Los regímenes políticos autoritarios y totalitaristas, disfrazados de democracias, han dado argumentos para escribir novelas históricas o novelas políticas, muchas de ellas encasilladas dentro de la categoría de novela sobre dictadores o novela del dictador. Para Conrado Zuluaga en su Novelas del dictador, dictadores de novela (Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1977), tal literatura ya había tenido sus primeras muestras desde inicios del siglo XX en Latinoamérica, pero luego se formó una corriente de novelas del dictador muy característica del continente desde la década de 1970, toda vez que, si bien había ya dictaduras instaladas, otras peores se estaban formando al calor de los golpes de Estado.
De esta manera, tal literatura toma como base la figura de algún dictador de turno, o de un caudillo que, pese a sus desbordes gubernamentales, habría dejado alguna huella en el imaginario social y político de las sociedades donde emergieron. Las novelas del dictador, en este sentido, estarían más ligadas a personajes históricos reales dentro de contextos políticos sugeridos, aunque también las hay aquellas que figuran dictadores ficticios, además de países ficticios. Quizá me interesa, para este artículo, este último rango de novelas porque sin ajustarse necesariamente a las determinaciones sociohistóricas y peor a la ubicación de un tipo de país en concreto, aunque en ellas se haga inferirlas, es un tipo de literatura que podría conectarse con las distopías o con las antiutopías.
Desde ya las novelas del dictador muestran un contexto distópico o antiutópico, según sea el caso. Esto quiere decir que de cierto modo tal literatura ya contiene los elementos que definen a una distopía, esto es, la ideación de un lugar que se ha tornado como si fuera una cárcel, donde la atmósfera política la ha tornado invivible, y donde prevalece la opresión al punto que tal emplazamiento es oprobioso o aborrecible. Si quisiéramos diferenciar las distopías de la ciencia ficción con las creadas en el contexto de las novelas del dictador, siendo las primeras más ficticias y proyectadas a un tiempo distante, y las segundas más apegadas a la realidad, tendríamos que dar cuenta siempre que hay, si no un anclaje, al menos una variedad de datos que entroncan las distopías y antiutopías con fenómenos o asuntos de la realidad actual. Es claro que las novelas del dictador se centran más en el tirano, mientras las distopías en el contexto que crea la dictadura o la tiranía, transformando lo que pudo ser un emplazamiento distinto, acaso utópico, en algo deleznable.
Con estas palabras quisiera situar la novela venezolana Las peripecias inéditas de Teofilus Jones (Alfaguara, Caracas, 2009) de Fedosy Santaella, obra que bien puede ser definida como una antiutopía en el contexto de la ciencia ficción, donde se figura un país ficticio, con su dictador de turno, el “Supremo Barbado de la Guerra”, el “Presidente Sacro Máximo”, el “Gran Presidente”, el “Glorioso Conductor de los Destinos Patrios”, y otros títulos con los que se le nombra, con su contexto donde prima la burocracia para entorpecer la vida ciudadana, con una sequía que obliga a que todo el mundo extrañe el agua y se trabaje a medias tintas porque no hay electricidad, con sus empleados públicos y partidarios que se autodenominan “clones”, etc., y donde el propio gobierno está a punto de cambiar la ciudadanía como los clones del país.
El personaje central de la novela, sin embargo, es un inadvertido funcionario, Teofilus Jones, antes amante de la literatura, ahora convertido en un burócrata que encarna lo oprobioso de la dictadura: como dice el narrador, es un mandamás que enreda hasta el infinito cualquier trámite y hace pesada la vida cotidiana de quien sea. Tal personaje tendrá una misión, acaso absurda, pero vital para el régimen: la de cuidar a un gato de nombre Hugo. Ya con estos datos expuestos el lector puede inferir inmediatamente que Santaella no se refiere a un dictador histórico, sino a uno moderno y el mundo en el que está inserto es el contemporáneo, aunque por más señas, también puede decirse que es un mundo de esos de la anticipación de la ciencia ficción. Y la clave es humorística o, para ser más precisos, burlesca. Para ponerlo en un ámbito literario actual, sugiero que esta novela, como otras con ciertas determinaciones, estaría dentro de lo que se podría llamar “ciencia ficción poshistórica”.
