Leoncio Zambrano y el Manuscrito de Quito y Leoncio Zambrano y la Hermandad Babilónica son dos de los primeros títulos de un saga que el escritor ecuatoriano, Xipali Santillán, ha publicado entre 2012 y 2014. Se trata en realidad de una novela por entregas que serán seis y que hasta el momento son conocidas las dos mencionadas, dentro de la ciencia ficción y sus derivaciones: weird fiction –ficción extraña, también relato sobrenatural– y retrofuturismo.
Las dos entregas se las puede leer como obras separadas, al modo de las antiguas publicaciones pulp, pero que en su conjunto hacen imaginar una atmósfera, un tiempo, una ciudad de Quito entre el pasado y el futuro, una mezcla que hace bordear al relato en los terrenos de lo fantástico y lo horroroso.
Precisamente el género weir fiction, tal como lo postulaba H.P. Lovecraft, en sus “Notas sobre la ficción extraña”, implica un estilo que trata de acercar, en sus palabras, “a la vaga, escurridiza, fragmentaria sensación de lo maravilloso, de lo bello y de las visiones que (…) llenan con ciertas perspectivas (escenas, arquitecturas, paisajes, atmósfera, etc.), ideas, ocurrencias e imágenes”. Lo primero que resalta en la obra de Santillán es la creación de atmósfera vaga, pesada, como si estuviéramos ante un tiempo futuro detenido en Quito. Esto le permite describir la ciudad, sus calles, particularmente el centro histórico, con sus recovecos, con su arquitectura, además de las imágenes de barrios aledaños, como si en estos reinara un hálito de lo viejo conviviendo con lo nuevo, donde lo nuevo, lo futuro, no se ha desligado de la memoria de sus viejos transeúntes, unos jubilados quienes forman parte de una secta milenarista, quienes guardan un secreto detrás de un manuscrito. Este documento y la develamiento de la secta es el nudo central de la obra, donde un detective, Leoncio Zambrano, debe tomar parte y adentrarse al reino lo mítico.
Lovecraft describía que toda historia extraña tendría que “lograr la suspensión o violación momentánea de las irritantes limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales que nos rigen y frustran nuestros deseos de indagar en las infinitas regiones del cosmos, que por ahora se hallan más allá de nuestro alcance, más allá de nuestro punto de vista”. Siguiendo esta huella, Santillán lo logra de manera curiosa, porque la aventura detectivesca va más allá del género negro –al cual las dos entregas podrían también encasillársele–, ubicándonos en un espacio urbano ficticio donde, en efecto, se suspende toda relación con el pasado y presente, hasta idear un futuro anti-utópico –quizá recuerde a la obra de otro autor de la ciencia ficción ecuatoriana, Santiago Páez, particularmente, Ángelus Hostis, comentado en esta revista–. La sensación de suspensión, de rareza, de extrañamiento cognitivo está muy bien manejado en las dos entregas de Leoncio Zambrano.
Estamos, de este modo, en un Quito, en un Ecuador del futuro, dominado por un poder gubernamental denominado El Movimiento a cuya cabeza está El líder, una supraentidad eternizada. Lo interesante de esta forma de gobierno, es, como el analizado por Michel Foucault en su obra, respecto a la biopolítica, donde el poder se ha diseminado en la población, pero que en este caso se muestra de forma paradójica: pues tal poder diseminado, tal forma de gobierno que ocupa los cuerpos y las mentes de los pobladores del Quito del futuro, a los que alecciona y a los que ordena y somete, hace que estos sean a su vez serviciales, como aletargados por la potencia misma de ese poder. La ciudad de Quito, de este modo, adquiere ese aire denso donde hay un crimen, la desaparición de un funcionario público, hecho que llevará a la investigación, por parte de Leoncio Zambrano –y su compañera Sara Domínguez, una policia de armas tomar– para encontrar a los criminales. El camino les será defícil porque se trata de adentrarse a las costumbres, a los comportamientos, a las formas de pensar de esa ciudadanía “movimentalizada” –también llamada los Animalizados–, pero que entre sus resquicios hay quienes articulan otro poder, paralelo, misterioso, cuasimágico y ocultista, característico de un mundo posible con una atmósfera de horror.
Lo interesante del caso es la manera de narrar de Santillán, pues haciendo gala de un fluido lenguaje, con un humor que raya en la ironía, tal atmósfera de horror urbano incluso se nos asemeja a una especie de pintura del tiempo presente como si fuera este más bien el futuro anticipado que vive Ecuador, en el que las tecnologias del poder –tecnologías ligadas a medios, al control de la mente, al control del cuerpo, etc.– son parte cotidiana y distanciadora de algo que se ha quedado en la ciudad; esto es lo que corresponde a la estética retrofuturista en las dos entregas de la novela. Por ello, los caminos de Leoncio Zambrano conducen a una especie de pesquisa arqueológica, a una especie de adentrarse al corazón de los documentos y la memoria ancestrales donde se trata de hallar el origen no del crimen cometido, sino su causa más fundamental.
