Ante todo, deseo saludar educadamente, pues es mi primer escrito para Amazing Stories. Mi intención es hablar de muchos temas, entre los que estarán las reseñas y comentarios de obras de ciencia ficción venezolanas, artículos de opinión (como éste) y algunas notas de tipo académico que pueden ser de interés para escritores, o más bien para aprendices de escritores. Que no soy maestra ni nada, pero me gusta compartir mis ideas al respecto. Espero que les gusten.
En esta ocasión le doy vueltas al prejuicio de que la ciencia ficción, y la literatura fantástica en general, es escapista, que sólo es para divertirse y, llevando este pensamiento al extremo, que es para niños. ¿Cuántas veces no hemos visto el alzamiento de ceja cuando alguien se entera de que estamos leyendo literatura fantástica? Yo, muchas veces. Cuando era más joven e inmadura, me defendía evitando hablar de mis lecturas con los no iniciados. Hoy en día ya poco me importa lo que piensen, pero me da un poco de pena por ellos, pues no saben lo que están perdiendo. Porque pierden, y de parte de lo que pierden es que quiero hablar hoy. Por cierto que esta nueva corriente de literatura juvenil (young adult, como le llaman en inglés), que está compuesta en su mayor parte por historias que sólo se diferencian de la “literatura adulta” en que tienen menos violencia explícita y menos sexo explícito, en mi opinión, no ayuda a eliminar le prejuicio de que los fans leemos cuentos para niños. Ojo que no critico esta corriente, al contrario, porque si puede favorecer que los jóvenes lean más, y de paso que no dejen de soñar y vivir sus fantasías, estaremos creando un mejor mundo para vivir. Pero ése es otro asunto.
El tema es que hay ciencia ficción escapista, que sirve para pasar un buen rato y poco más. Y es excelente que así sea. Pero hay mucha más ciencia ficción que te hace pensar. A veces sin que te des cuenta. Y eso es maravilloso. Voy a ilustrar esta idea con dos ejemplos de mis propias lecturas, y que me han afectado en lo personal porque se relacionan con acontecimientos de mi vida.
Uno de los dos ejemplos que quise mencionar es el cuento “Nacido de hombre y mujer” del recientemente fallecido Richard Matheson. Era un cuento que había leído hace eones y al cual volví por ese extraño fenómeno que nos lleva a releer a los autores cuando se nos van o cuando se cumple algún aniversario especial de su muerte. Evidentemente mis opiniones al respecto de este cuento van a estar cargadas de spoilers porque es inevitable hacerlo así. Me disculpo por adelantado, pero les estoy avisando, así que si no han leído el cuento, háganlo, o dejen de leer aquí.
Cuando leí “Nacido de hombre y mujer” por primera vez, no me afectó en demasía. Para mí, en aquellos lejanos, jóvenes e irresponsables días, fue simplemente un cuento más de mutantes. Pero hoy por hoy, siendo madre reciente, me he tenido que replantear muchas cosas. Una de ellas es la responsabilidad que uno tiene como padre. Pienso que hay demasiados adultos que no asumen su responsabilidad como es. Porque uno no sólo procrea, caramba. Uno ha creado una vida (o no, pues mi reflexión vale también si adoptamos) y luego es que viene lo bueno: ayudar a formar a un ser humano. Un niño es un individuo. Puede que sea inmaduro emocionalmente, puede que no tenga nuestra fuerza, ni el tamaño adecuado para hacer muchas cosas, puede que sea frágil, o que no tenga nuestros conocimientos. Pero tiene derecho a ser tratado con respeto. Por ejemplo, ¿por qué dejarlo llorar a gritos cuando hace una rabieta, si lo que él o ella necesita es que le enseñemos a dominar sus emociones fuera de control? ¿Por qué tratarlos como tontos, si aún antes de aprender a hablar ya entienden mucho más de lo que los adultos a veces queremos aceptar? En “Nacido de hombre y mujer” hay una crítica evidente a los accidentes nucleares, producto seguramente de su época (fue publicado en 1950, en pleno comienzo de la Guerra Fría). Pero hoy por hoy yo veo una crítica más profunda a la paternidad irresponsable. Porque el protagonista es un niño de ocho años. Terriblemente deforme, la descripción que el mismo protagonista muestra de sí mismo me hace pensar en que parece más una araña gigante que un ser humano, pues tiene varios pares de patas, trepa por las paredes, tiene sangre verde, es extraordinariamente