La ciencia ficción del ecuatoriano Carlos Béjar Portilla

Ubicando al escritor

El escritor ecuatoriano Carlos Béjar Portilla (foto tomada del blog “Momento digital” (https://mdarena.blogspot.com/2010/01/confidencias-de-carlos-bejar-portilla.html)

Carlos Béjar Portilla es un escritor ambateño cuya obra se desarrolló en Guayaquil, inspirada en su visión del mundo contemporáneo y en su experiencia de viajero en un periodo de la sociedad occidental, el de las décadas de 1960 y 1970, donde se soñaba ideas de libertad y se creía que el mundo de los jóvenes iría a ser eternamente joven.

Leer hoy a Béjar Portilla es retrotraerse a un mundo distinto, pero también asombrarse porque sus cuentos y novelas siguen retando a la mirada actual. Así, se podría decir que su obra literaria tiene aires de intemporalidad: su característica es el tono fantástico y el de un realismo con algo de extrañeza. En cierto sentido, por estos aspectos, tal obra es inclasificable y, por lo mismo, innovadora en la literatura ecuatoriana.

Abogado de profesión y literato por vocación, Béjar Portilla ha explorado, desde muy joven, el campo de las letras. Rodolfo Pérez Pimentel, en su Diccionario biográfico de Ecuador, señala que aquel se inició con una novela, además premiada por El Universo (no publicada hasta la fecha): Siete infiernos para Boris en 1960. De ese primer ejercicio debemos saltar a 1970 cuando el escritor presenta los cuentarios: Simón el mago, Osa Mayor y, cerrando este primer ciclo, Samballah en 1971. Retoma el cuento en otro libro, en 1986, Puerto de Luna y más tarde en 2003, Pabellón de mujeres. Sus novelas son: Tribu sí (1973), La rosa de Singapur (1990) y Mar abierto (1997). Desde ya muchos de sus cuentos, algunos que no forman parte de sus libros, están dentro de antologías realizadas por otros autores y editoriales. Aún se espera que el autor reaparezca con algún otro aporte literario.

Pero ¿por qué decir respecto a sus primeros cuentarios que pertenecen a un primer ciclo? Y ¿qué por qué sus cuentarios posteriores nos llaman la atención? Exceptuando la novela de 1960, aquellos si bien tienen la marca de un estilo renovador, los primeros cuentarios son libros semilla. Estos inician la década de 1970, lo que podríamos decir, un nuevo horizonte para la ciencia ficción ecuatoriana, al igual que para la literatura fantástica.

En efecto, Béjar Portilla reabre un ciclo propicio para la ciencia ficción ecuatoriana tras décadas donde este género es invisible en la literatura del país. Al hacer arqueología literaria para construir la historia y el desarrollo de la ciencia ficción ecuatoriana (ver: Ciencia Ficción en Ecuador: https://cienciaficcionecuador.wordpress.com/), cuyo origen además data de una entrada en la Science Fiction Encyclopedia (https://www.sf-encyclopedia.com/entry/ecuador) desde 2011, constato que, si bien la literatura nacional también tiene aportes iniciales desde lo fantástico y, sobre todo, desde la literatura de anticipación (la proto ciencia ficción) en el siglo XIX, y tras poquísimos aportes, en la primera mitad del XX, y algo más desde 1950, se ve emerger la propuesta literaria de Carlos Béjar Portilla que, precisamente, se aventura con fuerza en la ciencia ficción, esto en el último tercio del siglo anterior. En otras palabras, de la etapa romántica y modernista de la ciencia ficción, del siglo XIX y comienzos del XX, hay que esperar, al menos unos 60 años para leer los cuentos de ciencia ficción de Béjar Portilla, muchos inquietantes, otros extraños, algunos misteriosos, mezclados todos ellos, con otros cuentos con registro fantástico.

Portada “Cuentos fantásticos” de Carlos Béjar Portilla, editado por la Campaña de Lectura Eugenio Espejo.

