Ciudad de vírgenes (2016) es una novela ecuatoriana de Paulina Soto Aymar. El título es sugerente más aún si estamos en el terreno de la ciencia ficción. Y lo es porque alude a un territorio protegido por mujeres en medio de paisaje deteriorado producto de un desastre medioambiental provocado por el ser humano. El tiempo: es un mundo del futuro, el 2226, donde, como esta ciudad, parecería haber otros emplazamientos que alojan entidades humanas.
La historia se desarrolla a contrapunto con un diario de notas. Tal contrapunto pone en diálogo al o la narradora omnisciente, con las anotaciones, en primera persona, de la protagonista, Deneb, una adolescente que periódicamente describe cómo está, como se siente, abriendo sus anotaciones con la fecha del diario. Este recurso literario permite al lector ir imaginando el desarrollo de la historia en contraste con las curiosas y, además, repetidas frases de la protagonista, como si fuera una reafirmación de un sentir.
En la historia, Deneb forma parte de una comunidad de aprendices, una estudiante en un centro educativo de la ciudad. La particularidad de esta ciudad de vírgenes, del lugar, del centro de estudios donde está Deneb es que está además poblada por clones. La clonación se ha hecho posible y prevalece su práctica. Por un lado, la clonación es una forma de replicación de cuerpos –y se entiende de almas– que permite que tal comunidad siga perviviendo. Por otro lado, la práctica implica que poco a poco se vayan desterrando sentimientos y formas de humanización: la muerte se mira como algo transitorio; los cadáveres, en lugar de ser enterrados, son reutilizados ya que pueden ser comida o como repositorio de recursos para diversidad de fines. Si es que hay que entender el concepto de “virginidad” en el contexto de novela de Soto Aymar, se lo debe hacer considerando que los cuerpos son productores de otros: es la integridad de los cuerpos y los órganos lo que interesa. La clonación, vista así, es una manera materialista de conservar al “ser” humano. De la replicación de los cuerpos se encarga precisamente ese sistema-mundo construido como ciudad, donde una tecnología –una computadora– diseñada para guardar recuerdos, sueños y la memoria, es la encargada de volver a cargarlos en los cuerpos clonados. Así, todos creen tener una vida “continua”, una vida de la cual nadie se encarga de cuestionar su naturaleza.
Soto Aymar pone al descubierto esta forma de organización. Su personaje, Deneb, no se conforma con lo que se acostumbra a investigar y a enseñar y se convierte en una inquieta y, a la vez, intuitiva buscadora de respuestas. Su conexión inesperada con un grupo de jóvenes disidentes de apariencia felina, que viven en los linderos de la ciudad, que se mueven subterráneamente, usando tecnologías antiguas, le lleva a comprobar que hay dos mundos. Es con ellos que se entera que los llamados “padres fundadores”, tras el desastre ecológico que ellos mismos provocaron –se alude en varios pasajes al desarrollo industrial, tecnológico, del mundo consumista del siglo XX–, se habían largado fuera de la Tierra, aunque antes habían tratado de instalar bases o estaciones espaciales que eran monitoreadas desde el espacio exterior. La ciudad de las vírgenes, como otros poblados, eran, si se quiere, centros experimentales para recuperar las formas de vida, aunque sea por la vía de la clonación. La comunidad de excluidos, de “felinos” humanoides eran parte de todo el desastre medioambiental, con su propio hábitat y costumbres. A Deneb, obviamente, le toca descubrir todo esto de forma brusca y comprender que en todo proyecto hay siempre un error. Es decir, vía Deneb la escritora trata de demostrar –además poniéndola con el papel de la “observadora” para los jóvenes “felinos”– que el proyecto humano de control de la naturaleza termina depravando al propio humano en su naturaleza.
Hasta aquí quizá la riqueza de la novela. Pronto constatamos que esta tiene una vuelta de tuerca. Los indicios son una serie de asesinatos, el propio diario de Deneb con frases repetitivas, una supuesta maestra, Umbría. Los mismos clones de pronto tienen la misma consistencia de los “felinos”, en sentido que ambos sostienen una propia racionalidad. El aparente mundo en el que se desenvuelven es posapocalíptico en el que el orden y el caos se interpenetran.
Tal vuelta de tuerca supone, entonces, que todo el meollo es producto de las fantasías de Deneb dentro de un centro psiquiátrico experimental. De pronto este hecho nos recuerda a un viejo filme de Robert Wiene, El gabinete del doctor Caligari (1920), un clásico del expresionismo alemán. Solo que, en la novela Ciudad de vírgenes la protagonista debe tratar de escapar de sus propias fantasías o de sus propias perplejidades que, sometida al supuesto tratamiento, las supera.
De este modo, podríamos decir que Ciudad de vírgenes termina siendo una novela psicologista sobre un proceso de control de un desorden mental en el que todo el mundo fantástico futurista y de ciencia ficción, que es lo que puebla la mente de la protagonista en la trama real, el cual es el de una señora, deriva en engañar para poder salir del encierro del centro psiquiátrico. Soto Aymar nos deriva a esa imagen en la medida que nos hace acompañar al personaje femenino en su tarea de salida, convencida de su propósito, aunque no se ha desecho de sus fantasmas que le siguen y le hablan en su interior.
En tal sentido, la novela se muestra, en la vuelta de tuerca, algo obvia, aunque no necesariamente algo que se esperaba. En otras palabras, Soto Aymar trata de hacer una novela de ciencia ficción, aunque luego se decanta hacia el psicologismo y, con ello, pierde el discurso que estaba tratando de estructurar: el relacionado con la clonación, con el desastre medioambiental producido por el ser humano y, sobre todo, con lo que podríamos decir, el poshumanismo. La salida psicologista parece una resolución desesperada que, en el caso de Wiene –para recordar el filme alemán–, era una estrategia interesante en el contexto de los terrores del cambio de siglo, de la decadencia de la humanidad tras la I Guerra Mundial, y para mostrar la pérdida de horizonte del pueblo alemán. Soto Aymar quiere seguir esta estrategia, pero no concluye el discurso poshumanista problemático sobre la clonación y peor sobre el medioambiente.
Independiente de esta nuestra observación, cabe indicar que Ciudad de vírgenes es una sugestiva apuesta a la ciencia ficción psicológica, además escrita por una mujer. Paulina Soto Aymar, se conoce, es una escritora nacida en Loja, Ecuador, que ha escrito los cuentarios: Muchachas ocultas (2002), ¡Alas! (2006) y la novela de tono fantástico: Samay Pushac, guardián de los sueños (2014). Ciudad de vírgenes vendría a ser su primera incursión en la ciencia ficción. (Iván Rodrigo Mendizábal)