Un personaje en un filme inolvidable
En la película de ciencia ficción de Ridley Scott, Blade Runner (1982), el líder de los replicantes que vienen a la Tierra para buscar a su biocreador es un personaje que, curiosamente, a la par de ser un frío asesino, es un perspicaz ser que se pregunta sobre el sentido de la vida. Su rostro, bañado por las gotas de lluvia, él con el torso desnudo, tras perseguir al policía Deckard y no conseguir matarlo, al perdonarle la vida, nos muestran a un ser humano fabricado, acaso más humano que los personajes de “carne y hueso” de la película, acaso un ser maquínico que pronto ha tomado conciencia de su humanidad. Su nombre es Roy Batty, personaje icónico cuyo drama nos parece muy próximo, porque es el drama de todo ser humano: para qué hemos sido creados si la vida es corta para poder disfrutar de lo que posiblemente se haya sembrado y aún no cosechado. Batty metaforiza la existencia humana.
Roy Batty, según la trama de la película es “iniciado” o “puesto en funcionamiento” un 8 de enero de 2016. Él, como sus compañeros replicantes, está programado para vivir solo 4 años, debiendo “morir” automáticamente al cabo de ese tiempo. Nos damos cuenta de estos hechos cuando Rick Deckard, un antiguo policía especializado, conocido como un “blade runner”, es recontratado para perseguir a un grupo de replicantes de la serie Nexus-6, quizá los más avanzados y los más peligrosos diseñados por la bioingeniería, que vienen del espacio exterior. No pueden ingresar a la Tierra, pese a que se parecen o son prácticamente seres humanos; son diseñados para enfrentar peligros y guerras extraplanetarias. Batty entonces es, según la ficha que le es mostrada en una computadora a Deckard, un “Replicante (M)–asculino”, un “Nexus-6” con el número de serie: “N6MAA10816”, con “fecha de inicio: 8 de enero de 2016”. Sus “funciones: combate, [destinado al] Programa de Defensa de la Colonización”.
Batty fue encarnado por el actor Rutger Hauer. Quizá el rostro y los ojos claros de Hauer, además del pelo blanco, algo punk, algo gotic, con ese traje compuesto por un sobretodo negro de cuero, ceñido al cuerpo, pantalones acaso jeans, confirieron una imagen sobria y algo meditada de Batty. Cuando lo vemos en la película en realidad enfrentamos el peso de la información sobre su peligrosidad, con la imagen de un ser que más bien parece un inquisitivo justiciero, alguien que, en medio de su búsqueda, más bien se pregunta y hace preguntas al tono de un filósofo. Se podría decir que es un soldado-filósofo, aunque esto suene a algo irónico. Su misión la ha invertido ahora en buscar la causa de su diseño, el motivo de por qué ha sido configurado de tal modo, concienciando a los demás, en este caso humanos como Deckard, que hay algo más que la banalidad de los días, la futilidad de las rutinas, gracias a los cuales todos hemos dejado de cuestionarnos sobre lo esencial de la existencia.
La vida como obsolescencia programada
Batty nos muestra que la “obsolescencia programada” no es un hecho solo de las tecnologías y del industrialismo. Es interesante que esta frase se haya puesto de moda cuando el mundo se ha convertido en un vacío de consumismo y donde la vida ha pasado a ser cosa del sinsentido. Las tecnologías y las cosas para el momento en el que fue producida y estrenada Blade Runner ya tenían ese componente de control: que aquellas tengan una vida útil y el límite programado con el consecuente rédito para los fabricantes para seguir produciendo, empleando mano de obra y particularmente para que el consumo también sea parte de la cadena de producción constante.
