Ecuador tiene una producción literaria interesante a pesar de sus editoriales reticentes muchas veces a explorar estéticas nuevas. El 2016 ha sido un año en el que la literatura ha ido ganando espacios en los estantes de las librerías; aunque algunas provinieron de editoriales conocidas, otras salieron de editoriales nuevas, aún pequeñas, y otras fueron publicadas en modo de autoedición.
Un panorama general
En promedio en Ecuador se publican alrededor de 4491,5 libros; esto tomando los índices de 2014 y 2015, publicados por la Cámara del Libro Ecuatoriano en su informe de 2015. Se espera el informe de 2016; imaginamos que el promedio no variará. Pero, relativo a la literatura, si en 2014 se publicaron 950 títulos, en el 2015, estos llegaron a 1088, promediando 1019 libros. Proyección similar se podría hacer para el año que concluye. ¡Espero no equivocarme!
Y doy este aserto porque este año ha habido tela que cortar en el mundo literario de Ecuador. Desde novelas dirigidas a público infantil y juvenil, hasta gustos más exigentes. Ha habido literatura de género negro, experimental, realista, reelaboraciones de mitos, etc.
La ciencia ficción ecuatoriana en el 2016
¿Dónde se situó la ciencia ficción en el anterior panorama? Hay que decir que los cultores de ciencia ficción en el país siguen siendo pocos. Se puede estimar que enfrentan al miedo de las casas editoriales locales por los temas que tratan: ¡ciertos lectores estiman que la literatura tiene que acercarse más a la realidad!
Con todo, digamos que lo que se ha publicado es poco y tiene ciertas vertientes.
Por ejemplo, el libro de Margoth Proaño Miranda, Las dos caras de Ganímedes (Creaciones gráficas Robles, 2016), es ciencia ficción con pretensiones formativas y morales. Ya le dediqué una reseña a este libro que, por otro lado, es un nuevo intento de su autora para hacer ciencia ficción. En mi reseña publicada en Amazing Stories: “Las dos caras de Ganímedes: ciencia ficción didactista”, decía que tal obra trata de aleccionar sobre la existencia de seres extraterrestres, los cuales estarían vigilando que en algún momento la humanidad evolucione a un estado superior.
Otro libro publicado en el año es ¡Diodati, idiota! (Autoedición del autor, 2016) de Rodolfo Salazar Ledesma. El autor aprovecha la celebración del nacimiento de Frankenstein. En la reseña que publiqué, “200 años de Frankenstein: a propósito de ¡Diodati, idiota! de Salazar Ledesma”, hice notar del carácter ecléctico de la novela ecuatoriana, porque mezcla la poesía y una trama que tiene el gusto de experimental; lo interesante es que Salazar Ledesma hace como si Frankenstein y Mary Shelley fueran unos seres del siglo XXI, como especies de seres que buscan las huellas de sus orígenes.
Una joven incursión a la ciencia ficción fue la de Rubén Gallardo Buitrón con su novela thriller Agente Wrett (Gania, 2016). En mi artículo “El Agente Wrett o cómo salvar el mundo en pocos pasos”, intenté acercarme a esta obra que mezcla el imaginario de las tecnologías extraterrestres con asuntos de agentes secretos en mundos paralelos. La obra anuncia a un escritor que en el futuro podría llegar a más.
La editorial Zonacuario, especializada en literatura para niños y adolescentes, apostó a revivir a un personaje que hace años circulaba en los periódicos, un súper héroe de nombre Capitán Escudo. Este año, en efecto, lanzó tres volúmenes, en formato de novela gráfica, del Capitán Escudo (Zonacuario, 2016). En 2015 le dediqué un pequeño artículo a este: “Superhéroe: el Capitán Escudo” en Ciencia ficción en Ecuador. ¿Qué tiene de particular este héroe? Pues que es una especie de símbolo que lucha contra la corrupción, la desidia, los malos hábitos, la política, la demagogia. Sus creadores le rodearon de seres con nombres y perfiles de los más caricaturescos, pero no por ello malvados. El Capitán Escudo es un súper héroe del tiempo presente en un mundo futurista ecuatoriano, por paradójico que esto sea.