La mayoría de los cuentos de los libros mencionados forman parte ahora de la antología Cuentos fantásticos (2004) que la Campaña de Lectura Eugenio Espejo ha publicado en su colección “Cuarto creciente”, nuevamente puesto en circulación en este 2019. Además, este contiene otro cuento de ciencia ficción que solo aparece en la antología 40 cuentos ecuatorianos (1997) compilado por Carlos Calderón Chico.

Aunque Cuentos fantásticos es una ventana, recurriré para el presente artículo a los propios libros que el escritor ecuatoriano ha escrito para analizar sus aportes en el terreno de la ciencia ficción. Claramente declaro que no aludiré a la novela La rosa de Singapur que tiene también componentes de ciencia ficción, sobre todo en su carácter anticipatorio, objeto de otro artículo a publicarse posteriormente. Haré, por otro lado, una breve anotación a ciertos cuentos fantásticos de los libros que se citarán acá, para evidenciar el aporte particular de Carlos Béjar Portilla a la narrativa ecuatoriana, en la medida que la ciencia ficción de dicho autor está en franco diálogo con lo fantástico.

Previo al análisis, cabe decir que la ciencia ficción y lo fantástico son dos terrenos que a veces colindan, se hibridizan, al igual que pretenden separarse. Béjar Portilla escribe tensionando ambos géneros. Se piensa que la ciencia ficción es un tipo de literatura realista, mientras que a la literatura fantástica se le entronca con el mundo de los ensueños, de las suspensiones y de las dudas. Sin embargo, habría que indicar que lo que les identifica es el recurso estético que usan: hacen extrañamiento de alguna realidad. El matiz que caracteriza a la ciencia ficción, en términos de Darko Suvin en Metamorphoses of science fiction: on the poetics of science fiction (1979) es que tal distanciamiento de la realidad lleva a producir el sentido de lo nuevo distinto, siempre anclado con lo científico o lo tecnológico, mientras que en lo fantástico lo distanciado es transformado y es presentado como si fuera otro, llevando a que la imaginación lo represente como si fuera extraño, según las palabras de Julio Cortázar en sus Clases de Literatura: Berkeley, 1980 (2013).

Cuentarios de ciencia ficción de Béjar Portilla

Es menester reafirmar que lo que distingue a Béjar Portilla de los autores de su época es su entrada en la literatura ecuatoriana con visión distinta, cultivando el género de la ciencia ficción. A continuación, un detalle de su obra cuentística en este terreno.

Simón el mago (1970)

Portada del cuentario “Simón el mago” de Carlos Béjar Portilla.

El primer cuentario de Béjar Portilla, donde podemos encontrar algunos cuentos de ciencia ficción es: Simón el mago (Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1970). De este corresponden al género de la ciencia ficción: “A.C. Dobleu”, “Ícaro”, “El señor Yawatta”.

“A.C. Dobleu” tiene como fondo la explotación minera en algún lugar de la galaxia nuestra. Sabemos que se espera un repuesto lo que lleva a que el narrador se tome vacaciones en un asteroide cercano en un centro de descanso. Lo interesante es que, fuera de hacernos saber que el comercio minero se ha vuelto extraterrestre, ese centro hotelero espacial es un lugar de confluencia de pobladores de distintos universos: un lugar que, pese a ser multicultural se ha tomado el hábitat de los “naturales”, a quienes la dinámica minera y del comercio en general les afecta. Es el retrato del mundo occidental, el de las transnacionales, que expolia en nombre del capitalismo, sin tomar en cuenta la vida de los pueblos originarios, un mundo que debería preservarse.

“Ícaro” toma el nombre del mítico joven griego que, queriendo volar con alas mecánicas, muere en su periplo. Béjar Portilla toma del relato la idea de la ascensión a un alto edificio en el que su personaje busca a otro por milésima vez. La subida por las escalinatas tocando diversas puertas, preguntando por quien busca, es como el viaje de Ícaro con sus alas falsas intentando jugar con las gaviotas que se remontan más y más. En el cuento, el autor, de pronto hace un salto fantástico para producir una visión panorámica de los tiempos, de los modos de vida de los seres humanos, al modo de un viaje con una máquina del tiempo.

