Adolfo Cáceres Romero es un escritor bastante conocido en el ambito de la literatura boliviana y latinoamericana, con obras que han transitado por distintos lugares del orbe. Él es novelista, cuentista, investigador y crítico literario, y ha recibido varios premios literarios y reconocimientos en Bolivia y en el exterior. Su trajinar en el mundo de la literatura fantástica, conforme él señala, es desde que comenzó a escribir su primera novela, a inicios de la década de los 70. A pesar de estár también ligado a otros géneros literarios en su larga caminata como escritor, Cáceres Romero nunca dejó de producir relatos de narrativa fantástica o de ciencia ficción.
Adolfo Cáceres Romero, uno de los Grandes de la literatura boliviana, realza la importancia que tuvo y tiene la literatura fantástica y de ciencia ficción en la narrativa de Bolivia.
Iván Prado para Amazing Stories.- ¿Qué representa para tí la narrativa fantástica en la literatura nacional?
Adolfo Cáceres Romero.- Siempre me ha fascinado el ámbito de lo fantástico; de ahí que mi primera novela “La mansión de los elegidos” (1973) y varios de mis cuentos, empezando con los que están en “Galar” (1968), “Copagira” (1975) y “La hora de los ángeles” (1987), tienen elementos y personajes fantásticos. Gogol, Poe, Kafka, Lovecraft, Rulfo, era mis modelos, hasta que descubrí a Borges, Bioy Casares y Cortázar, para llenarme con sus obras y seguirlos. En Bolivia se nombraba a María Virginia Estenssoro y su cuento “El occiso” (1937) como algo fantástico. Recién lo pude leer en 1971, cuando sus hijos lo reeditaron, un año después de la muerte de esa extraordinaria narradora. Entre tanto, apareció “El pez de oro” (1957) de Gamaliel Churata y, al año siguiente, “Cerco de penumbras” de Oscar Cerruto; entonces, te puedo decir que para mí la narrativa fantástica se ha hecho primordial, pues continúo escribiendo cuentos de ese género.
En cuanto a la literatura boliviana se refiere, en lo que va de nuestro siglo XXI, recién van apareciendo obras y autores consagrados a ese género literario. Algo que es primordial tomar en cuenta es que en nuestras culturas originarias, sobre todo: aimara, quechua, callawaya, movima y tupiguaraní, la narrativa fantástica es su modo natural de expresión. Ahí apreciamos su ser sustancial. La naturaleza y todo su espacio vital se manifiesta a través de los mitos que proceden de sus ancestros. Ese es el repertorio que alimentó casi todas mis obras fantásticas, empezando con los símbolos tiwanakotas que aparecen junto a la Puerta del Sol, aparte de la misteriosa presencia de los monolitos.
A.S.M.- ¿Se puede considerar a la narrativa oral, basada en mitos y leyendas de la época de los incas, como una literatura fantástica? ¿Por qué?
A.C.R.- Claro que sí, y no sólo de la época de los incas, sino de mucho más antes, con culturas cuyos vestigios apenas se van descubriendo. Los urus y tiawanakotas no han sido convenientemente estudiados. Prácticamente carecemos de antropólogos culturales de la talla de Postnasky; además, debemos tener en cuenta que en la oralidad está el origen de todas las grandes culturas, ya sean griegas, indúes, germanas o anglosajonas, cuyas obras literarias, que ahora las consideramos clásicas, emergen de ese mundo de palabras percutidas. No existirían ni “La Iliada” ni “La Odisea”, sin los mitos, dioses, personajes y hechos, que también originaron las obras de los trágicos griegos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. El “Mahabaharata” y el “Ramayana”, en la India, junto al sáncrito, nos revelan un mundo maravilloso, pleno de fantasía. En nuestro caso, hablando del Incario, a partir de el “Apu Ollantay” tenemos el germen de una singular literatura, que solo ha sido estudiada por Jesús Lara y mi persona. Confío en que aparezca alguien que pueda mostrarnos su verdadera dimensión, pues hay mucho que hacer al respecto. Si no me falla mi editor, se reeditarán tres de mis obras que hace años se publicaron en Buenos Aires, en la Ediciones del Sol. Me refiero a mis estudios antológicos: “Poesía Quechua del Tawantinsuyu” (2000), “Narrativa Quechua del Tawantinsuyo” (2010) y “Ollantay” (2012), drama quechua del Incario, cuya traducción y restauración me llevó varios años de estudio.
