Refrenar o reprogramar las emociones: sobre la novela “Yo artificial” de Leonardo Wild

Edición ecuatoriana de Yo artificial o el futuro de las emociones (Velásquez & Velásquez editores, Quito, 2012) de Leonardo Wild.

El norteamericano-ecuatoriano Leonardo Wild es uno de los más reconocidos escritores de ciencia ficción y thrillers en Ecuador. Tiene una interesante obra que dialoga tanto con las ciencias como con la filosofía; con las nuevas tecnologías como con los usos y determinaciones que implican estas; con inquietudes respecto a la vida social como con los horizontes que abren nuevos proyectos que pueden nacer en tal contexto. Leerlo suscita preguntas: sus libros son fuente de interrogaciones a la par de propuestas.

El libro que comento a continuación es Yo artificial o el futuro de las emociones (Velásquez & Velásquez editores, Quito, 2012). Vendría a ser la versión castellana de Unemotion: Roman über the Zukunft der Gefühle (Carlsen Verlag, Hamburgo, 1996), misma que tuvo una reedición también en Alemania (ed. Beltz & Gedlberg Verlag, Weinheim, 1998). Es decir, fue escrita y publicada originalmente en alemán y luego de varios años, fue traducida por primera vez al castellano, teniéndose así tres ediciones de este libro. Como anotación adicional hay que señalar que la edición actual tiene ilustraciones de Roger Ycaza.

Desde ya el título es sugerente: Yo artificial o el futuro de las emociones y marca el propio sentido de la novela. Su trama tiene que ver con un joven, aspirante a formar parte de la Academia Espacial de Spacom, unidad que entrena a futuros profesionales que irán a poblar estaciones y, sobre todo, una luna de Júpiter. El escenario principal es la ciudad Spacom –supuestamente en Virginia, en Norteamérica–, un emplazamiento sofisticado por el tipo de trabajo que se hace allá –científico, militar, administrativo…–, y, sobre todo, altamente protegido porque se considera que fuera de dicha ciudad la vida se ha deteriorado, se ha vuelto peligrosa, es insegura, donde el “salvajismo” impera. Aunque no hay una datación que sitúe la acción, por el argumento podemos deducir que la trama se sitúa en algún futuro sea este próximo o lejano.

Primera edición de “Yo artificial o el futuro de las emociones” realizada en Alemania: Unemotion: Roman über the Zukunft der Gefühle (Carlsen Verlag, Hamburgo, 1996) de Leonardo Wild.

La cuestión es que en Spacom los habitantes están “condicionados”; son gentes que actúan, trabajan o piensan de manera, si se quiere “automática”, es decir, sus comportamientos vendrían a ser “maquínicos”, o “robotizados”. El condicionamiento, operado además por un sofisticado sistema de emisión televisiva, implica el vaciamiento de los sentimientos o emociones de las personas. Se considera a todo lo relacionado con lo emocional o lo afectivo como algo peligroso porque pone en desequilibrio todo orden social; en otras palabras, es el caldo de cultivo para el caos, precisamente lo que se vive en el mundo exterior que rodea a Spacom. De este modo, la vida dentro de la ciudad y el trabajo, además de las relaciones sociales estarían determinadas por la “inemocionalidad”.

El conflicto, en efecto, que desata toda la trama es la inadecuación o, si se quiere, la sombra de duda que siembra el comportamiento –en principio no racionalizado– del joven protagonista, Ernest Francova, el cual obtiene un promedio medio en la medición de sus emociones, hecho que pone en peligro la posibilidad de ser integrado al cuerpo militar de exploración galáctica, la Academia Espacial de Spacom. Por lo tanto, uno de los asuntos claves de Yo artificial o el futuro de las emociones es lo relativo al control de las emociones –valga la redundancia–. Por eso el título es sugerente y demarca el sentido de la novela, porque lo que hace Wild es poner desde el principio el interés por reflexionar sobre cómo las sociedades capitalistas, desde la modernidad, se han ido fundamentando en el cultivo de la razón, en el dominio del juicio lógico.