fuerte para su edad y su tamaño es desproporcionadamente grande. Pero es hijo de este matrimonio y ellos no sólo se avergüenzan, sino que abusan constantemente del él: lo han hecho crecer encadenado en un sótano húmedo y oscuro, sin interacción social, ni cariño, ni educación, nada de nada. Le han negado todos los derechos humanos. Ni siquiera le hablan. Lo golpean de manera salvaje. Por miedo, por asco, por vergüenza. Por lo que sea, el caso es que no lo tratan con menos que nada de empatía. Y el niño es un niño, con necesidad de afecto, necesitando límites, explicaciones, con hambre de comprensión del mundo que lo rodea. Y eso que él no llega a darse cuenta real de la diferencia que hay entre él y su hermana, una niña normal que vive una vida normal al lado de sus dos amorosos padres, los cuales incluso llegan a hacer fiestas en casa mientras su primogénito permanece silencioso en el sótano. Pero al final es tanto el abuso que nuestro protagonista de rebela contra sus padres y el cuento termina con él preparándose para hacerles daño, mucho daño a sus padres. A quienes él, a pesar del maltrato, amaba a su manera.
Si ahondamos en la historia, el paralelismo con casos reales es abrumador. Un niño que no enorgullece a sus padres, porque está deforme, porque es feo, porque salió “morenito”, porque sufre de alguna deficiencia mental, porque está enfermo, porque es poco inteligente, o simplemente porque sus padres tienen algo más importante en sus vidas que querer a su retoño. Una hermana que es más bonita o inteligente o está sana o da menos trabajo o simplemente llegó a sus vidas en un mejor momento. Un niño que no es amado, una hermana que sí lo es. Un niño que es golpeado, ignorado, maltratado verbal y físicamente. Un niño que no sabe nada del mundo, a quien no le han enseñado a lidiar con sus emociones, a quien no se le han dado herramientas para vivir. Un paralelismo obvio también con el monstruo de Frankenstein, el cual tampoco era “malo”, sino que fue rechazado por su creador (¿su padre?). Un niño que finalmente crece hasta ser más alto y fuerte que sus padres y que un día decide no dejarse maltratar más. Imaginemos por un momento que la historia que nos cuenta “Nacido de hombre y mujer” fuera cierta, quitando tal vez los elementos fantásticos y dejando tan sólo a un niño deforme como protagonista. ¿Qué clase de elemento queda suelto en la sociedad una vez mate a sus padres y huya de su casa? ¿Un delincuente? ¿Un antisocial? ¿Un sociópata? Y eso sin tener cuerpo de araña, válgame Dios…
El otro ejemplo que traigo a colación es la novela “Los desposeídos” de Ursula K. Le Guin. De nuevo aviso: si no la han leído y quieren hacerlo, paren aquí. En esta novela nos muestran una sociedad más distópica que utópica, aunque es la materialización de una idea positiva, al menos en sus bases. Sucede en un sistema planetario muy lejano, en un futuro muy posterior a una oleada de colonización humana ya acabada. En este sistema planetario los humanos han formado una sociedad aparentemente capitalista en el planeta habitable. En algún momento de su historia, se forma un grupo de pensadores tras una líder que promueve un estilo de gobierno muy peligroso (para los dirigentes del planeta, se entiende): un gobierno sin gobierno, donde todos sean iguales, responsables de la misma forma por la sociedad, donde no exista la propiedad, donde todo sea de todos y a la vez de nadie. Y esta mujer y sus seguidores son encarcelados y luego exiliados a vivir en la luna de ese planeta. Sorpresivamente son acompañados en su exilio por más de doscientas mil personas, y forman una sociedad utópica en la luna. No es la Luna como la conocemos: ésta es habitable, se puede cultivar en ella, hay atmósfera y agua. Pero sus recursos son muy limitados y quienes hacen su vida allí son extremadamente pobres. Están al borde de la muerte por hambre y por ello deben incluir entre las premisas de su sociedad el aprovechamiento racional y desesperado de los recursos. Nadie come más de lo que necesita para sobrevivir, por ejemplo. Pero todo el mundo, en principio, tiene todo lo que puede necesitar para sobrevivir, porque nadie tiene más derecho que los demás. No hay gordos empresarios que se lucren de la pobreza de los otros. Nadie tiene lujos. Y cuando la comida no alcanza, todos pasan hambre por igual.