Obsolescencia programada es lo que tienen los replicantes. Su utilidad radica, como dice la ficha de Batty, en servir a un programa o proyecto, que además los replicantes sean armas de combate y cuando el proyecto ha trazado nuevos senderos, tales seres o replicantes ya sean viejos u obsoletos, sujetos a terminación, abriendo el camino para adquirir o insertar nuevos con mejoras. Deckard, en este sentido, conoce a una muchacha, aún más inestimable que los Nexus-6, Rachel –secretaria del biocreador, Eldon Tyrell–, ultradiseñada al punto incluso de confundirse con los seres humanos a la perfección. Pero ¿el ser humano acaso no tiene en su ADN la obsolescencia programada? La diferencia es que ninguno de nosotros sabe la fecha de la muerte, es decir, de nuestra caducidad. Lo que sí se tiene conciencia es que envejecemos poco a poco, con el paso de los años, lo que se ve en el cuerpo y en el interior de cada uno de nosotros. Batty, como síntesis de eso, más bien ha envejecido técnicamente en 4 años y en sus últimos días u horas, incluso sabemos –lo vemos representando–, que su senectud se está acelerando: por ello tiene que hundir un gran clavo en su mano para engañar en algo más a la pérdida de energía corporal y para tener la fuerza necesaria, esta vez no para matar, sino para salvar la vida de Deckard.
La biopolítica con la modernidad implicó un cambio de sentido del mantenimiento o del control de la vida en beneficio del crecimiento del capitalismo. A diferencia de otras épocas, donde el dejar morir podría ser una política social, la biopolítica supone el control de la población, el nacimiento de la medicina, la necesidad de la mano de obra que permitiese el gran proyecto transformador de la naturaleza y de la vida en manos del ser humano racional. Esto ya lo estudiaron diversos filósofos, entre ellos Michel Foucault en Europa, o en Latinoamérica, Bolívar Echeverría. Lo que quiero resaltar es el hecho que, de cara al proyecto moderno, la promesa de la felicidad estaría dada con la extensión de la vida, es decir, de lograr superar la obsolescencia programada vía medicina, vía vitaminas, vía implantes, vía reemplazos de órganos, etc. Pero ahora hay un problema: la sobrepoblación, los problemas alimentarios, la polución en las ciudades y, sobre todo, el deterioro medioambiental.
Ir hacia el Creador
La película Blade Runner (1982), que toma y transforma en partes el argumento de la novela de Philip K. Dick, Do Androids Dream of Electric Sheep? (1968), se sitúa en noviembre de 2019, en Los Ángeles. Su tono es anticipatorio –aunque ya hayamos sobrepasado tal año–: la ciudad-mundo es oscura, lluviosa, constituida por edificios altos que parecen fábricas y pirámides; desde algunas exhalan o explotan a la atmósfera bocanadas de humo. Las calles están completamente llenas de personas; el tráfico es indeseable; el abigarramiento estructural es también social, pues conviven individuos de diversas culturas. Cosa además llamativa, los animales casi han desaparecido o se los diseña en fábricas para ser vendidas al mejor postor. Lo que se ve es un mundo determinado por el consumo hasta el hartazgo, hecho que se disfruta ya no en la vida plena, sino en el despilfarro en los bares y las calles mismas. Tal la imagen posmoderna y retrofuturista de Scott, sobre la base del guion de Hampton Fancher y David Webb Peoples. Y tal, si se quiere, la consecuencia de la modernidad: la sociedad futurista de inicios del XXI es ya distópica en el sentido, que es una donde gobiernan las corporaciones –como la de Tyrell–, o las transnacionales tecnológicas, donde la vida social empieza a ser insoportable debido a la violencia y la inseguridad, dada la radical diferencia entre los altos consumidores y los que no tienen nada, donde los pocos que disfrutan de la riqueza se van a colonias en el espacio exterior y los muchos que no se pueden dar ningún lujo viven en tugurios o entre los basurales.
