La ciencia ficción de Fernando Naranjo Espinoza

La actual ciencia ficción ecuatoriana tiene uno de sus cultores más significativos en Fernando Naranjo Espinoza. De él ya tenemos memoria cuando escribió y graficó la primera historieta de ciencia ficción, Quil, la chica del futuro (1985) en el antiguo diario guayaquileño El Meridiano y una década después su libro de cuentos La era del asombro (1994). En el nuevo siglo encontraremos Cuídate de los coriolis de agosto (2006) y también Los custodios de la piedra (2018) –aunque en el intermedio estará una novela de corte social, Guasmo sur (2013)−. Si nos fijamos, el escritor tiene la tendencia de escribir ciencia ficción entre décadas, hecho por demás sugestivo porque hace que pensemos que sus historias tienen que ver con el tiempo, siendo este uno inesencial, o hay un ritmo sostenido de escritura entre periodos distintos para presentarnos argumentos interesantes.

Apostemos a lo uno y lo otro. Aunque ha estado desarrollando otras labores como arquitecto, consultor, docente, artista plástico, además de haber ejercido ciertos cargos públicos, Naranjo Espinoza ha estado escribiendo, puliendo historias hasta por fin presentarlas en blogs, tertulias y entre sus lectores. Es decir, hay una obra que se fue perfilando entre diversidad de quehaceres, demostrando una creatividad aleccionadora.

Es, en este contexto, que los cuentos de Naranjo Espinoza juegan con el tiempo, se trasmutan con el tiempo, se cuecen, al igual que tienen como materia el tiempo. Si pasamos por alto sus labores profesionales o artísticas, pronto notamos que su trajinar por la ciencia ficción ha llevado a obligarnos a esperar y seguir con expectativa sus nuevas andanzas: él y su obra son voces de tiempos distintos, de multiversos con sus dimensiones y temporalidades que nos llevan a trasegar entre las líneas de sus textos. Y es ahí donde brota un estilo de una ciencia ficción que implica un realismo extraño, además de una extrañeza que hace que los presentes se vuelvan paradójicos.

El libro que el lector lee ahora, Los custodios de la piedra es una demostración. En este Naranjo Espinoza ha incluido, mejorado, “Los custodios de la piedra”, cuento largo o noveleta. Seguramente el lector hallará placer en esta obra, así como en las otras: “El poeta, Mel y un gato”, “Mujeres y a dos tiempos”, “El copulador casero” y “Santoral galáctico”. Los títulos son sugerentes y ya dejan adivinar los asuntos que determinan las tramas, además de algunos rasgos de la ciencia ficción que escribe Fernando Naranjo Espinoza.

De “Los custodios de la piedra” diré que parte de la premisa: ¿qué pasaría si un día apareciese alguien que dice que viene del futuro con la expresa misión de matarle a usted? Los personajes son un abogado y un “chico del futuro”; pero lo inquietante está en descubrir las intenciones y eludir el supuesto futuro en el que se tendría cumplir semejante amenaza. La historia tiene algo de lo policial, pero también de las que juegan con las predicciones y los recuerdos; sin embargo, la cuestión está en las líneas de tiempo que en un momento se vuelven difusas.

Sobre “El poeta, Mel y un gato”, diremos que también tiene otra premisa: ¿qué pasaría si se puede rescatar y llevar al poeta modernista Medardo Ángel Silva a un futuro próximo, el siglo XXVI, para que pueda cambiar la percepción de la gente de ese tiempo, todo antes de que suceda el nefasto suceso que le habría quitado la vida? La historia asemeja a una especie de aventura con sus intrincadas formas para superar al destino y las vicisitudes del tiempo, pero que luego toma el curso de una pesquisa policial. Pronto nos damos cuenta de que en el desarrollo juega un singular rol un gato de color pardo, este además junto a una mujer, Mel. ¿Este dato nos lleva a pensar en la paradoja del gato ideado por Erwin Schrödinger? Pero también en el gato de Charles Baudelaire, el cual es citado en el cuento, y que nos evoca la idea de libertad. De este modo, la pregunta es más compleja: ¿desde la ciencia ficción se pretende poner en libertad a Silva, atrapado quizá por un destino, o se quiere hacerle ver que él mismo puede lograr la libertad de su destino?

En ambos cuentos el asunto del tiempo está de manera explícita: se trata de viajar en el tiempo. En “Los custodios de la piedra” el viaje es doble: el del asesino, pero también el del viaje en el tiempo de la memoria y en el tiempo para eludir a la muerte. En “El poeta, Mel y un gato” hay algo similar; si bien creemos que hay una intención de quebrantar el tiempo del destino fatídico –o, como se dice en el cuento, evitar que Cronos se despierte del todo para evitar su hambre y su ira−, la cuestión en sí misma es también evitar la muerte.

