OPERACIÓN CATÁSTROFE

Villanueva Paravicino, Francois. Operación Catástrofe. Lima: Apogeo, 2024. 192 pp.

 

Ya he tenido la oportunidad de hablar de la obra de Francois Villanueva Paravicino, ya sea en su faceta de cuentista como de poeta. También ya señalé que es un notable y constante (sobre todo) analista literario. Sus atinados comentarios y reflexiones no solo en torno a la literatura, sino también a la cultura pueden verse en el Diario Expresión bastante seguido. Pese a que me he convertido en un entusiasta de su obra nunca había comentado una novela suya. Ya tiene una obra de largo aliento: «Los bajos mundos» (2018), que forma una suerte de unidad con su libro «Cuentos del Vraem» (2017). Ambos volúmenes destacan con un eje importante con respecto al arte creador: la ambientación. Percibimos que estamos en esas zonas convulsionadas de nuestro país, nos sentimos transportados; y los personajes que inundan ese mundo, con sus problemáticas y circunstancias, son bastante verosímiles en su desarrollo. Se nos muestra una nación que no deseamos ver, porque nos duele, aunque al mismo tiempo nos atrae, porque es un viaje al cual podemos embarcarnos sin sufrir daño físico, eso sí, los efectos en nuestras emociones son precisos, por ende, se hacen valederos.

Ya que he leído toda la obra a la fecha de Francois, incluyendo los cuentos y poemas que cada cierto tiempo coloca en revistas de prestigio, donde se ha vuelto uno de los autores ancla, que nunca fallan, me siento animado por la lectura de su nueva novela «Operación Catástrofe». El título aparece así en la portada, con minúscula para resaltar la importancia de las dos letras que inician cada palabra, la «o» y la «c». Esto nos anuncia que habrá una trama ligada a lo policial, militar, espionaje. En este caso, va por el lado del texto criminal. La palabra «Catástrofe», que inicia con mayúscula es aun más compleja, porque nos remite a diversos aspectos concretos y simbólicos en la presente narrativa, además de algunos que se sugieren, y, como puede verse, no son puntos muy tolerables, son violentos y horrorosos.

Ya llegaremos a ello, este breve comentario lo dividiré en tres partes: apuntes generales, la construcción del terror y el suceso inexplicable, el cual convierte esta obra en fantástica.

Sin duda, hay dos personajes principales en este libro y ninguno es humano, cada uno es una entidad que representa objetivos opuestos. La ciudad de Ninareal, ubicada en un país inventado llamado Virú (ya sabemos a qué se refiere), en la selva central, sitio que es un ente bonito en su forma, aunque guarda oscuros secretos. También se le menciona como un valle. Este «personaje» es quebrantado con la aparición de un ente poderoso y agresivo, la compañía Lealth, una industria maderera que tiene acusaciones de corrupción y de contaminación ambiental. No obstante, hay quienes la defienden porque la sienten parte del «progreso» y otros se muestran en desacuerdo, ya que desmorona la aparente estabilidad y limpieza del valle. De hecho, es tan importante la figura de Ninareal (sumida en las garras de esta empresa) que se puede atisbar en la portada del libro: una zona repleta de árboles desde la cual surgen luminiscencias extrañas, aunadas lo catastrófico; se augura un desastre.

Los personajes humanos, obviamente, también son de suma importancia, son varios y de múltiples diseños psicológicos y conductuales, y sí se profundiza lo justo en ellos, más en dos: Sebastián Albur, delincuente de alto voltaje que se halla ligado a los acontecimientos terribles que se describen en parte del libro, tiene por plan ejecutar al alcalde. También aparece Dalmacia, en un relato dentro de la novela, la cual ejemplifica al sujeto inocente, que es víctima de la barbarie terrorista, aunque también de la maldad del individuo común, quien pierde su carácter humano para transformarse en una fiera vengativa y ansiosa de responder ante el dolor que otros le causan. Se podría decir entonces que, pese a que la novela parece dar la impresión de caos, todo está bien armado y elucubrado. Se distinguen tres partes, la historia del tránsito que realiza Sebastián Albur con otro cómplice, la toma de rehenes en la compañía Lealth para que detenga sus operaciones y el relato penúltimo: el de Dalmacia, una maestra, la cual brinda su testimonio en tercera persona. Con este apartado se logra redondear las causas del evento inexplicable que acaece y al cual llegaremos al final de la reseña. También hay un cierre con dos sediciosos que realizan un trayecto en una región intrincada, lo cual simboliza la ruta que siguen los seres humanos, camino que implica toma de decisiones, ante el estar perdidos sin saber cómo llegar, eso sí, optando esta vez por la vía de la fe religiosa. Desde este punto de vista es importante la remanente de la visión judeocristiana, ello no convierte a la obra en una parábola moral, la hace una rica exploración del exorcismo de los demonios que atrapan a la gente, inocente o culpable.