“El señor Yawatta” puede ser leído como un cuento acerca del mundo del consumo en el capitalismo actual. Béjar Portilla, sin embargo, enfatiza un aspecto de la sociedad japonesa, contexto en el que se narra, acerca de la insistencia por altoparlantes diseminados en la ciudad a consumir cualquier producto. El personaje del cuento escucha los altavoces que avisan de los nuevos productos salidos al mercado y la invitación a comprarlos, desechando los viejos. Se habla de una sociedad estable, mecánica, donde el bienestar está al orden del día: se producen dispositivos y tecnologías que incluso se asemejan a los que los astronautas usan. En el camino está el Sr. Yawatta, el dueño de una manufacturera que controla todos los procesos que ve ingresar a los obreros a sus dominios. Pero lo que le importa es un maniquí con algún desperfecto, un muñeco que se le parece, como signo de su imperio. Mientras el consumo debe crecer, su fábrica debe ponerse a tono, despidiendo obreros. En todo este relato, Béjar Portilla nos muestra un mundo distópico dominado por la ley del consumo, de los objetos que se producen y se desechan: la metáfora sirve para representar a los seres humanos que, como muñecos de ese orden establecido, también son piezas, son cosas desechables.

Osa mayor (1970)

Portada del cuentario “Osa Mayor” de Carlos Béjar Portilla.

El segundo cuentario es: Osa mayor (Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1970). En este los cuentos de ciencia ficción son: “Osa Mayor”, “Tigelino”, “Historia para un espejo”, “Humo a las dieciocho, hora del Este”, “Demasiado tarde para mirar las estrellas”, y “El hombre que se olvidó de colgar”.

“Osa Mayor” es un cuento sobre un científico en un tiempo futuro, un teórico cuántico, administrador de un centro de cerebros de genios congelados. Hay un requerimiento urgente, pese a que no hay cuerpos para suministrar. Él mismo es otro cerebro que se ha hecho de un cuerpo que se prestará a ser recogido por la misión que busca órganos. Un asunto permea este cuento: como la Osa Mayor que permite guiar a los viajeros, el cerebro buscado es el que tendrá que conducir una nave. El problema es que el órgano buscado es el de un muerto; la computadora es la que ordena y activa lo que puede vivir y se reserva lo que debe ser mantenido. Se podría decir que es la muerte que conduce a un destino otro, de la mano, ahora de una máquina superpoderosa.

“Tigelino” trae la memoria de un sátrapa romano, pero en este caso es una especie de ser fantástico que se desplaza entre tiempos en una nave o portales, es capaz de caminar por las paredes, es hipnótico y puede descorporizarse. Se señala que siempre se aburre y provoca, por su inquietante característica, desastres por lo cual es perseguido. El cuento nos deja con la turbadora imagen de que se une con su perseguidor en un instante en el que los universos (paralelos) se juntan.

“Historia para un espejo” es un cuento con dos personajes en dos tiempos paralelos y, a la vez distintos. Nemesio, un poeta, está al borde de un río, tratando de buscar inspiración; Sut-Yen, igualmente poeta, en su casa, también tratando de escribir. Pero lo que les sucede, si bien es coincidente, del mismo modo es extraño, porque ambos, si bien están en la misma Tierra, están en horas distintas. Es decir, viven el mismo tiempo, pero el de uno de distinto del otro. En el preciso instante que uno descansará, el otro se aprestará a hacer algo. La clave está en la arqueología en el futuro, cuando los encuentren: porque lo que ha pasado es que un momento el alma de uno se ha corporizado en el otro. Y eso será el motivo para que un nuevo de tipo de sociedad, que ha descubierto el modo de descorporizarse, máquinas de por medio, se instaure, haciendo la vida fría, sin sentido, donde no se produce poesía. El cuento habla de la posibilidad de la transmigración de los cuerpos: aunque este tema sea fantástico, la ciencia ficción radica en que lo fantástico es posible con la máquina. El problema es que la racionalidad maquínica ha hecho desaparecer la poesía de la vida, al mismo ser humano con su sueño de trascendencia.