Tal ciencia ficción poshistórica supondría un tipo de sociedad donde el gobierno ha transformado la política para su beneficio, ha hecho fracasar –o traicionado– un proyecto en principio prometeico dando lugar a una falsa democracia, donde el paisaje y la vida están determinados por el deterioro o la corrupción, donde la violencia es sistémica, creando un ambiente opresivo que todos los ciudadanos tratan de sobrellevar. Pero, sobre todo, es un tipo de ciencia ficción donde se ve con eficiencia el despliegue de las tecnologías del poder, sumadas a las tecnologías de la palabra, para crear la ilusión de un lugar estable, donde prima la felicidad general.
En un artículo: “Distopías andinas: cuando el futuro no se asemeja a los deseos” para la revista Latin American Literature Today de junio de 2018, me referí sobre las distopías en la ciencia ficción de parte del continente latinoamericano, donde además apunté algo sobre este tipo de ciencia ficción poshistórica, sobre todo las escritas en el nuevo siglo XXI. Es decir, novelas de ciencia ficción cuyo trasfondo serían ciertos regímenes que se autoencasillaron dentro del llamado “socialismo del siglo XXI”. Tales regímenes, pese a la promesa de alguna nueva utopía, volvieron a reeditar los viejos caudillismos, con sus mismas taras y sus mismas secuelas de deterioro social y político. De tales regímenes en la actualidad el superviviente es el de Venezuela, aunque siempre prima la sombra de Cuba.
Lo que se escribió aludiendo a los sistemas del “socialismo del siglo XXI” fueron en realidad –hasta acá conocidas– tres novelas donde lo distópico entraba en tensión con lo antiutópico y cuyos argumentos, y su tratamiento estaban relacionados con la ironía y el esperpento, con la burla y la ácida sátira. Una de ellas es precisamente la comentada en este artículo: Las peripecias inéditas de Teofilus Jones (2009) de Fedosy Santaella. Las otras fueron dos novelas ecuatorianas: Ecuatox® (2013) de Santiago Páez y Anaconda Park: la más larga noche (2017) de Jaime Marchán. A estas les dediqué también dos análisis: “Ecuatox® o la distopía del país imaginario”, en la revista Cartón Piedra del diario El Telégrafo el 15 de diciembre de 2014 y reproducida en Ciencia ficción en Ecuador el 23 de noviembre de 2014; y ““Anaconda Park”: retrato de un país con tristura”, en Cartón Piedra el 23 de febrero de 2018 y reproducida en Ciencia ficción en Ecuador el 10 de mayo de 2018.
Pues bien, Las peripecias inéditas de Teofilus Jones, como las otras, en lugar de considerarlas plenamente distópicas, hay que entenderlas como antiutópicas, es decir, el reverso de alguna utopía. Y con la palabra reverso estoy manifestando la otra cara, la oculta, que prevalece siempre detrás de algún modelo utopista. La antiutopía revela el fracaso de la utopía por el caudillismo, por el autoritarismo, por el falseamiento de los principios éticos de un proyecto histórico. En este sentido, tal literatura se sitúa en los terrenos de la crítica que, acentuada con el humor, con la ironía, con la ridiculización, hace ver con detalle las fisuras de lo instaurado y la naturaleza rocambolesca del mismo dictador.
De principio advertimos, gracias a la señalación, en Las peripecias inéditas de Teofilus Jones, de un Gran Barbudo que manda a cuidar a su gato Hugo, que la supuesta utopía es la venezolana con el gobierno de Hugo Chávez, la cual habría nacido con el auspicio de las barbas de Fidel Castro. Y el hecho que se delegue al más oficioso funcionario para que lo cuide, implicaría la metáfora de un pueblo, al que se le ha vuelto por decreto “clon”, es decir, copia del revolucionario que, una vez que ha conquistado la autoridad y se ha vuelto un borracho del poder, incorpora el autoritarismo como parte de su Ser. Y no solo eso, que el gran poder, para eternizarse, ha hecho que su alma se deposite en el gato de marras, a quien se debe defender o proteger contra viento y marea.