James Gleick ha dicho, en su Viajar en el tiempo (2017) que la finalidad de todo viaje en el tiempo es solo de “eludir a la muerte”. Si bien en “Los custodios de la piedra”, el chico del futuro quiere asesinar al hombre del presente, para lo cual emplea una tecnología, el “Confinador Cuántico”, que le permite escabullirse entre “flujos crónicos”, entre universos paralelos, sueños y realidades, en realidad sabemos que su objetivo no es el abogado, sino una mujer y, sobre todo, una familia. ¿Es la propia memoria? ¿Por qué Naranjo Espinoza de pronto nos embrolla la historia con menciones a pinturas y a fotografías, sin descontar los sueños, las pesadillas y los recuerdos? ¿No son acaso, en cierta medida, dispositivos de viajes en el tiempo y mecanismos para eludir la muerte? Y lo propio en “El poeta, Mel y un gato”, Mel tiene una misión para lo cual usa un dispositivo, el “Tempus Foramen”, pero también está pronto determinado por el gato que a la larga acompaña a Silva en los momentos antes de su asesinato –hipótesis también planteada en el cuento−. El autor juega con la memoria de la historia y hace que quisiéramos que la propia historia real se transforme en otra. En ambos cuentos notamos esta idea: la elusión de la muerte, aunque fantástica y extraña; en definitiva, hacer que la propia muerte se vuelva sin esencia.

Así pasamos, con estos cuentos, del plano narrativo al simbólico, hecho básico en la obra de Naranjo Espinoza. Cuando vamos a dicho plano, percibimos que brotan las semillas de la psicohistoria, tan proclamada por Isaac Asimov en su Fundación (1951). En “Los custodios de la piedra” aparece Hari Seldon, el cual, aunque personaje de la ciencia ficción en tiempo futuro, convive, escondido, mimetizado entre los contertulios de la real Tertulias de Ciencia Ficción de Guayaquil –de las que Naranjo Espinoza es uno de sus activos participantes–. El autor trata de hacer así su versión de la Historia, recurso para sonsacar las imágenes que se habían guardado y quizá olvidado en los vericuetos de la memoria. Viajar en el tiempo es ir a la Historia tanto en “Los custodios de la piedra” como en “El poeta, Mel y un gato”. Al eludirse a la muerte, se tratará de rememorar lo más significativo, a sabiendas de que habrá resquebrajaduras por las cuales el juzgamiento de la sociedad podría de la misma manera ser significativo.

Sobre el tercer cuento de este libro, “Mujeres y a dos tiempos”, acerca de dos mujeres que tratan de lograr el contacto con otra de un tiempo futuro, el siglo XXVI, en principio “escondida” como una voz en una computadora; esta mujer del futuro se les revela como una descendiente que busca ir al pasado en tanto su sociedad ha cambiado para bien o para mal, sobre todo en el plano de lo sexual y las relaciones humanas y de pareja, con consecuencias en la vida social misma. La cuestión en principio tiene que ver con la comunicación, creyendo que habría un mensaje extraterrestre para comprobar que más bien es una comunicación mediada por computadora entre tiempos y dimensiones distintas. Luego, la trama deriva en una reflexión sobre la vida actual y la vida futura, donde las relaciones se han tornado materialistas. Acá no hay viajes en el tiempo, sino la intención de traspasar dimensiones de un mismo tiempo, donde parecería equipararse una temporalidad con otra: sería una reflexión acerca de modos de pensar de dos tipos de generaciones, además estas determinadas por sus propias convenciones culturales.

El cuarto cuento, “El copulador casero” tiene que ver con la migración, con el proceso de adaptación, con querer lograr una educación sexual mediante un dispositivo acaso más casero. A diferencia de los cuentos anteriores, el viaje tiene por objeto poblar la Luna, horizonte más próximo para los humanos que se van de la Tierra, dadas las condiciones de existencia menos favorables. Si hay algo en común con el anterior cuento, es la idea de una aparente familia, es decir, una comunidad de comunes en distantes tierras o en distintos instantes de vivencia.