“Humo a las dieciocho, hora del este” supone la paradoja de los tiempos o universos paralelos. Una imagen inmediata: una pareja de jóvenes antes de un mitin político que se van preguntando sobre la historia de los acontecimientos en Francia, sobre los deseos de paz, pero también sobre un mundo futuro utópico. Pronto nos anoticiamos que estamos en esa utopía de un mundo sin escuelas, aunque sí lavadoras de ropa y jabón. La pregunta es: ¿quién es el hombre? ¿Un militar? ¿Alguien de convicciones? Sabemos que en los universos paralelos los personajes tienen distintas imágenes y respuestas.

“Demasiado tarde para mirar las estrellas” nos pone ante un consejo de dioses que dan la oportunidad a un ser andrógino para ser un instructor. Este los supera, por lo que los dioses deciden eliminarle. Detrás de esa historia está la de un ser biomecánico, un poshumano que, en efecto, es más perfecto que sus creadores, la comunidad humana. El poshumanismo para Béjar Portilla parece ser el mito del Cristo que supera a quienes lo niegan y prevalece al trascender por decisión propia.

“El hombre que se olvidó de colgar” suena a otra paradoja en la que alguien deja la línea abierta o, quizá, no cierra la comunicación. El cuento juega con el deseo excéntrico de un hombre, John Keats (¿el poeta?), que, tras morir, quiere comprobar que puede comunicarse sin problemas. En principio pareciera un texto que va por lo esotérico, aunque pronto nos vamos preguntando sobre ciertas investigaciones ectoplásmicas, sobre la desintegración atómica aplicada a cuerpos, a alguna mención sobre la teoría cuántica. El autor ensaya ciertas hipótesis: si los muertos en realidad están vivos, si las ciencias se cierran a dirimir cuestiones que tienen que ver con lo extraño… y más allá de ello, situándonos en el terreno literario, ¿quién habla a través de un texto? En efecto, es la voz de un muerto; su voz poética pervive por más que su existencia real ya no sea evidente.

Samballah (1971)

Portada del cuentario “Samballah” de Carlos Béjar Portilla.

El tercer cuentario que contiene, entre otros, cuentos de ciencia ficción es Samballah (Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1971). De este son: “Diplocus”, “Pajaralia”, “Teófilo”, “Final de viaje”, “Dulce lactancia” y “La investigación debe cesar”.

“Diplocus” podría tener la premisa de qué pasaría si el invitado a la mesa familiar es un extraño, es un Otro, que, por su naturaleza más bien desata el deseo de acogerlo, aunque habrá alguien con pensamientos contrarios. ¿Se relaciona con los migrantes que llegan a una tierra, o con los miserables que son apartados por su condición? Béjar Portilla nos pinta un ser insectoide, alguien que pronto es querido. Uno de los niños de la familia abriga el deseo de eliminarlo, usando un producto químico. Sin embargo, más allá de que podamos responder la pregunta señalada, el autor anticipa la idea de que la interculturalidad nace del deseo de admitir lo distinto.

“Pajaralia” es una fantasía sobre un padre de familia que escribe sobre unos dinosaurios para una tarea escolar. El cuento, experimental en su forma narrativa, está contado en casi un solo párrafo, con pocos cortes y diálogos que aluden al relato. Pero de fondo está una interesante reflexión sobre cómo los dinosaurios, o dígase mejor, los seres vivos en la Tierra, bajo el dominio del capitalismo, son cosas, son objetos de transformación y de explotación. El énfasis es ecologista y el texto-relato que encierra el cuento, a modo de autorreflexión, nos hace descubrir que nuestro pensamiento, nuestras ideas son la propia máquina del tiempo por el que vemos pasar la historia, si se quiere, de la humanidad transformada por la máquina, por la revolución industrial, por la experimentación, etc.

