El filósofo Jean-Luc Nancy, en una entrevista realizada por Marisa Artusa (Clarín, Revista Ñ, 24/10, 2016), acerca de los cambios que se suscitan en el tiempo contemporáneo, afirmaba: “Pascal había escrito que el hombre trasciende infinitamente al hombre. Y es un concepto muy bello. [Contra esa tesis, ahora] podemos pensar que se llegó a tal grado de poder, que el hombre se encuentra en un punto de superar sus capacidades técnicas y otras más. Todas las cuestiones de robots, inteligencia artificial, clonación, nanotecnología lo superan. Estamos en una situación extraña porque sabemos que podemos destruir la humanidad entera [si] se comprende que la naturaleza misma ha producido un animal y que este animal destruye la naturaleza entera, la transforma en otra cosa que no sabemos cómo considerarla”.
De esas palabras resuena la idea del ser humano que trasciende, que se trastoca ahora con la propia conciencia de poder que este ha asumido en los últimos tiempos, abrazando y explotando los límites de las ciencias y las tecnologías, no precisamente para trascender sino para destruir el anterior tipo de humano, quizá el más trascendente. El escenario actual, hipotético, es el de una humanidad maquínica, autorreplicada, intrascendente, con efectos en la transformación de la naturaleza, hasta volverla cosa o medioambiente extraño.
Estas imágenes pueden ser el trasfondo de la obra de teatro de ciencia ficción Mickey Mouse a gogo (Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Azuay, 2017), del ecuatoriano Paúl Puma, ahora publicado como libro. Tal obra escrita en 2001 fue representada en 2002 y luego apareció como parte de una compilación, Antología del teatro ecuatoriano de fin de siglo (Casa de la Cultura de Ecuador, 2003) editado por Lola Proaño Gómez. Ahora es publicada como un libro muy bien cuidado, en edición bilingüe (español-inglés), en el que se incluyen dos estudios académicos, uno de la mencionada Proaño Gómez y el otro de Michael Handelsman; la traducción al inglés fue realizada por el escritor José Aldás.
El tema de la clonación es una de las claves de la obra de Paúl Puma. De hecho, quizá esta obra teatral es la primera que la discute, al inaugurar el siglo XXI; el lugar desde el que Puma escribe, sin duda, es desde una perspectiva filosófica y existencial.
Con Mickey Mouse a gogo, estamos en un escenario posapocalíptico, el fin de un mundo hacia 2100, o como Puma declara en la descripción de su trabajo: un “Basurero tecnológico subterráneo” (p. 17), cuya atmósfera está determinada por “una lengua de fuego radioactiva” (p. 19). La presencia de desechos de máquinas, de artefactos, de cosas, su acumulación, asemeja a un cementerio de lo transformado, figurado en una ciudad subterránea (p. 20) donde habitan los clones. El personaje MIC-A-EL-@-W-X-1, un sujeto clonado está allá sobre una excavadora (¿es una especie de trabajador?); exclama la necesidad de salir de ese “infierno”, aunque sabe que está allá atrapado como alguien sin salida. Estas dos indicaciones, el lugar y el personaje, parecen suficientes para señalarnos que el mundo de un futuro hipotético ya no es de humanos sino de sus reemplazos, que operan máquinas y acumulan los desechos de lo que han producido también en forma maquínica: es como el animal humano que, producto de su poder, produce nuevos animales, esta vez sin relación con la naturaleza, al modo de Nancy. Percibimos un panorama oscuro, opresivo, con un aire de oquedad, donde la voz de este clon resuena desesperadamente.
Se podría decir, sin embargo, que además ambas indicaciones a su vez son metafóricas. De hecho, Puma trabaja en su obra entre dos niveles con una complejidad sin precedentes: salta del escenario y del acto inmediatamente a la metáfora, sin que ello impida que comprendamos la historia de MIC-A-EL-@-W-X-1, este ser clonado que poco a poco se va dando cuenta del vacío existencial que denota su carácter. El escenario con la excavadora y la atmósfera, si bien presentan a un mundo posapocalíptico, al mismo tiempo aluden a un mundo detenido, quebrantado por el mismo ejercicio de sus predecesores: los humanos. MIC-A-EL-@-W-X-1 por ello dice: “Mira en lo que ha quedado nuestro paraguas de espantapájaros de circo” (p. 18). Frase curiosa y plenamente crítica: de antemano el personaje toma conciencia que, de artificio, ha pasado a ser protagonista de un mundo sin esencia o, si se quiere, el mundo mismo, el circo de la vida (que puede ser una figura simbólica del drama de la vida), donde el ser del humano ha sido reducido a hilachas, a partes, a algo raído. ¿No es acaso la metáfora del paraguas la representación de la estructura (el ADN) que recubría solo la vida y que, por efecto, de transgredirlo, terminó siendo el artilugio por el cual la vida ha llegado a ser soledad?