La ciencia ficción le sirve precisamente para realizar ese distanciamiento cognitivo –al modo de la definición de Darko Suvin en Metamorfosis de la ciencia ficción (Fondo de Cultura Económica, 1984) en su versión castellana–, para luego hacer producir el novum. La ciudad cerrada, científica, al mismo tiempo que determinada por una racionalidad que no se puede objetar es, para Wild, lo que hemos comenzado a vivir desde que se descubrieron las técnicas conductistas, además de las estrategias educativas de condicionamiento que impiden el desarrollo creativo y la afectividad en los niños y niñas. Su personaje es el producto de esa tensión en su crecimiento y, claro está, en la demostración de la casi reprobación en los estándares de medición emocional. Y tal tensión se da entre lo que él disimula y lo que exige el sistema: aunque tiene un carácter que se va formando, un carácter gracias al cual ha dominado ciertas emociones aún no ha logrado deshacerse de lo afectivo. Entonces de lo que se trata de que nos demos cuenta, no es el disimulo, sino la demostración que ya no se tiene o no se debe tener emociones de ningún tipo.

Segunda edición de “Yo artificial o el futuro de las emociones” realizada en Alemania: Unemotion: Roman über the Zukunft der Gefühle (Beltz & Gedlberg Verlag, Weinheim, 1998) de Leonardo Wild.

Para el momento en que fue escrito Yo artificial o el futuro de las emociones en alemán, en la década de 1990, las técnicas de la llamada “programación neurolingüística” –se sabe estudiadas y divulgadas desde la década de 1960– estaban ya en boga bajo la premisa de la reprogramación del comportamiento a partir de un cambio tanto en las estructuras mental personal y neuronal, ambas que interaccionan y pueden definir la parte de lo sensible del ser humano. Y eso es lo que se pone en conflicto en la novela: Wild prueba que, pese a la amenaza de que el joven Ernest no pueda ser admitido en el cuerpo militar galáctico y que además debe ser enviado a un Centro de Calibración Molecular, la reprogramación de las emociones es una forma de anulación del yo personal. La paradoja parecería ser que tal reprogramación implicaría la renuncia a los deseos, a los afectos más importantes e inherentes que definen al ser, por otros ligados al éxito, a la aspiración por lo material, a la exaltación del individualismo y, por lo tanto, la desvinculación incluso con la idea de la familia. El novum es eso: hacernos dar cuenta que una sociedad altamente racionalizada tiene como fundamento unos niveles de competencia, desafecto, materialismo…; en su seno se operaría otra forma de “barbarie” regido por la norma, por la obediencia, por la insensibilidad, terreno fácil para el imperio de la banalidad del mal –pienso acá en las tesis de Hannah Arendt en Eichman en Jerusalén (DeBolsillo, 2011) en una de sus versiones en castellano–.

Por algo Spacom en la novela de Wild es una ciudad militarizada y policial. Aparentemente es un lugar ideal de desarrollo tecnológico y administrativo, pero cuando nos internamos por ella, sabemos que los que la gobiernan –de la mano de los “emocionólogos”– tratan de que nada salga de control: los habitantes que aún no cumplen con la inemocionalidad, deben ser reprogramados, deben ser reformateados –como si fueran computadoras o máquinas–; y si no es el caso –como lo que sucede con la madre de Ernest, que ha muerto, según se dice, suicidándose–, deben ser forzados a desaparecer. De este modo, estamos ante la representación de una sociedad de control, donde no solo la vigilancia por telecámaras o la intervención de las comunicaciones telefónicas, incluso de las computadoras, es lo común; sino también la prohibición de comportamientos, de libros, de contactos entre individuos. En ese mundo ordenado todo debe ir acorde a una mentalidad, digamos, militarista, o, digamos, obediente.