En el hallazgo del Manuscrito, de este modo, está la referencia a un grupo de Tierrenos, hombres conectados con el mundo antiguo indígena; su líder es un tal don Hermes. El Manuscrito tiene la misma connotación que la Biblia para los judíos; pues en este caso es el relato kichwa de la creación del hombre y del mundo por el dios Illa Ticsi. Tras el diluvio, uno de los sobrevivientes habría llegado a las costas de Santa Elena en Ecuador y luego al Pichincha, fundando la civilización andina. Con este documento la secta milenarista, mítica, trataría de combatir al régimen de poder mestizo que se ha apoderado hasta hoy de las tierras de Ecuador, porque se considera al Movimiento como la continuación de ese sistema discriminatorio y reductivo de lo originario. En otras palabras, el grupo milenarista, los Tierrenos, estaría tratando de combatir contra la historia oficial.
Así se descubre que el funcionario público desaparecido forma parte del grupo milenarista y es, si se quiere, una especie de mesías –que se llama en realidad el Cepo Catequil– quien debe participar en un acto iniciático donde adquirirá el poder divino y cósmico, constituyéndose en el arma contra el Movimiento y todos quienes le sirven, incluidas las potencias que han desvirtuado el equilibrio de la naturaleza y el ser humano real. Sin embargo, son los enemigos de la secta, precisamente grupos de Animalizados por el poder del Estado, los que tratarán de que no se restaure la finalidad que persiguen los Tierrenos.
Si la primera entrega, Leoncio Zambrano y el Manuscrito de Quito, pone en cuestión el conflicto de mentalidades futuristas en varias capas –pensamiento mítico y pensamiento tecnocrático–, la segunda entrega, Leoncio Zambrano y la Hermandad Babilónica es un adentrarse al corazón del grupo que pretende restaurar el poder Kitu-Kara, al igual que al cuerpo social de quienes se le oponen, la Hermandad Babilónica. Por un lado, para ello se debe seguir la pista del Cepo Catequil, quien al término de la primera obra vuelve a desaparecer. Ahora, Santillán, nos cuenta de la disposición de la ciudad, de su arquitectura, de su forma de distribución de edificios y calles al modo de un cruz antigua, milenaria, no cristiana. Por este efecto, de la mano del narrador entramos a caminar por los senderos del mito.
Pero, por otro lado, cuando nos anteponemos ante el grupo que persigue a los milenaristas estamos ante otro escenario. Es así que se percibe que se siembra otro peligro, pues ahora se devela que hay una Hermandad, el brazo armado del Movimiento, que está detrás de todo un régimen de terror y que intenta, por otro lado, impedir la emergencia de los Tierrenos. Leoncio Zambrano se infiltra en el grupo para conocer sus códigos y saber sus fines. A través de esta agrupación paramilitar, entonces, conocemos la modalidad de operación controladora, animalizadora del Movimiento. Santillán describe las tecnologías educativas y de control mental, de publicación, de adopción de conocimiento, de sometimiento de barrios y familias… en definitiva todo un sistema hormiga de adopción sin condiciones del poder. Paradoja interesante porque describe el funcionamiento de una sociedad de control futurista –que recuerda mucho a 1984 de George Orwell–, denunciado por el filósofo Gilles Deleuze. Es tal el régimen de terror impuesto, que incluso la ciudad de está poblada de fantasmas; y esto nuevamente nos conecta con el weir fiction al modo de Lovecraft.
Las dos entregas de la novela Leoncio Zambrano de Xipali Santillán tienen una potencia narrativa que no hay desconocer. Su autor juega con la extrañeza y la referencialidad para crear el contraste con un mundo mítico en pugna con el mundo racionalista de las tecnologías del poder. Esos son los planos de lo viejo y de lo nuevo, donde lo nuevo somete a lo viejo –retrofuturismo–, donde lo nuevo parecería encantador –steampunk– pero que en definitiva es contrario a toda forma humana vital. Hasta acá Santillán intenta denunciar, si es que cabe esta afirmación, a este modelo de mundo actual-futuro, tecnocrático que ha olvidado que las enseñanzas más fundamentales están en los ciclos, en el universo cosmogónico, en lo originario.
Esperamos que el autor pueda entregarnos en el futuro de más obras –en total, señalé, el proyecto consta de seis volúmenes, de los cuales dos son los publicados y los que he comentado ahora–. Desde ya su prosa promete nuevas aventuras envolventes.
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