El argumento de la obra, entonces, gira alrededor de la pregunta por las consecuencias de la clonación. Es un monólogo autoreflexivo: MIC-A-EL-@-W-X-1 habla, en primera instancia, ante el cadáver de Mic-a-el, hombre, su originador (p. 27); pero su habla, al mismo tiempo, también se dirige al lector/audiencia, como una especie de conciencia que, desde el plano universal, desde lo omnisciente, apela y hurga lo más recóndito.
Sobre el personaje que interpela, MIC-A-EL-@-W-X-1, digamos que es un ser híbrido, asexuado, que asemeja a un dios, a un Adán, pero al mismo tiempo a una diosa, a una mujer que sabe que se ha quedado sin alguien quien es parte de su ser. ¿Puma hace una lectura transtextual al mito de la creación, cuando se señala que de una parte del hombre nació la mujer, ahora en sentido que la parte ha vuelto intrascendente al cuerpo que lo originó? El/ella dice: “¿Cómo podré seguirte ahora amor mío?” (p. 19), tras reconocer que sus hermanos, sus semejantes, sus otros yo, le han comido, le han dejado sin lo sensible: “Ya no queda alguien que me instale un programa de felicidad” (p.19), dice. En otras palabras, ese sujeto clonado, es un ser maquínico (por algo porta en la frente un código de barras) que intenta sentir, que tiene un ser parecido a los seres humanos, pero por su propia condición, lo parecido, lo semejante, se ha quedado en la carcasa, en lo exterior y, puesto que al parecer ha aniquilado a sus originadores, a los humanos, para ser humano otro, ha perdido lo que caracterizaba probablemente a la humanidad, es decir, el error, la conciencia de su propia debilidad.
De este modo, este personaje es consciente que porta ahora un gen modificado, constituyéndose en un “homus tecnologhycus [con] el gen de la inmoralidad, de la inmortalidad humana [… es decir,] el aparato de la muerte cíclica” (p. 22). Ya no es el ser humano mismo, sino uno modificado en dos sentidos: en forma inmoral, con el objetivo de ser inmortal. Puma juega con las palabras para producir significancia. La clonación, vendría a ser un experimento que traspasa todo límite de lo humano con la pretensión de “perfeccionar” al ser humano, dejando en obsolescencia al mismo; este problema supondría una nueva forma de eugenesia, llevando al extremo el proceso de selección y, de acuerdo a ello, la constitución del superhombre. Aunque para la ciencia la clonación puede ser un pretexto evolutivo, en la ciencia ficción de Puma es un hecho inmoral. Supondría una especie de abandono de una ruta que debería llevar a ser mejores como personas (si nos fijamos bien la etimología de lo moral, este como ethos) trastocándose solo en el mejoramiento biológico o físico. Este hecho, desde ya, traduciría a una época inesencial, maquínica, de meras construcciones o transformaciones hasta volver todo basura tecnológica, tal como Puma estaría proponiendo, época donde se habría renunciado a fortalecer o hacer renacer el espíritu de una humanidad mejor en lo espiritual.
De lo anterior se deriva la otra palabra en juego: la inmortalidad. La clonación es una apuesta a la inmortalidad. Asimismo, es la apuesta del ser humano tecnológico que pretende conquistar la cualidad de los dioses, igualándoles. El problema está en que, en la medida que el ser humano se desentiende del alma y se reafirma en la manipulación genética hasta el logro de recodificar lo que también hace su constitución, va construyendo individuos-cosa, seres sin identidad, seres sin lugar de nacimiento, sin memoria, sin ligazón con un pasado histórico, que, en el caso de Mickey Mouse a gogo se encuentran aprisionados, gritando por la necesidad de un referente. Es curioso, en este contexto, el título de la obra que alude a un personaje de historietas o de la animación cinematográfica: Mickey Mouse, el ratón Miguelito. Es decir, una caricatura, la creación de la industria cultural. Puma parangona MIC-A-EL-@-W-X-1 con Mickey Mouse en sentido que si antes “la carne [creaba] a su espejo, [ahora…] es desplazada por él” (p. 22). Mickey Mouse es un cuerpo que no existe, un cuerpo sin existencia, que sería la “paupérrima” y “pésima” imitación del grito del ser humano, del animal que antes era. Vendría a ser el sujeto esclerótico que devino en cuerpo otro, en este caso, un “pin-up”, además el “anzuelo publicitario” (p. 22) que sirve para que otros, seducidos por el bienestar material, a soñar precisamente en la inmortalidad.