Pasando a la segunda instancia, es determinante la amplia sección enlazada al género negro, con la toma de rehenes y todos los abusos de lo que es capaz la especie humana con el fin de demostrar que «es excitante tener poder sobre otro hombre», como dijo el Marqués de Sade en una película. Una serie de actitudes dantescas que degradan a los empleados de la compañía Lealth. También se ve la conocida imprecisión y ferocidad de las autoridades, y el pensamiento desconectado de la empatía que tienen los grupos subversivos, aunque nos intenten sugerir que tienen sus motivaciones y justificaciones, dentro del discurso ficcional, de la novela, desde luego. La obra muestra con solvencia los hechos y comportamientos, a fin de que el lector obtenga conclusiones, sin descuidar la construcción de una historia envolvente, la cual a mí me ha parecido muy dura, no obstante, necesaria, porque es, como ya dije (al hablar de otras obras del autor) una realidad a la cual le volteamos la vista, pues no nos ocurre a nosotros, no somos víctimas, por ende, nos mantenemos apartados, lejanos.

Siguiendo con esta segunda parte, la terrorífica, aunada al género criminal, podríamos, de cierta manera, ligarla a los relatos clásicos sobre la delincuencia y el terrorismo, aunque no peruanos. Pienso en Jim Thompson, y su clásico «La huida», que también posee un final alegórico, con rasgos oníricos, o en «Venus privada» de Giorgio Scerbanenco, por el estilo tan particular, que no pretenden lograr una prosa elegante, tampoco pulp, pero que sí cuente mucho, diga poco, muestre lo suficiente. También noto ecos de los inicios de Ed McBain (Evan Hunter) y John D. MacDonald, escritores genios que evolucionaron de una manera apabullante, autores quizá hoy recordados por un grupo selecto, por los adeptos y expertos en el género negro. Sin embargo, hoy son reimpresos y revalorados porque poseen una alta calidad, aun en esas obras primerizas. Intuyo que Francois dentro de poco, seguramente en la siguiente novela, logrará una excelencia en el estilo narrativo, en la estructuración de las situaciones y en la implementación de los elementos; ya ha logrado bastante. No es factible que los autores se aboquen a una novela total hoy en día, es lo que opino, porque se suele hablar de muchas cosas sin profundizar en lo indispensable. Francois consigue dosificar su relato de una manera casi perfecta, y elementos, como la violencia política, que yo llamo de modo personal: obras sobre el terrorismo o con pinceladas de grupos subversivos (mal que ha aquejado a nuestro Perú durante mucho), son presentados de a pocos hasta que explotan. También esta obra toca el tema del narcotráfico y sus nefastas implicancias, delito que se encuentra enlazado muchas veces con las operaciones terroristas y criminales de alto vuelo.

Aquí viene la tercera y última parte. La fantástica. Puede pensarse en ciencia ficción, o en lo insólito (lo improbable), mas no, apuntes, como las luces que se ven en las montañas, en un tiempo cercano a la hecatombe (que aparecen en menciones reales y novelas logradas como «Tragedia en los Andes» de Julián Rodríguez Cosme) nos plantean esta absorción hacia un plano imposible, como un aullido divino (se teoriza sobre ello hasta en dos puntos de la novela). Hablo de manera concreta y exacta. El acontecimiento fantástico aparece con un esplendor diabólico, aunque se deduce que la tierra, aquel suelo dolorido, se hartó de ser profanado con tanta maldad, opresión, destrucción (contra hombres, mujeres, niños, y otros sujetos o entidades humanizados: la naturaleza, las creencias, el orden de las cosas). Habría otras maneras de explicarlo. No deseo ahondar en esta parte que toma al lector por sorpresa y que es todo un evento de grandes magnitudes. Eso sería hablar de más y es pertinente de mi parte omitir detalles para que los lectores puedan disfrutar de la novela. Solo dejo en claro el efecto fantástico (imposible) que puede verse en algunos relatos nacionales, donde la Tierra reacciona como si fuera una criatura pensante, como si fuese el verdadero Dios, al que no se le puede desobedecer ni ofender. En «Operación Catástrofe» se realizan de forma perfecta los mecanismos que conectan los planos realista y fabuloso. No es anticlimático, al contrario, aunque es inesperado, acopla las partes como un todo que nos hacer ver más allá.

 

Sobre el autor

Francois Villanueva Paravicino. Escritor. Estudió Literatura y la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023), Operación Catástrofe (2024). Finalista en Poesía del Concurso Nacional de Cuento y Poesía “Huauco de Oro” (2024). Mención de honor del Premio Nacional de Relato Corto (2023) “Feria de Libro de Amazonas”. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relato (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España.

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