La película ofrece un contraste importante: mientras una parte de la humanidad está pensando en buscar planetas exteriores –intentando escapar de una Tierra ya deteriorada, imposible de respirar–, para lo cual usan replicantes para explorar y quemarse, otra vive de los restos que dejan aquellos, restos del consumo cuyo valor es ínfimo. Y en este entorno aparecen los replicantes con la violencia de sus preguntas, con la violencia de su pensamiento que acomete al razonamiento o al sentido común, con la violencia de sus acciones que intentan revertir el orden establecido. Mientras la biopolítica ha conseguido alargar la vida, hacer que la obsolescencia programada no sea sentida como algo radical, los replicantes, en el siglo XXI, en los años que estamos ahora viviendo, nos hacen caer en cuenta que, si hay una nueva biopolítica, esta implicaría más bien nuevamente la reducción del tiempo de vida. Habría una especie de nueva eugenesia social y quizá eso es lo que estaba anticipando y preguntando Roy Batty en Blade Runner: ¿No estamos en los albores de este hecho con la actual pandemia, originada acaso por alguna entidad o acaso por el mismo deterioro medioambiental? ¿No estaríamos ahora expuestos a una “reprogramación” genética con las anunciadas “vacunas” tal como se especula en diversos medios o contextos?
Lo que sí es cierto es que Batty se desembaraza de su función programada, la repiensa y la deconstruye y va en busca de saber si se puede ampliar el sentido de su vida o de las vidas de los que forman parte de su generación. Es el “hijo pródigo” que va en busca de su creador, de su “padre”. Es como si el ser humano fuera donde Dios a preguntar sobre la naturaleza de su existencia y este no dé la respuesta eficaz deseada. En los diálogos de la versión de 1982, mientras Batty y Tyrell se encuentran, escuchamos:
Tyrell: I’m surprised you didn’t come here sooner.
Roy: It’s not an easy thing to meet your Maker.
Tyrell: What can He do for you?
Roy: Can the Maker repair what he makes.
Tyrell: Would you like to be modified?
Roy: Stay here. (pause) I had in mind something a little more radical.
Tyrell: What– What seems to be the problem?
Roy: Death.
Tyrell: Death. Well, I’m afraid that’s a little out of my jurisdiction, you–
Roy: I want more life, fucker.
Tyrell: The facts of life. To make an alteration in the evolvment of an organic life system is fatal. A coding sequence cannot be revised once it’s been established.
Roy: Why not?
Tyrell: Because by the second day of incubation, any cells that have undergone reversion mutations give rise to revertant colonies like rats leaving a sinking ship. Then the ship sinks.
Roy: What about EMS recombination.
Tyrell: We’ve already tried it. Ethyl methane sulfanate as an alkalating agent and potent mutagen. It created a virus so lethal the subject was dead before he left the table.
Roy: Then a repressive protein that blocks the operating cells.
Tyrell: Wouldn’t obstruct replication, but it does give rise to an error in replication so that the newly formed DNA strand carries the mutation and you’ve got a virus again. But, uh, this– all of this is academic. You were made as well as we could make you.
Roy: But not to last.
Tyrell: The light that burns twice as bright burns half as long. And you have burned so very very brightly, Roy. Look at you. You’re the prodigal son. You’re quite a prize!
Roy: I’ve done questionable things.
Tyrell: Also extraordinary things. Revel in your time.
Roy: Nothing the god of biomechanics wouldn’t let you in heaven for.
Batty reconoce que está ante su “Creador”, pero él le responde de modo impersonal. Se trataría de que aceptemos la diferencia entre el creador y el ser humano, donde no puede haber equivalencia. La distancia entre creador y creado es primordial para mostrar a quien tiene un supuesto poder, de otro que habría sido diseñado con ciertas condiciones o determinaciones. Con todo, Batty intenta hacer la pregunta esencial: “Can the Maker repair what he makes” –“¿Puede el Creador reparar lo que él hace?”. Es una pregunta que pretende conllevar acaso una respuesta positiva, donde se pone de manifiesto de antemano que el ser humano, por más perfecto que haya sido creado en el orden jerárquico de los organismos, tiene “fallas”, tiene “errores” de creación. ¿Es una abierta pregunta para poner en duda a la misma creación como producto de una serie de errores?
Tyrell inquiere entonces con el deseo-posibilidad de hacer una modificación. Sin embargo, Batty no está pensando en eso, sino en “algo más radical”. Y ¿qué es ese algo radical? La insinuación es directa: vencer a la muerte. Y nótese que en la versión original que se escucha, el replicante, baja su expectativa y solo pide “vivir más”; y no dice “Creador” –equivalente al Padre–, sino “fucker” que en castellano sería: “cabrón”. El ser posmoderno sabe que hay un creador, pero lo mira como alguien taimado, astuto, pero también como alguien despreciable.