Desde este horizonte Santaella despliega una historia de la más disparatada. Los primeros capítulos son como la muestra de un país que todos saben es la mentira de una utopía, pero que la sobrellevan con aplomo. La manera de contar de Santaella de estos primeros capítulos atrapa, hace que nos hagamos la idea de un desdichado que tiene una misión espectacular y, lo peor de todo, cuando Jones toma conciencia de su rol, se cree que va a emular a los detectives de la novela negra, en este caso los antihéroes de Raymond Chandler o Dashiell Hammett. Y es con este tono que luego se desprende más el argumento de Las peripecias inéditas de Teofilus Jones, es decir, Santaella hace una ciencia ficción que pretende hacer honor a la novela negra o a la novela policial.
Entonces, los siguientes capítulos nos hacen descubrir que hay una secta que sabe que el gato tiene algo más de lo sagrado. Porque en el fondo, el gobierno del país de Santaella se ha convertido en una especie de dictadura teocrática, donde no hay nada de divinidad sino alcohol, harenes de mujeres al servicio del caudillo, una policía secreta que gobierna controlando los burdeles, etc. Sin embargo, para la ciudadanía, tal gobierno es sacrosanto, es el instrumento por el cual se ha conquistado la felicidad total.
¿Y en qué se basa la teocracia del Gran Barbudo de Las peripecias inéditas de Teofilus Jones? En saber gobernar usando como estrategia la mentira: pero no la sola mentira, “sino lo fingido, que es algo así como versionar la realidad. Para gobernar hay que fingir. Se finge un país, se fingen enemigos, se fingen castigos, se fingen alianzas, se fingen honestidades, se fingen corruptelas. Siempre será necesario fingir el mundo. Gobernar es dar una versión del país y del mundo a quienes son gobernados. Solo con una versión se ha de alcanzar el bien supremo de la nación”, afirma el caudillo. Este critica a las democracias y su variedad de versiones –de partidos, de líderes políticos…–; y cree que es importante imponer como verdad la única versión de país, la creada justamente por el gobierno. Para eso sirve todo el aparato propagandístico o un Estado de propaganda. En cierto sentido, Santaella hace honor, con este ajuste de cuentas, a George Orwell, particularmente su Rebelión en la granja (1945) –a propósito de este les invito a leer mi ensayo: “Gobierno de cerdos” en la revista Máquina Combinatoria del 31 de enero de 2020–.
Se puede decir, entonces, que Las peripecias inéditas de Teofilus Jones es una especie de viaje al interior de la dictadura venezolana, es decir, al interior de la mentira de una utopía socialista que más bien es una antiutopía. Tal viaje es desde la periferia de la burocracia al corazón del gobierno con sus secuaces, sus prostitutas, sus enredos y su atmósfera y paisaje que se nos antoja muy parecido, aunque en otro contexto, a El corazón de las tinieblas (1899) de Joseph Conrad. La idea es desnudar o poner al descubierto, la razón y el modus operandi de un sistema oprobioso. En este sentido, cuando Las peripecias inéditas de Teofilus Jones fue publicada, en el 2009, el gobierno de Hugo Chávez estaba incólume, pero enfrentaba variedad de problemas, además de una recesión económica de la cual aún no ha salido. En este marco, su gobierno hacia lo imposible para ser idolatrado, instaurando un culto a su poder que luego se maximizó, previo a la muerte de Chávez cuando este empezó a apelar a Dios para aplacar el cáncer que lo estaba minando. ¿Anticipaba o no la novela de Santaella? No, lo que dicha novela hacía era poner de manifiesto que el culto al poder socialista había empezado antes y que las consecuencias de dicho culto se veían en los descalabros del poder y la transformación de la vida de los venezolanos para bien o para mal.
Con todo, Las peripecias inéditas de Teofilus Jones es una novela que también se la puede interpretar como política. Aunque Santaella es más conocido como narrador de literatura infantil o juvenil, esta novela es un hito en su carrera al ponerlo en el sitial del crítico que aprovecha la literatura para denunciar a una forma de régimen. Entre la ciencia ficción venezolana despunta en tanto aprovecha el mercado creado por una transnacional como Alfaguara. Esto no le quita su mérito y más abre la posibilidad a seguir leyéndolo. (Iván Rodrigo Mendizábal)