“Teófilo” apela a la idea de las torsiones del tiempo (demás declarándolo en el relato). Pero el asunto nos pone en un hecho cotidiano. El narrador habla de Teófilo, un muchacho en la época de los movimientos revolucionarios y las dictaduras de la década de 1960-1970. Enfrenta a una supuesta Comunidad de Inteligencias Atentas, donde están otros personajes, entre ellos un francés, Pierre Perardí y un pordiosero, Arbaiza. El narrador nos habla para contarnos lo que sucedía entre ellos, como aspirantes a espías y a viajeros en el tiempo, particularmente Peradí, el cual afirma que había ido al 1975 para ver algo. La cosa que nadie le cree, a partir del cuestionamiento de ese muchacho inquieto. Pese a ello, el cuento está estructurado como si todos los personajes habrían estado en otro tiempo futuro, pero no se dieron cuenta porque la cotidianidad de los hechos les atosiga más.

“Final de viaje” es un testamento frente al devenir humano. El tono es casi apocalíptico: somos producto de un proceso social y político que nos vuelve en máquinas profesionales que solo salimos al mercado a exterminar, a depredar, y a creer que vivimos en un mundo feliz. El mundo actual-futuro ya no tiene la huella de la naturaleza y ante él, el nuevo niño que nacerá ya está “parasitado”, como dice el autor en una parte de su texto. Este verá el envejecimiento el Sol tal como ha visto deteriorarse la propia calidad de vida.

“Dulce lactancia” toma como centro a una pareja, en un futuro lejano, que decide tener un bebé a la usanza natural, procreando en el vientre, en lugar de un centro biogenético. El desafío es probar que lo que caracteriza a la humanidad es su capacidad de crear seres propios, con sus defectos y sus fortalezas, contra un tipo de sociedad que prefiere dejar a la eugenesia, al control maquínico del Estado, a las políticas de natalidad, el nacimiento de los futuros ciudadanos. El cuento, en tono pesimista, demuestra que la supuesta evolución humana, producida por la medicina, por la tecnología, por el control de lo sensible, llevaría a que las nuevas generaciones de seres humanos o son un producto industrial o material genético para los museos de investigadores del pasado.

“La investigación debe cesar” acaso es un cuento de alerta con preocupaciones más bien éticas acerca de la investigación científica. Un extraño fenómeno cósmico que tiene consecuencias en el modus vivendi terráqueo, al principio imposible de explicar por las teorías y los modelos científicos, termina siendo enterrado por el orden internacional con racionalidad positivista. Un viejo científico se atreve a dar la alerta; cuando es desoído, debe apelar cuando en el tiempo se ha olvidado el fenómeno que ha transformado la convivencia humana. La cuestión de fondo es que la ciencia no se ha fijado en algo mayor del fenómeno, que este era la mirada de Dios: Béjar Portilla parece cuestionar que la razón científica, al erigirse como única, establece un muro y una ceguera ante algo que está ante nosotros mismos: la belleza y el misterio de la creación.

Puerto de Luna (1986)

Portada del cuentario “Puerto de Luna” de Carlos Béjar Portilla.

El cuentario Puerto de Luna (Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1986), varía en estilo de los anteriores, porque trata de ser un homenaje, además, a la obra de Jorge Luis Borges. En este libro se puede considerar como cuentos de ciencia ficción: “El señor Wu” y “Epílogo imaginario”.

“El señor Wu” presenta a un creador, a un demiurgo. Como un dios, crea a su antojo seres, los hace correr, devorarse entre ellos. En un primer nivel es un juego de fantasía, porque en otro, sabemos que este personaje tiene que enfrentar el silencio y el aburrimiento de su amante. Y más allá de ello, Wu se desentiende del mundo y crea a un lector y, con él, se adentra al infinito. El cuento es un juego de imágenes y gracias a eso, de pronto caemos en cuenta que es un pequeño juego que nos hace ver, desde distintos puntos de vista, el universo de las cosas.