A.S.M.- Los mitos y leyendas se han mantenido en el imaginario colectivo durante centurias; por lo tanto, muchos autores han explorado los fenómenos y las historias fantásticas durante los periodos pre republicano y republicano; sin embargo, lo hicieron sin enfatizar en el propio desarrollo de una literatura fantástica nacional. ¿Por qué estos escritores tuvieron que hablar más de una literatura costumbrista o indigenista, antes que hablar directamente de una literatura fantástica?
A.C.R.- Es frustrante admitirlo, porque aún en nuestros días vivimos dos realidades: la urbana y la rural. El mundo literario urbano es elitista y exógeno. Sus modelos le llegan de afuera, de otras culturas y países. Claro que siempre ha sido así y continuará siéndolo. No podemos cerrar los ojos a los fenómenos universales. El problema está en la alienación que este hecho nos produce. En mi caso, si bien tengo modelos de afuera, son modelos que me muestran lo que hacen y cómo lo hacen; en cambio, yo saco temas de mis raíces ancestrales, sin anular mi identidad cultural. Estoy más cerca al mundo rural, que es endógeno. El haber vivido en el ámbito aimaro-quechua, conociendo su lengua y pensamiento, me ha mantenido fiel a esos modelos culturales; de ahí que no tengo críticos que entiendan esa dimensión de mis obras. Sólo ven lo que les es afín a su modo de apreciar las obras que habitualmente leen. El costumbrismo llegó con la narrativa realista, como retrato de un escenario, motivado con hechos pasionales, como herencia de un romanticismo incipiente. Arguedas no llegó a apreciar la obra de Tolstoy ni de Dostoievsky; apenas se asomó a Flaubert, quedándose con Zola y Galdós. El que haya elegido por protagonista de su “Raza de Bronce” a un indígena, lo catapultó como indigenista.
Otro problema es el de la crítica. Los críticos encaminan las historias literarias. Son los que hacen una literatura. En nuestro caso, el siglo XIX carece de críticos. La labor de René-Moreno y de Vaca Guzmán consistía en recopilar las obras de nuestros escritores románticos, reseñando la vida de sus autores. El siglo XX avanza un tanto más, con Carlos Medinaceli. Su amigo Ignacio Prudencio Bustillo, figura de esos años, que para los estudiosos académicos de San Andrés es uno de nuestros mejores críticos; sin embargo, para Prudencio Bustillo el indio carecía de capacidad creadora, concretamente en “Páginas Dispersa” (1946), obra reeditada por la Fundación Cultural del Banco Central, el 2015, dice de la Literatura boliviana: “De las razas que forman la población nacional, sólo la blanca posee genio artístico”, concluyendo con: “el indio no es poeta, ni músico, ni pintor por idiosincrasia”. Como verás, desconocía los poemas de Wallparimachi. No sé qué hubiera dicho de la música de Luzmila Carpio y de los cuadros de Mamani Mamani. En concreto, para los críticos de entonces y los de ahora, simplemente no existe una literatura fantástica, menos todavía de extracción indígena. Revisa los estudios de Carlos Medinaceli, inclusive de Cachín Antezana, no encontrarás nada al respecto.
A.S.M.- ¿Cómo percibes el desarrollo de la ciencia ficción en la literatura boliviana?
A.C.R.- Me parece que repunta, aunque con figuras aisladas. Desde luego que tu obra y tu empeño por revalidar lo fantástico, junto a la ciencia y ficción, resultan por demás estimulantes. Con “El Hombre” (2013), de Álvaro Pérez, novela ganadora del VII Concurso Plurinacional de Novela “Marcelo Quiroga Santa Cruz”; luego con “Iris” (2013), de Edmundo Paz Soldán, creo que se ha logrado un mayor impulso en este género de novelas.
A.S.M.- En tus cuentos de “La hora de los ángeles”, que fueron reeditados por Kipus, con el título de “Entre ángeles y golpes”, muestras una narrativa que combina elementos fantásticos, míticos, oníricos y sobrenaturales, que le permiten al lector ingresar en mundos desconocidos. ¿Qué nos puedes decir de esta tu obra?