Mickey Mouse en la obra de Puma es un símbolo, tal como Walter Benjamin escribiera sobre aquel y sus filmes en unas breves notas hacia 1931: “Mickey Mouse demuestra ser una criatura que todavía puede sobrevivir incluso cuando se ha desprendido de todo parecido a algún ser humano. Él interrumpe toda la jerarquía de criaturas que se supone culmina en la humanidad” (Benjamin, Selected Writings: 1931-1934. Jennings, Michael; Eiland, Howard & Smith, Gary (eds.). Cambridge: The Belknap Press of Harvard University Press, 1999, p. 545). Aunque su imagen supusiera la trascendencia, en realidad no lo transmite; más bien sobrevive al ser humano, a la cultura; se desentiende de alguna semejanza, incluso humana (en la medida que es un cuerpo antropomorfizado) y se plantea como el prototipo de alguna criatura distinta que tampoco es real. El problema que subraya Puma, en el mismo sentido de Benjamin, es eso, un sujeto clonado, replicado como el de una serie: por algo el “gogo” del título de la obra. Porque este término, en realidad “go-go”, alude a una continuidad, a una especie de dinámica que vuelve a poner en evidencia a la fábrica, a la producción seriada esta vez en tiempo del futuro, al poscapitalismo. Ya que la clonación abre la posibilidad de la recodificación o modificación eugenésica del ADN (mediante las computadoras (p. 28)) y, con ello, la producción de seres humanos que no conocen ni el nacimiento ni la muerte, el horizonte definitivo (el go-go) es de “humanoide[s] nanogénico[s] y biodegradable[s]” (p. 23).
Y con ello, lo que se funda es un horizonte sin futuro, desfuturizado, sin libertad, sin referencias, sin conciencia. En su desesperada búsqueda por asirse de algo MIC-A-EL-@-W-X-1 exclama: “Deshago la memoria del futuro” (p. 29), al saber que no hay horizonte, que no hay escapatoria. Y ahora habla a un señor tecnológico, no a Dios, del cual tampoco tiene respuesta. Este clon habla a un vacío, a su vacío existencial. Por fin reconocemos que MIC-A-EL-@-W-X-1 se ha comido a Mic-a-el, el hombre, además otro clonado (¿una primera generación?). La obra deja abierta la pregunta de este proceso, de este go-go, de la fabricación de seres, de la reconstrucción de la naturaleza a imagen y semejanza del ser humano, por lo menos desde la Modernidad.
Hacia 1916 el crítico de arte Herrmann Bahr, al intentar definir al expresionismo apuntaba: “Este es el punto vital –que el hombre debería encontrarse a sí mismo nuevamente. Schiller pregunta: ‘¿puede el hombre haber sido destinado, por el propósito que sea, a perderse en sí mismo?’ Es una tentativa inhumana de nuestro tiempo el forzar esta pérdida sobre él contra su propia naturaleza. Deberíamos entender al hombre como un mero instrumento; él ha llegado a ser la herramienta de su propio trabajo, y por ello no tiene más sentido, desde que sirve a la máquina. Esta le ha robado su espíritu. Y ahora el espíritu demanda su retorno. Este es el punto vital. Todo lo que experimentamos es gracias a la vigorosa batalla entre el espíritu y la máquina por la posesión del hombre. No vivimos del todo, ya hemos sido vividos; no tenemos libertad vivida, no podemos decidir por nosotros mismos, estamos acabados, el hombre está sin espíritu, la naturaleza está desamparada. Hace algún tiempo atrás nos jactábamos de ser sus señores y maestros y ahora ella ha abierto sus anchas mandíbulas tragándonos. ¡A menos que un milagro suceda! Este es el punto vital –ya sea que un milagro pueda aún salvar a esta humanidad falta de espíritu, sumida y enterrada. Nunca tampoco ha habido un tiempo tan estremecido por el horror, por tal miedo de muerte. Nunca el mundo ha estado tan callado, silencioso como una tumba. Nunca el hombre ha estado más insignificante. Nunca él se ha sentido tan nervioso. Nunca la muerte ha impedido llegar a la felicidad y a la libertad. La angustia grita fuerte; el hombre clama por su espíritu; todo este tiempo es de un urgente y único gran clamor. El arte clama también, en esta gran oscuridad, clama pidiendo ayuda, clama por el espíritu: esto es el Expresionismo” (“Expressionismus” en Harrison, Charles y Paul Wood (eds.), Art in theory, 1900-1990: An Anthology of Changing Ideas. Oxford: Basil Blackwell, 1995, p. 119).
En cierto modo este planteamiento define el carácter metafórico de Mickey Mouse a gogo de Puma. Se trata de una obra de teatro de ciencia ficción en tono expresionista. Se plantea, como he discutido en este artículo, tomando en cuenta la promesa de la clonación, reflexionar cómo el ser humano puede perderse en sí mismo, siendo instrumento y objetivo, al mismo tiempo que sujeto de la máquina del capitalismo y la tecnociencia. En Puma se constata esa imagen de pérdida de libertad, de ruptura con el espíritu y que ahora vive de la atmósfera del horror (la nube radioactiva), queriendo superar a la muerte. Pero, sobre todo, una vez conseguida una falsa trascendencia (en el sentido de Nancy), solo material, clama por su espíritu: en la oscuridad del bloqueo del futuro, en la oscuridad que es la consecuencia de la promesa de la clonación, de la replicación de la vida (sin esencia), ese ser otro, clama por ayuda, clama por algún resquicio de luz.
Mickey Mouse a gogo es, sin duda, seminal: una obra de ciencia ficción que abre reflexiones y preocupaciones. Este artículo es uno de ellos. (IRM)