“Epílogo imaginario” precisamente está dedicado a Borges. Digamos hasta acá que una característica de la cuentística de Carlos Béjar Portilla es la narración en varias voces al mismo tiempo. Esto puede causar cierta confusión, pero, al mismo tiempo, es una estrategia de una voz onírica y sobrenatural que se hace presente con la intención de hacernos notar que quien nos habla, a veces, si bien es el autor, otras es el personaje, pero a la final, puede ser el mismo lector. Estrategia sutil y potente que permite, por otro lado, pasar a planos de tiempo y espacio, a planos narrativos de mundos alternos. Lo que sucede en este cuento es que Borges es visitado por un viajero del futuro, el propio Béjar Portilla, que le pide que escriba un epílogo del libro Puerto de Luna, escrito 30 años después. La paradoja se instala inmediatamente, porque, cuando identificamos a Borges, de pronto caemos en cuenta que él mismo ha sido protagonista de sus libros que nos llevan atrás y adelante en el tiempo; es decir, el tiempo se hace intemporal, simultáneo, multiverso. El escritor en ciernes, Béjar Portilla es un pájaro de un bestiario escrito pero que vive en tiempo futuro y ha escrito un libro que se publica 30 años más adelante; sin embargo, el razonamiento de ese pájaro, que sirve para convencer a ese otro escritor, es que el tiempo va para atrás, de tal modo que su libro es un pretexto para deshacer la historia en sí, o sea, desmadejarlo. En este contexto, el cuentario que hace referencia “Epílogo imaginario” es una construcción de tiempo atrás, que intenta ser leído no desde el presente, sino desde el futuro.

40 cuentos ecuatorianos (1997) (compilación de Carlos Calderón Chico)

Portada del cuentario “40 cuentos ecuatorianos” de Carlos Calderón Chico.

En la compilación de Carlos Calderón Chico, 40 cuentos ecuatorianos (Sociedad Ecuatoriana de Escritores, Núcleo del Guayas, Manglar Editores y Banco del Progreso, 1997), aparece un interesante cuento de Béjar Portilla, “La palabra”.

“La palabra” es un cuento sobre un mundo acaso anti-utópico, en el que el Estado ya no existe prevaleciendo en su lugar lo que se llama el Gran Silencio. Se ha inventado una máquina poderosa, el acutrón, una gran oreja, que “escucha” y transforma lo que piensan y dicen los ciudadanos en cualquier cosa. Los libros en principio prohibidos, ahora, gracias al acutrón, se convierten en otra cosa: por ejemplo, los libros de Balzac sirven para la culinaria y la gastronomía, o el Quijote de la Mancha permite la elaboración de camisas de fantasía, e incluso los libros de Hawthorne produce féretros. Tal máquina ha hecho que todos se conviertan en dioses de sí mismos, porque concretan lo que uno desea. Puesto que la voz del poder ha desaparecido y ha hecho que el bullicio de la gente prevalezca, produciendo un gran estertor, el mundo también ha llegado a su declive, porque la palabra, en lugar de enriquecer, hizo volatilizar incluso a las personas, a los individuos, haciendo que el Silencio ahora se ahonde con mayor radicalidad. La paradoja está en que el imperio de la palabra, si produce un ruido enorme, llevando al gran silencio (una forma de decir que el ruido lleva a una afonía donde nadie se escucha), al mismo tiempo hace desaparecer la memoria de los tiempos. Béjar Portilla se anticipa a la era de internet y de la sociedad de la información y de la comunicación.

Comprender la ciencia ficción de Béjar Portilla

Tal el conjunto de los cuentos de ciencia ficción de Béjar Portilla. Justamente en “Epílogo imaginario” el autor esboza unas ideas (en boca de su narrador borgiano) sobre su periplo en la ciencia ficción. Para comenzar afirma que todo “cuento es básicamente una mentira bellamente dicha”. Juega con la idea de que toda construcción de mundo posible implica invención y fingimiento. De este modo se hace creer algo como si fuera una lectura de lo real. Y más adelante precisa: “Lo suyo (relativo al escritor) parece veraz a pesar de transcurrir en un tiempo que aún no ha arribado para mí. El problema del futuro es que al carecer de puntos de referencia es como un jardín zoológico lleno de bestias desconocidas que no se pueden nombrar, por ello, tal vez, el escritor de ciencia ficción es tan venido a menos en el gremio”. ¿Se puede creer a un mentiroso? O, mejor dicho, ¿es posible hacerle caso a un fantasista? Es claro que toda historia de ciencia ficción, por más anclada en el futuro, con sus bestias innombrables, con su amoblado fantástico, debe parecer veraz. La cuestión de la ciencia ficción, en este marco, es persuadir con su pálpito creativo a algo que aún se muestra posible. Y más aún es convencerse de que es una lectura que, diseñada en el futuro, espera un lector del presente para que el futuro sea posible. Y allá aparecen imágenes interesantes que nos hacen pensar sobre nuestros sueños y nuestras pesadillas.