La siguiente parte de la conversación, tal como se lee, es una explicación del Creador de su fallida intención de mejorar la “raza” de los replicantes, de los seres humanos artificiales, de los seres animados. Es interesante constatar en la ficción que el Creador a la final sabe de sus limitaciones sin echar la culpa a nadie –hecho que puede leerse como una abierta crítica a la interpretación religiosa cristiana que a la final opone la creación al destructor, el diablo–. Y con ello, su capacidad de reconocimiento de los seres humanos que brillan con su propia luz a la cual le sonsacan todo el poder y la energía para disfrutarla. Batty, en este contexto, es un ser resentido, pero no por ello cobarde. Mata al Padre, el “dios de la biomecánica” y admite finalmente su destino.
Reconocer la luz de vida
Matar al Padre es reconocer que el ser humano es él mismo Padre, dios, Dios. Su camino, sabemos, cuando todos sus compañeros han muerto, han sido eliminados por Deckard, es ir tras él. En el último tramo de su existencia, sabe que Deckard, como otro ser humano, como él mismo, como Batty, es débil y que cada cual tiene un propósito en la vida, cada uno tiene una luz con la que brilla. La enseñanza es más bien reconocer que nadie tiene la autoridad –aunque se quiera tener el poder–, ni la moral para aniquilar cualquier luz que es vida.
Roy Batty, cuando salva a Deckard le dice:
Roy: Quite an experience to live in fear, isn’t it? That’s what it is to be a slave.
El ser humano vive atrapado por el miedo a morir. Su esclavitud, en realidad, si bien parece ser ante las cosas materiales, en definitiva, es porque está atado al miedo frente a la muerte. Batty, por ello, quizá como una emulación de Jesucristo, se hiere en la mano con un gran clavo. Ha vencido ya a la muerte programada. Él mismo, como ese Dios, sabe que ya no tiene nada que hacer ante la vida. Hay que dejar que ella siga su curso. Es notable y hasta ahora no superado el enunciado que dice antes de morir, con los brazos entrecruzados, con una mano que sostiene a una paloma y con la lluvia que resalta el sentido trágico –y quizá, con cierta reserva, el sentido épico– de su existencia:
Roy: I’ve seen things you people wouldn’t believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the darkness at Tannhauser Gate. All those moments will be lost in time like tears in rain. Time to die.
[Roy: He visto cosas que ustedes no creerían. Atacar naves en llamas más allá de Orion. He visto los rayos C brillar en la oscuridad más allá de la puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Ahora es tiempo de morir.]
¿Enigmáticas palabras, alusiones a ideas o textos? Lo que importa es saber que cada ser humano es una existencia rica de experiencia, experiencia que nadie o pocos se preocupan de inquirir, admirarse o guardar. En el mundo de la obsolescencia programada, del consumo o del consumismo, la memoria se ha vuelto insustancial, vacía. El mundo posmoderno es un mundo sin memoria y si la tiene se proclama nostálgica, pero ¿se hace algo por perennizarla o recuperarla? Batty nos abre la mente al asombro. Las lágrimas en la lluvia borran acaso el brillo de la Gran Existencia que casi nadie se pregunta qué es. Y al mismo tiempo apagan a una luz cuyo brillo termina en un momento.
Conclusión
Este 8 de enero recordamos a Roy Batty, el Roy Batty humano, reflejo de una humanidad que hoy se interroga, como diría Deckard, cuando muere aquel:
Deckard (voice-over): I don’t know why he saved my life. Maybe in those last moments he loved life more than he ever had before. Not just his life, anybody’s life, my life. All he’d wanted were the same answers the rest of us want. Where did I come from? Where am I going? How long have I got? All I could do was sit there and watch him die.
La interrogación es: ¿Cómo alguien puede estar enamorado de la vida, sobre todo de la vida de los otros? Y en este contexto: ¿De dónde vengo ¿A dónde voy? ¿Cuánto tiempo tengo de vida?
Estas son preguntas universales.