Diosa verde, la tabla de Esmeralda (Nix, Guayaquil, 2017) es una novela ecuatoriana de triple autoría. Sus autores son: Ulises Castillo, José Núñez del Arco y Jorge Escobar, todos ellos jóvenes interesados por explorar la literatura fantástica y de misterio. Esta obra además tiene dibujos de Fernando Delgado R., ilustraciones que pretenden contextualizar algunos momentos y personajes.
Diosa verde, la tabla de Esmeralda tiene como escenario Londres del siglo XIX y una librería donde se reúne un grupo de individuos para discutir temas en apariencia literarios, contar cuentos o historias, además de compartir bebidas como la absenta. Todo transcurre durante una noche que va tensionándose hasta que se produce un incidente que deriva en un incendio. Lo que pasa entre paredes es lo que los autores tratan de describir: la convocatoria de escritores, unos sugeridos y conocidos, otros que intentan querer lograr un sitial en el grupo, los cuales realizan reflexiones de carácter filosófico acerca de la vida, la humanidad, del cosmos, etc.
Una primera idea que nos hacemos al leer la novela es que estamos ante un grupo de personas, una nueva confraternidad ocultista y literaria que, en efecto, asiste a un ritual de conocimiento. Puesto que se reúnen en forma secreta en un lugar fuera de la visibilidad cotidiana de la librería el “Hada Verde”, los autores tratan de hacernos figurar un microcosmos donde las ideas fluyen. Evocaría, en cierta medida, a la costumbre de ciertos grupos sociales que, alrededor de los libros, de lo que suscitaba la revolución industrial y científica, del imaginario provocado por el maquinismo, hacían, es decir, comunidades de lectores o comunidades de escritores que se reunían para compartir ideas no solo creativas, además sociales y políticas. Tales tertulias sin duda, hasta hoy se siguen realizando, aunque el tono que la Diosa verde, la tabla de Esmeralda transmite es el de una tertulia en el que se aborda temas sobre el ocultismo, el esoterismo y también la psicología social. Los autores enfatizan el carácter secreto del grupo para dar un aire de misterio a la novela.
Es así como las historias contadas entretejen las relaciones entre los contertulios, así como las ideas que emergen durante el debate. Por ejemplo, la novela presenta opiniones como la pretensión de superioridad del ser humano al erigirse como un nuevo dios –muy acorde, por cierto, a las ideas que se desataban en el siglo XIX, cuando la ciencia incita a la promesa de una vida renovada, libre de toda atadura–; la manipulación que ha ejercido la religión disciplinando la mente y el comportamiento hacia un determinado orden; la cuestión del doble, es decir, la pregunta sobre si el ser humano es un desdoblamiento de otra entidad o identidad, o en sí mismo es autónomo de su supuesto creador –cuestión que también remite a la noción del arte–; el sueño como vehículo del arte, donde además nacería la idea de la belleza como sensación o sensibilidad; el problema de si el ser humano nace “vacío” de conocimientos y es la sociedad la que posibilita su “atiborramiento”, en definitiva, cómo se puede pensar la esencia de lo humano-social. Incluso se sugiere que el ser humano es un virus que ha alterado la naturaleza. En otro orden de cosas también se discute sobre el valor y la presencia del pensamiento utópico que supone la presunción de la paz, asunto que va más allá de lo que se discutía en el siglo XIX con el utopismo no solo político, sino también literario, como la posibilidad de hacer un mundo mejor, con distintos parámetros a los ya vividos por la humanidad. Con ello también los autores conectan con la ciencia ficción, insinuando que el ser humano, en su proceso evolutivo, puede convertirse en una entidad maquínica pero, aunque queriendo tener alguna esencia, no es reconocido como tal. Es interesante, en este marco la crítica al racionalismo científico y cómo este no comprende lo nuevo, o lo que se aproxima, incluso lo que se ha vivido como mito y/o leyenda.
Diosa verde, la tabla de Esmeralda en sentido general es una novela de ideas. Los cuentos que se narran por boca de los invitados a la sesión –que trasuntan los aires de Gustav Meyrink, Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Sigmund Freud, Nicola Tesla, H.P. Lovecraft…– son como los basamentos para el desarrollo y presentación de pensamientos de los propios autores: Castillo, Núñez del Arco y Escobar. Se trataría de una novela por la cual se trata de cuestionar ciertos principios que se tienen como aceptados o conocimientos sobre la vida y el cosmos, sobre la sociedad y lo que está más allá de ella, que resultan a veces incuestionables, sobre todo porque impera el dogma científico. Este siempre es desafiado por el sentido común y, en otro caso, por la filosofía, si se la piensa como una ciencia de las preguntas. En este contexto, surge el asunto de lo misterioso con la tabla de Esmeralda y su conexión con una diosa mesopotámica. Mientras se discute sobre la alquimia, aparece esta diosa y con ella la posibilidad de la alquimia humana y su traspaso en el tiempo. Es decir, que los seres humanos fueron producto de la alquimia y que, en el siglo XIX, cuando el pensamiento liberal y el positivismo están en boga, necesitan volver a saber su origen. La alquimia ahora ya no es cosa esotérica, sino de un momento nuevo que en la novela implica el nacimiento de un imaginario y un ser humano nuevo, acaso pérfido, acaso terrible y a la par inocente. Podría ser sugerente, asimismo, que, en el intento de explicar las ideas sobre el arte, la alquimia que produce el encuentro fatídico final sea a la par el nacimiento de una nueva tendencia esta vez con lo extraño cuando se evoca a Lovecraft. Esto, sin embargo, queda como un propósito que los autores a la final dejan abierto o no resuelto.
Considerando lo dicho, la novela, si bien es un vehículo de ideas, tiene algunos problemas. Tenemos la sensación de haber estado ante una novela algo fragmentaria, dispersa, llena de ideas a la que le falta una estructura dramática, una estructura narrativa que incite realmente al misterio, tal como sus autores parece querían imprimir en ella. Es así como notamos que su estructura es plana y, en cierto sentido, se diluye entre alguna intención erudita y querer hacer algo que tenga visos de fantasía. La idea de contar historias dentro de una historia lineal pudo ser particular para trazar una tensión que los autores más bien tratan de resolverlo con la exposición de ideas con visos filosóficos, hecho que lleva justamente a esa impresión de dispersión. En otro caso, los personajes carecen de matices y a ratos, aún incluso sugeridos como voces de supuestos escritores o pensadores del XIX, se muestran acartonados. El trabajo, de este modo, se resuelve apelando al terror y a la criminalidad: esto quiere decir que falta un desarrollo más detenido en la misma trama para llegar al resultado que se lee. El mismo planteamiento de la tabla y de la mujer que aparece es apenas un boceto. Incluso lo fantástico que también aparecía como promesa en el libro se va diluyendo. Cabe indicar, asimismo, que contribuye a lo desigual de la novela su presentación formal: Diosa verde, la tabla de Esmeralda en sí es una edición que no tiene diagramación adecuada; la presentación del texto sin el cuidado estético confunde y le hace un libro de autoedición descuidado. Esperamos, en todo caso, que si existiera una nueva versión de esta obra sus autores consideren una depuración de su estructura y su presentación. (Iván Rodrigo Mendizábal)