El último texto de Los custodios de la piedra es, quizá, un hallazgo, a la par de uno que podría estar en diálogo con las biografías apócrifas, incluso con especies de bestiarios, aunque sus personajes no tienen que ver con las bestias, sino más bien con santos y santas de una especie de religión ecuménica lograda por la humanidad, con cruce de otras especies o de otras civilizaciones extraterrestres en algún tiempo futuro, próximo o lejano. Se trata de “Santoral galáctico”. Un santoral desde ya es una memoria de quienes, mártires, sobre todo, deben ser recordados y venerados. Se trataría de santos o santas, de personajes con alguna cualidad que una fe los pone en la palestra. Naranjo Espinoza demuestra que, pasen siglos de siglos, que estos hayan traspasado el límite de algún futuro, cuando hay una especie de mancomunidad planetaria o cósmica o universal, la religión persiste y, con ella, las prácticas de religiosidad. El autor, de este modo, establece un calendario de 15 meses del Mundo Ecuménico de Tsiolkovsky –además en alusión al físico ruso ahora estimado como el padre de la cosmonáutica, Konstantin Tsiolkovsky− y escribe acerca de al menos seis padres o madres santos/as objeto de devoción, a saber: Holanda Clit Valente; Eulalia Fogosa, virgen y mártir; Blastarf de Maq; Fortunato, geólogo, visionario; Rosamunda Carter, la virginal; Gertrude Stein de la Vera Cruz, Aureliana. Los nombres y sus apelativos son por demás sugerentes.

Considerando al “Santoral galáctico” –sin olvidar los otros cuentos y la noveleta de Los custodios de la piedra– hay que denotar por fin ciertos rasgos de la ciencia ficción de Fernando Naranjo Espinoza. Esto no quiere decir que toda su obra esté determinada por tales rasgos que señalaré a continuación. Aunque el autor nos ha estado acostumbrando a una escritura de ciencia ficción sostenida en el tiempo, se puede afirmar que este último libro o los condensa o les pone en un nuevo plano de discusión; claro está que también él mismo nos da pistas, incluso a modo intertextual con temas tratados en La era del asombro.

Quisiera decir, de este modo, que la ciencia ficción del escritor guayaquileño Naranjo Espinoza, si bien juega, navega, alude y nos hace traspasar dimensiones del tiempo y, aunque implique en ciertos casos la idea de eludir a la muerte, además supone la constitución de una memoria cultural o social de una sociedad multicultural o una sociedad transcultural descrita en la temporalidad del futuro, sociedad ya no planetaria, sino solar, cósmica o universal. El autor hace honor a los grandes autores de la ciencia ficción –pienso en Isaac Asimov− que lograron construir la idea de un mundo humano ligado con otros mundos en coexistencia a nivel extraterrestre. ¡Qué importante la idea de un mundo sin fronteras reales y más bien con retos de comunicación donde se respete la diversidad!

Tiempos y mundos extraplanetarios y universales vendrían a ser los escenarios de la ciencia ficción de Naranjo Espinoza. Allá están tecnologías, dispositivos, mecanismos que facilitan la intercomunicación entre dimensiones o entre multiversos. Pero, sobre todo, estaría una base sociocultural donde conjugan lo viejo y lo nuevo. La escritura del autor no va por un estilo y una terminología extraña, muy de ciencia ficción, sino por una próxima, donde los presentes del futuro, aunque se asemejen extraños, tienen una peculiar familiaridad.

Y lo anterior se logra por algo que es fundamental en la obra misma de Fernando Naranjo Espinoza: un color, dado por una narrativa amena y hasta cómica. Él usa los modismos, las expresiones, los giros de lenguaje de los guayaquileños, esto es: un tono no tan formal, sino más bien uno que compromete al lector a entrar en las ideas y en los comportamientos de sus personajes. El color del lenguaje da el tono de las mismas historias que a ratos divierten por los giros y otras nos cuestionan porque en el fondo hay asuntos singulares.

Uno de ellos es el erotismo, descrito o sugerido con sutileza, con emotividad: las féminas de los cuentos son mostradas como seres con una potencia y una vitalidad que las hace distintas a las mujeres-objeto, vehículo para tratar otras historias. No, al autor le motiva unos cuerpos exultantes de calor, de olor, de dinamismo; son cuerpos generadores de energía, no son pasivos. Y esto pasa también por las corporalidades masculinas, inquietas, pícaras a ratos ambiguas. La hipótesis que suscita el erotismo en la ciencia ficción de Naranjo Espinoza es: aunque se piense que los mundos del futuro solo se pueden concebir mediante los cambios tecnocientíficos, más bien debemos ratificar que, pese a cualquier transformación, la comunicación afectiva entre seres nunca podrá modificarse porque es el ser mismo de la naturaleza de las existencias. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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