el “agua modular prodigiosa”, bebible, rehabilitadora del cuerpo. Estas mujeres, en otras palabras, deben vibrar con la misma frecuencia del agua. En realidad, Álvarez nos está sugiriendo que, si queremos no entrar al antropoceno destructivo, debemos aprender a vibrar con la misma naturaleza. ¿Es posible reaprender a ser colega/colego de la Tierra? Esto implica, según Álvarez, vía voces de las protagonistas de su novela, salir de la pretensión que sigue la humanidad capitalista y mercantilista, aún vigente, de considerar el agua como corporativa y retornar a la conciencia de que el agua es vida: “el agua es ella misma un conocimiento”, nos dice la narradora-protagonista.
Conclusión
Aún el agua es una novela potente. Cuando la protagonista cuhubaxie, esa mujer –las mujeres– se ha conectado con la naturaleza, ha dialogado con el agua y restablece su flujo, es decir, hace vida, ella misma usa su cuerpo para hacer más cosas en ese mundo que antes era corporativo, era del capitalismo macho, capitalismo con signo masculino. Su viaje no termina, más bien inicia imbricándose ahora con la misma fuerza de la naturaleza que en la estratósfera truena: “Y avancé y escuché, y el mundo era un trueno en ese trueno una posibilidad de sosiego”. Álvarez nos invita a reconectar saliendo de la zona de confort consumista: ser uno en/con la naturaleza. Su novela es más actual en el contexto de la pretensión de mercantilizar al extremo un recurso natural el cual más bien deberíamos cuidarlo con otro tipo de políticas. (Iván Rodrigo Mendizábal)