Así, según lo reseñado el mundo posible del que se hizo un extrañamiento es el producido por el capitalismo que convierte la vida cotidiana en el engranaje de un sistema dominado por máquinas paradójicas, por controles computacionales, por dispositivos sociales que disipan la existencia del ser humano. En el meollo hay asuntos como el de la explotación minera en el espacio exterior, la idea de la libertad individual por sobre alguna forma de dominio, la búsqueda de nuevos paradigmas, la necesidad de volver a pensar las utopías, el uso social de las máquinas y de las ciencias, para bien o mal, lo ecológico, los excesos de la sociedad de la información. Lo nuevo, por impacto de las ciencias y las tecnologías, es hacernos conscientes de las realidades que vivimos en el mundo contemporáneo donde el sentido de la vida está depositado en la confianza, precisamente, de la tecnociencia.

Se trataría de una ciencia ficción que pone en evidencia que el mundo contemporáneo es ya del tiempo futuro. Cuesta creer que ello es así (por lo menos si nos situamos en el tiempo de la publicación real de los cuentarios). Empero, Béjar Portilla, tomando en cuenta su afirmación (el de “Epílogo imaginario”), nos hace conscientes que ese tiempo futuro que vivimos en el presente, estaría anclado, estaría constreñido precisamente al futuro: nos desafía a hacer la lectura del presente desde el futuro.

Anotaciones sobre el cuento fantástico de Béjar Portilla

Ahora revisemos un cierto conjunto de cuentos fantásticos de los libros citados. Por ejemplo: “Negro y banca”, “La máscara”, “Digestalia”, “Ulises”, “Pensándolo bien”, “Mochilero”, “Samballah”, “Otra vez, te amo muerta mía”, “De cómo ganan el cielo las estatuas” y “Puerto de Luna”.

“Negro y banca” nos pone dentro de un casino. El retrato es el de un vividor que hace su noche aprovechando la suerte de señoras solitarias de la alta burguesía. La clave de este cuento es el mismo juego de la ruleta con el que inicia: el azaroso devenir la bola es también el de la mirada del jugador aburrido que intenta llenar su espacio.

“La máscara” también tiene como motivo a un aprovechador cuyo plan es llevar a la cama a una principiante de unos rituales de teosofía. El juego entre el ritual de seducción y el de la liturgia teosófica es un contrapunto interesante y a la vez irónico. De lo que se trata es saber que todos tenemos máscaras, incluso en el momento de llegar a la intimidad.

“El juicio” es más bien rocambolesco: es el retrato de un juicio en el que el Juez es sujeto de sus propias decisiones. Béjar Portilla muestra el evento como circense, aunque haya solemnidad en todo el acto acusatorio y la espera de la ejecución en manos del Verdugo. Uno se pregunta, hasta qué punto los juicios no son más que duelos sinsentido.

“Digestalia” tiene como centro una casa donde hay unos niños y un cuidador, el cual, además sueña con una huerta. La casa nos suena vacía porque no están los padres y porque los niños intentan también pasar desapercibidos. El trasfondo, sin embargo, es cómo los padres, en este caso la madre, trabajadora en un hospital, se pierde todo el desarrollo de sus hijos. Por algo la metáfora de las semillas que nunca crecerán.

“Ulises” se ancla en el personaje mítico de Homero. Solo que ahora se trata de un millonario inglés que, tentado por un expedicionario y aventurero en las tierras de la Amazonía, intenta replicar su aventura para traer consigo unos tesoros minerales. La aventura fracasa, se pierde por años y cuando regresa restablece lo que un Juez del Estado había decretado. El hilo de la historia es universal, sin embargo, Béjar Portilla pretende mostrar que toda empresa, por más arriesgada que sea, tiene como correlato la destrucción del seno familiar del que nace toda aventura comercial.