La historia que la autora cuenta es la de un físico que nació en esa luna, se crió allí y un día encuentra que su investigación es silenciada por el encargado de decidir las líneas de trabajo en física teórica de la capital. Que es, además, quien decide qué información científica puede ser comunicada a la comunidad internacional (los habitantes del planeta, se entiende). Resulta que él se vuelve un traidor a la patria porque desea compartir su conocimiento y que científicos del planeta lo evalúen y le aporten sus opiniones y le ayuden a crear un nuevo conjunto de ecuaciones que, se verá luego, resultan terriblemente estratégicas para inventar un viaje más rápido que la luz, el cual acabaría con generaciones de aislamiento. La historia desemboca naturalmente en la decisión del protagonista de viajar, sin autorización explícita, al planeta, pues a lo largo de su vida él se va dando cuenta de que el sistema político de la luna está podrido. Corrupto. Lleno de personas que buscan su beneficio personal, que son egoístas, que no respetan los principios básicos de la vida en sociedad, tan necesarios cuando de ello depende la supervivencia. (También se da cuenta de la mezquindad de los felices y gordos habitantes del planeta, porque la novela no pretende defender el capitalismo. Si algo defiende, más bien, es el socialismo, a pesar de que en su obra éste no funciona como debería.)
No puedo evitar comparar esto con Cuba y el bloqueo económico. Yo estuve en La Habana compartiendo con el cubano de a pie y en los pocos días que lo hice pude notar ese desespero por lograr que los escasos recursos alcancen para todos, mezclado con la eficiencia máxima en su uso y la corrupción de sus líderes. Esa combinación de ideología con decepción. Y es un camino que en mi país transitamos también, aunque nosotros tenemos abundancia de recursos gracias al petróleo. Recursos que, sin embargo, no llegan de forma justa a todos. Y el ciudadano normal no encuentra en los mercados lo mínimo que necesita para sobrevivir, así que en la práctica compartimos un poco el desespero de tratar de estirar los recursos al máximo. Y me da miedo acabar como los desposeídos de Le Guin. Pero no sólo miedo me ha dado esta lectura.
Resulta que también me ha hecho ser un poco más consciente de nuestra responsabilidad como habitantes de un planeta de recursos que no son infinitos. Y me desespero cuando veo agua desperdiciada, o gente que se sirve más comida de la que puede comer, o personas que pudiendo servir a la sociedad de cualquier manera eligen ser unos mantenidos. Siento que me he vuelto un poco más responsable como ciudadana del mundo.
Así que, ¿quién es el valiente que se atreve a decirme que la ciencia ficción es nada más para niños o que es sólo un escape? La buena ciencia ficción es la que nos deja meditando, la que cambia algo en nosotros, la que nos toca la fibra de una forma u otra. Sin quitarle mérito a su componente lúdico y de ocio, sin criticar de forma alguna a la lectura escapista que tan agradable es, afirmo categóricamente que la ciencia ficción es para gente grande. Grande de mente, con suficiente apertura como para que las ideas puedan entrar y aposentarse, madurar, crecer y dar a luz otras ideas.
Si más gente leyera ciencia ficción, creo yo, la humanidad evolucionaría para mejor.
Aunque en el caso de la ciencia ficción, el elemento especulativo le da por defecto una componente de seriedad a la casi totalidad de las obras del género, con la única posible excepción de la space opera (y no todas, hay algunas space operas que también incluyen el elemento especulativo). Este elemento es el que te hace pensar, y la ciencia ficción (en su más amplia definición) supera en esto a la fantasía.
Muy buen artículo y no puedo estar más de acuerdo. En mi caso yo digo que hay dos tipos de literatura: mala y buena. El género no tiene nada que ver en el asunto, o es buena literatura o no lo es. La gente que considera ciertos géneros “superiores” o más serios que otros simplemente lo hace por ignorancia.