Otra novela publicada en el país es Más allá de la muerte (Municipio de Guayaquil, 2016) de Gonzalo López. Su tema es acerca del destino de las almas; para contarlo usa los recursos de la ciencia ficción en la medida que trata de poner en diálogo la filosofía y las ciencias.
Habría que incluir en esta lista una novela de tono fantástico. Es el caso de El Principito y el zorro de los Andes (El Conejo, 2016) de Daniel Yépez Brito. Se trata de una relectura del clásico El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Esta vez el personaje se sitúa en el mundo andino en diálogo con los mitos y la cultura originaria del país. De este modo, el autor nos pone a ver la riqueza filosófica y de vida de los Andes y de su gente.
A modo de evaluación
Es evidente que, de la cantidad de libros de literatura que se publican en el país, ni un 1% corresponde a la ciencia ficción. ¿Es un problema?
Más o menos diré que en promedio son 4 libros de ciencia ficción que se publican cada año, desde la década de 1990. La ventana de la ciencia ficción en el país es chiquita pero no por ello razón para desconocerla; puede haber muchas razones. Como se dijo antes, para comenzar, muchas editoriales nacionales, de las pocas que hay, parece que no se aventuran a provocar imaginarios de futuro.
Pero también falta oficio. Un problema de la literatura ecuatoriana es que aún sus cultores miran otros hechos, muchos de ellos situaciones personales, cuestiones que ameritan más bien la mirada de un sicólogo. A ratos se siente que la literatura ecuatoriana mira su propio ombligo y no se impulsa a trascender. Esto tampoco quiere decir que haya autores que hagan brillar el cielo literario de Ecuador; y este año ha sido interesante: por lo menos, para el caso, recomiendo leer: “Libros del 2016” de Sandra Araya en La Barra Espaciadora.
Pero hay un problema que el campo literario no se ha tomado en serio. El gobierno ecuatoriano se propuso hace pocos años el cambio de la matriz productiva, obligando a que las industrias produzcan para exportar; pero, sobre todo, enfatizó la necesidad de hacer de Ecuador un país productor de ciencia y tecnología. Todos los cambios de ordenamiento jurídico, educativo y productivo pareciera que se orientaron a este último campo. Empero el campo literario no se dio por aludido. Es decir, si habría que crear imágenes de cualquier naturaleza –críticos o no, propositivos o no, propagandísticos o no, etc.– respecto al impacto de la ciencia y la tecnología en el futuro, desde la literatura ecuatoriana, el momento pareció propicio.
Alguien me dirá que la literatura no tiene nada que ver con la política o con el desarrollo de un país. Habría que recordar, como dice Jacques Rancière, que la literatura tiene su parte en el reparto de lo sensible, es decir, en hacer que haya una redistribución de voces, de imaginarios, de lograr que ciertos razonamientos aparezcan traducidos a expresiones que puedan modificar las prácticas y modos de ver el mundo. La ciencia ficción lo ha demostrado y lo sigue demostrando, pues si no hay imaginarios de futuro hoy no se podría hablar de carrera espacial, de poner interés en asuntos que antes parecían distantes, como ser las cuestiones relativas a los avances de las ciencias, solo para citar algo. No quiero con ello postular que la literatura recoja lo que en el positivismo se hacía, sino hacer consciente que, como postula Rancière, hay una política de la literatura, o sea que la literatura dialoga con la realidad, precisamente porque también hace política.
Los libros citados de ciencia ficción ecuatoriana se mueven entre el didactismo, el thriller, la fantasía, etc.; tratan de brillar en el panorama descrito, pero, como dije, es cuestión de oficio para seguir bregando en la ciencia ficción, género exigente. Esperamos que en el 2017 haya más títulos.
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