“Pensándolo bien” es un relato autoreflexivo: el narrador evoca la idea ir a un paseo en el que estarán todos los amigos deseados. Pronto percibimos que con quien habla tampoco es el destinatario de la conversación, sino otro, Pepe, uno de los vivos de algún momento pasado. En este cuento el tema de la muerte es curioso: es juego de perspectivas, donde la pregunta es por quien habla y quien oye o, si se quiere, quien está en el lugar del otro.

“Mochilero” asemeja a una declaración contra el sistema. También es autoreflexivo en tono experimental. El narrador prefiere la libertad de las drogas antes que aquella que promueve el Estado y la sociedad de bienestar. Desde ahí, el narrador se convierte en un subversivo de conciencia y de palabra, un anarco que pronto aprende que, por más que combata al sistema, termina rendido por este, por su máquina subjetivante que lo atrapa.

“Samballah” alude a un mundo mítico, donde sus viajeros, sus habitantes, sus seguidores, están en una búsqueda milenaria de la ciudad del bien, acaso, de la ciudad de la utopía espiritual. Como un reflejo, sin embargo, se antepone a la búsqueda esa otra ciudad, la del mal, que tienta, que es Samballah. Cuando la humanidad sucumbe al mal, cuando olvidan la exploración de aquel mundo distinto, fundan Sodoma y Gomorra. Ya no es Dios que castiga ese hecho, sino la propia humanidad moderna con el lanzamiento de la bomba atómica. La gran duda, en todo caso, prevalece, pese a que Béjar Portilla toma prestado el mito bíblico: ¿en qué momento el bien y el mal se confundieron y produjeron ese desastre humanitario que es la hecatombe perpetrada en dos ciudades japonesas en el contexto de la guerra en el siglo XX?

“Otra vez, te amo muerta mía” es, como los anteriores, un cuento con tono experimental, una evocación y un ruego en primera persona. ¿Qué pretende decirnos Béjar Portilla, como si fuera una voz de la conciencia? Que estamos siendo subsumidos por la máquina del consumismo, con la fría piel del materialismo. El espíritu humano, ese que tiene algo de sensible, en efecto, ha muerto: ¿qué hacer para volver a ser más humanos?

“De cómo ganan el cielo las estatuas” muestra a un hombre, un comensal en algún lugar, quien pide un plato de lenguado, tras despedirse de una mujer. Es un ejecutivo que hace digresiones, mientras espera sobre una posible aventura amorosa, sobre el mundo y sus complicaciones políticas, sobre la moda… El autor pretende mostrarnos un estado de ánimo alrededor de la espera de la comida, cuando se tiene hambre.

“Puerto de Luna” es un cuento que alude a un prostíbulo y lugar de baile portuario donde confluyen marineros, corsarios y personajes inventados por la literatura de mares. El narrador irá a buscar a una mujer y pasará la noche. Distinto a los anteriores cuentos, este tiene un halo poético que muestra el lugar como el de un ensueño, como si fuera fantasía pura, con sus colores y sus olores.

En todos los cuentos fantásticos señalados, el extrañamiento es sobre la propia realidad. La máquina poética de Béjar Portilla permite que salgamos de una bola de la ruleta, de un detalle de un restaurant, de alguna parte del cuerpo de algún personaje, hacia esa otra realidad que se nos antoja fantástica: el azar de las relaciones, del acto teatral de los comportamientos, de la ridiculez de ciertos actos sociales, del vacío hogareño, del mundo de los negocios, de la propia muerte, todo visto como si fuera un ensueño.

Conclusión

A modo de conclusión, la obra cuentística de Carlos Béjar Portilla es un caleidoscopio de imágenes anticipatorias y fantásticas. Muestra la maestría de un autor en fabular mundos reales desde lo más mínimo. Juega en su prosa con las palabras y las metáforas; corta en seco los hechos para golpear nuestra conciencia. Como testigo de su época, como viajero y conocedor del mundo, trasmuta sus experiencias en la máquina del tiempo de la literatura. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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