Wild entonces hace un trabajo de comparación con otras tramas de novelas de ciencia ficción. Y lo interesante es que lo hace a partir de alguien, el “Librero” que funciona como un hacker que se filtra por las computadoras, en particular por la de Ernest, a quien le ofrece libros de ciencia ficción para lea. En otras palabras, si la televisión es un sistema de condicionamiento, la lectura es un modo de tensionar la racionalidad con los imaginarios que ofrecen las ficciones. Ahora bien, Wild, por esta estrategia del relato ofrece también su propio canon, grosso modo: La naranja mecánica de Anthony Burguess; Un mundo feliz de Aldous Huxley; Fahrenheit 451 de Ray Bradbury; 1984 de George Orwell; Maestro de la vida y de la muerte de Robert Silverberg; Los desposeídos de Úrsula K. Le Guin; Nosotros de Yevgeny Zamiatin, entre otros; incluso su misma novela que escribe, Yo artificial, supuestamente firmado por L.G. Francova aparece en la lista. En otras palabras, además del canon de distopías, lo que hace es referenciarnos, cuando leemos Yo artificial o el futuro de las emociones, a ideas y temas presentes en aquellas novelas, no solo como reconocimiento a sus tramas fundadoras, sino también como intertextos para pensar los fenómenos tratados en su novela. La ciencia ficción le sirve a Wild para mostrar que el tipo de sociedad y de mundo más tecnologizado y más vigilado al que propendemos, ya había sido el argumento, además de la inquietud de anteriores autores.

Pero también alrededor de la ciencia ficción Wild, por boca de la madre de Ernest –de la que sabemos sobre su existencia, sobre pensamiento, sobre sus hallazgos en Spacom que hacen peligrar su vida, a través de un diario digital que lega cifrado en la computadora del protagonista–, nos presenta una paradoja: la lectura de ciencia ficción lleva a imaginar el futuro y, lo mismo que haría la programación neurolingüística, condicionaría a mirar tal futuro de una u otra manera. Por lo tanto, las novelas son también formas que implican el condicionamiento mental, una reprogramación del modo de ver la realidad, pero con la variante que estas trabajan sobre lo afectivo, lo sensible y, como tal, desde el plano de las tensiones entre el yo imaginario y el yo real, logrando, si se quiere, una actitud crítica. Dicho de otro modo, leer novelas despierta la capacidad de resituar los deseos y de enfrentar las determinaciones sociales, la racionalidad, desde un espíritu más inquieto. Es por eso que Ernest, cuando es admitido en el cuerpo galáctico, en la Academia Espacial de Spacom, sabe bien que su misión futura va a ser yendo por otro camino: por la libertad y por que otros también logren la libertad espiritual y emocional.

Por algo Wild pone el siguiente momento de la vida de Ernest, cuando este entra en la Academia Espacial de Spacom, en el emplazamiento denominado “Biosfera de Los Andes”, situado cerca de Quito-Ecuador, donde la vida aún se desarrolla entre lo subdesarrollado y lo moderno, con sus indígenas que aún conviven y trabajan con animales y donde las huelgas y paros perviven, pero además donde la ciudad es tecnológica y convulsa. Aunque tal Biosfera es el centro de preparación –mediante confinamiento– para los futuros pobladores de las lunas o de planetas cercanos, el hecho que esté situado en Ecuador, un lugar dinámico que escapa aún a los controles de la globalización –por lo menos para el momento de la escritura de la novela–, hace que simbólicamente sea representativo en cuanto a la búsqueda de la libertad.

Como se constata Yo artificial o el futuro de las emociones es un libro rico en contenido: fuera de lo discutido hasta acá, hay más aspectos que para un lector curioso de ciencia ficción pueden aparecer mediante estrategias sugerentes. Por ejemplo, está también en la novela la insinuación a la investigación policial, o la cuestión de la interacción con máquinas inteligentes; el rol de la mujer en un ámbito militarizado; la figura de los incluidos y los excluidos de los proyectos de futuro; o las estructuración de la ciudad distópica. Y hay más.

Como señalé al inicio de este artículo, Leonardo Wild es un reconocido autor en Ecuador por su obra. Él publicó, entre otras novelas: Oro en la selva (1996), Orquídea negra o el factor de la vida (1999), Cotopaxi: alerta roja (2006), etc. Ha sido galardonado por algunos de sus trabajos. La novela que comento es un interesante reto de lectura y un buen ejemplo de una ciencia ficción madura en el contexto ecuatoriano. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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