Los invito a reflexionar conmigo sobre dos obsesiones en particular que impulsan nuestros quehaceres narrativos: el sur y la liminalidad.
Es el principio del otoño en esta parte del mundo, temporada ideal para leer en una sala con las ventanas abiertas sin importar el calor o el frío, el polen o los insectos, los colores apabullantes o las gamas infinitas de verdes o blancos. De las tres ventanas de aquella sala, la más locuaz y enigmática es la ventana sur. Así, el lector de “La ventana sur” consume historias y mira hacia el sur con curiosidad, incertidumbre, perturbación, rechazo, nostalgia y deseo. Por ello, en esta entrega y las que siguen, los invito a asomarse a ese umbral para vislumbrar lo que ven o creen ver más allá de la ventana sur.
¿Por qué el sur? ¿Desde cuándo el sur?
En la historia occidental de mares y tierras, el fin del mundo conocido, Finis Terrae se encontraba, hasta fines del siglo XV, en el vasto océano al oeste de la Península Ibérica. Conocido como Mar Tenebroso o Mar de las Tinieblas en la Edad Media, era un espacio inexplorado, ignoto, inaccesible e infinito hacia el horizonte. En ese territorio sin límites, criaturas inimaginables y monstruosas, enigmáticas acechaban a quienes se aventuraban más allá de lo conocido. Temor y fértil imaginación no se limitaban a los mares.
A principios del siglo XV, el Cabo Bojador, en la costa atlántica de Marruecos, era el punto más austral conocido. Los viajeros no se atrevían a cruzarlo. La violencia de sus aguas y corrientes, los vientos impredecibles y su fondo marino ambivalente ocasionaron numerosos naufragios, lo que le valió nombres como Cabo del Miedo y Padre del Peligro (Abu Khatar en árabe). El sur del Cabo Bojador se consideraba infranqueable e intransitable, envuelto en leyendas de magia y serpientes marinas gigantescas que devoraban embarcaciones.
En 1434, Gil Eanes navegó al sur del Cabo Bojador y así, Finis Terrae–o Finisterre–se desplazó hacia el oeste y el sur. Este sur-oeste se convertiría pronto en una región mítica, maravillosa y monstruosa para los viajeros europeos. Así, el Mar Tenebroso pasó a llamarse Mar del Norte (hoy, el Oceáno Atlántico) y, cuando los exploradores cruzaron el istmo de Panamá y encontraron otro vasto oceáno, lo llamaron Mar del Sur (hoy, el Océano Pacífico).
Así se abrieron nuevos “sures” por explorar y, con estos, más seres monstruosos y nuevas Finisterre, tierras en los confines del mundo habitado, llenas de seres de especies nunca antes vistas.
La zona tórrida y sus habitantes
La línea ecuatorial era conocida en la Antigüedad como la zona tórrida. En el siglo XVI, se creía que la vida
humana en la zona tórrida era imposible debido al extremo calor de los rayos solares. Además, se consideraba que todo lo que estuviera debajo de la zona tórrida, al sur del ecuador, eran las tierras incógnitas de los antípodas (Macrobius), habitadas por personas que, al estar en el lado sur del globo, vivían boca abajo, con sus pies más arriba que sus cabezas (Sebastian Muenster, 1544). Se creía que en la región de los antípodas, la lluvia y la nieve caían de abajo hacia arriba. La imaginación sobre el
desconocido sur se llenó de sirenas, hombres cíclopes, tritones, hombres-pez, cinocéfalos (hombres con cabeza de perro, a los que también se asociaba con los caníbales), siameses, blemios (hombres sin cuello ni cabeza, cuyos ojos y boca se encontraban en el pecho), ástomos (hombres sin boca), hombres con cola y pandas (hombres que nacían con el cabello canoso que se volvía negro con la edad) (Sebastian Muenster) Los viajes exploratorios al sur de Sudamérica también encontraron a los gigantes Patagones y a los panotti, hombres pequeños con orejas enormes queusaban para cubrirse cuando dormían (Johann Zahn, 1696).
El sur del sur
Con el paso del tiempo, el sur continuó desplazándose hacia el polo austral del planeta. Este desplazamiento no aplacó la imaginación en torno a lo extraño, lo inusual, lo enigmático, lo monstruoso, lo insólito. Los seres extraños de siglos pasados dieron paso a entidades desconocidas, incontrolables y amenazadoras en las inigualables plumas de Edgar Allan Poe y Howard P. Lovecraft. En Narración de Arthur Gordon Pym (The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket, 1838), Poe explora espacios amenazantes que culminan cuando los personajes principales, Pym y Dirk Peters, se aventuran hacia el gran desconocido, el polo sur. Por otro lado, en su novela corta de ciencia ficción y horror En las montañas de la locura (At the Mountains of Madness, 1931), Lovecraft relata la historia de una expedición fallida a la Antártida en 1930, cuya montaña maligna y oscura (identificable con el Monte Erebus) alberga seres monstruosos—y sus esclavos—de otros mundos.
La fascinación por el sur en la literatura, el cine y otras formas artísticas no se detiene, como lo demuestra el creciente número de películas de horror y ciencia ficción oscura, como “El enigma de otro mundo” (1982, 2011), “Virus” (1980), “Nuevo Alcatraz” (2002), “Piel fría” (2017) y “Blue Beetle” (2023). Esta producción cinematográfica ha generado lo que hoy se conoce como el “horror antártico”. A estas se suman las producciones en plataformas de streaming como Netflix, Hulu y Amazon Prime, que representan al sur como una distopía amenazante que esconde entidades extrañas e insólitas. En su libro de cuentos Miedo en el sur (2016), Ana María Shua abre las puertas de la imaginación en torno a lo que reside en el sur de América: monstruos terroríficos, mundos cambiantes y leyendas que resultan más reales que nuestra vida diaria. De esta manera, el sur persiste en la conciencia humana como un espacio oscuro que, a pesar de la desazón que provoca lo incierto y lo ignoto, o quizás precisamente por ello, nos atrae irresistiblemente, como los polos magnéticos de nuestro planeta. Es, así, una mina para relatos de terror, horror, literatura fantástica y ciencia ficción.
Con la certeza de que el polo magnético sur colabora con el del norte para neutralizar las radiaciones solares y posiblemente evitar eventos catastróficos que nos acerquen al fin del mundo, cierro ahora esta ventana sur. En próximas entregas hablaremos de la liminalidad del sur y otras dimensiones que alimentan ferozmente nuestra imaginación y nos impulsan a escribir. Cuando se trata de plasmar nuestros sures en palabras, debemos hacerlo antes de que nuestros monstruos se desvanezcan en el olvido de lo mundano.