A.C.R.- En parte ya has enumerado la clase de elementos que manejo en esa obra, considerando que para el lector son “mundos desconocidos”; sin embargo, algunos de esos cuentos han sido antologados y traducidos a otras lenguas. Te referiré dos casos: mi cuento “Los ángeles del espejo” salió finalista en el concurso auspiciado por la editorial “Atlántida” de Buenos Aires, en 1981. No me dieron el primer premio porque ahí participaron figuras de reconocido prestigio en ese país; en cambio me dieron la primera Mención de Honor. Pero algo más, en la carta donde me anunciaban esa distinción, uno de los jurados me puso una nota a mano, diciéndome que ese cuento le había gustado bastante y me preguntaba si tenía otros más. La verdad es que ese mi libro de cuentos todavía estaba en gestación. Tenía pocos cuentos y precisaba corregirlos. Recién pude terminarlo en 1987, o sea seis años después. “Los ángeles del espejo” fue traducido al alemán, en la antología que preparó Manuel Vargas, en 1991. El otro caso se refiere a la antología de “Cuentos Hispanoamericanos” que preparó Fernando Burgos, escritor chileno, para la Editorial Castalia de Madrid. Burgos me pedía autorización para publicar uno de mis cuentos, pero él tenía dos cuentos míos que le gustaban y sólo podía publicar uno, como lo hacía con Benedetti, Costázar, Borges, Vargas Llosa y todos los autores seleccionados; entonces, me pidió que le firmara la autorización por los dos cuentos, mientras se decidía por uno de ellos. Finalmente publicó “Los ángeles de las tinieblas”. Como verás, esos mundos resultaron no ser desconocidos para mis lectores de afuera. ¿Por qué? Porque trabajé los mitos andinos con proyección universal, tal como lo ha hecho Lovecraft con sus “Mitos de Cthulhu” o Tolkien con los “Hobbit”.
A.S.M.- Asimismo, escribes el relato “El despertar de la bella durmiente”, de ciencia y ficción, donde muestras una sociedad futurista. ¿En qué medida esta historia aproxima la realidad a la ficción, en base a los adelantos científicos actuales?
A.C.R.- Antes, déjame decirte que ese cuento primero salió traducido al croata, en Zagrev, el año 2004, en una antología que preparó Zeljka Lovrencic. Mi contacto fue por internet. La versión en español recién salió el 2011, con otros cuentos infantojuveniles, con el título de “El despertar de la bella durmiente”. Los adelantos científicos que me inspiraron el tema son bastante conocidos. Todavía se habla de la criogenización; es decir, hacer que un cadáver sea criogenizado (congelado) para ser restaurado en el futuro, con la idea de que la medicina pueda volverlo a la vida. También se sabe que existen laboratorios espaciales, que orbitan la tierra en plataformas. Bueno, vi en televisión española un reportaje que hablaba de la construcción de plataformas espaciales que albergarían hasta 10.000 habitantes. Serán verdaderas ciudades flotantes en el espacio, con jardines, calles, viviendas, colegios, universidades y hospitales bien equipados. En mi cuento, precisamente a una de esas plataformas llevan el cadáver de una bella muchacha que fue envenenada a fines del siglo XX. Luego, imaginé cómo sería nuestro mundo el año 3003 y cómo sería resucitada nuestra bella durmiente. El caso es que en ese cuento también me refiero a otros adelantos científicos, como la telequinesis y la telepatía a larga distancia.
A.S.M.- “El puente de los suicidas”, tu último libro de cuentos, incluye relatos fantásticos con elementos de la cultura tiawanakota. ¿Qué nos puedes decir acerca de este tu libro?
A.C.R.- Bueno, ese libro está dedicado a La Paz, como ciudad maravilla. Tiene dos partes; la primera, con cuentos urbanos, empezando con “El puente de los suicidas”, que es una historia de amor, que nace entre dos suicidas que se encuentran precisamente en el puente “Las Américas”. Desde luego que el final es imprevisto, como en el resto de los cuentos de esa primera parte. La segunda, va inspirada en algunos mitos tiawanakotas, en torno al lago sagrado (Titicaca) y Tiawanaku, cuya puerta del Sol cobra un relieve especial, a través de la presencia de Ercóbulus el décimo planeta que orbita alrededor del sol, con una rotación que dura 15.000 años, habiendo sido visto por los sumerios y los mayas en tiempos remotos. El paso del planeta, que es 500 veces más grande que la tierra, es catastrófico. Precisamente en su anterior órbita había provocado la extinción de los dinosaurios. Ahora, después de 15.000 años, se aproximaba a la tierra. ¿Qué irá a suceder? La respuesta está en el cuento. Algo más, en este libro de 10 cuentos, experimento otras técnicas, sin dejar el suspenso como desarrollo de la trama. La verdad es que en este libro he buscado lo insólito como nunca lo había hecho con mis obras anteriores.
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