“Los Triquitraques” de Yánez Cossío: fantasía y ciencia ficción

Los Triquitraques (2002) es una novela corta para niños de la renombrada escritora ecuatoriana, Alicia Yánez Cossío (1929- ). Se trata de un libro con ilustraciones acerca del impacto de los Triquitraques, seres extraterrestres diminutos, en la vida de una familia y allegados. Estos seres han venido a la Tierra de algún lejano planeta a Quito, lugar por excelencia por estar en la línea equinoccial, con la misión de ayudar a los seres humanos. Son una especie de duendes –si cabe el término– que conviven desde tiempos inmemoriales con los seres humanos y más aún con la familia objeto del relato de Yánez Cossío.

La novela corta pinta a los Triquitraques como una especie de seres legendarios. Se percibe su presencia a partir del relato y de las aventuras de los personajes de la familia. De los Triquitraques solo sabemos que ruedan y ruedan, que atraviesan océanos, que se meten en cualquier lado, que son diminutos, de color negro y redondos, al mismo tiempo que tienen la apariencia rugosa como si fueran la visión exacta de la misma Tierra. Cuando ayudan tienen la capacidad de conceder los deseos, por lo cual, según la autora, se tendría que capturarlos y guardarlos en alguna cajita para que obren como genios. Con estos datos, suficientes, por cierto, la trama de la novela en lo posterior es rica y suscitadora de varias historias familiares.

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La escritora ecuatoriana Alicia Yánez Cossío.

El hecho está en que un grupo de Triquitraques vive en el baúl de la tatarabuela, mismo que está arrinconado en la buhardilla. Entonces Yánez Cossío se sirve de este hecho para narrar las aventuras de unos niños quienes serán los hilos conductores a través de los cuales iremos descubriendo quiénes fueron y son los componentes de la familia. De hecho, la autora va poniendo rasgos en su descripción que hacen pensar, justamente, en su propia familia, y en cómo ella motivó la experiencia creadora, la experiencia imaginativa y literaria de algunos de sus miembros, entre ellos del hijo de Yánez Cossío, Luis Miguel Campos. ¿Se trata de una especie de novela autobiográfica de la autora?

Se podría decir que no a la pregunta anterior; o quizá con más precisión, se trataría de una novela que recrea la vivencia de una familia, la suya propia, como símbolo de las familias ecuatorianas cuando ven crecer en su seno a una generación. En este sentido, la novela puede ser una especie de bildüngsroman, una novela de iniciación, destinada a un público desde los 10 años: se trata de que los niños reconozcan el camino propio de formación a partir de la mirada curiosa, de la aventura, de saber los puntos de anclaje con la familia, etc.

De este modo, la novela Los Triquitraques tiene cinco capítulos. El primero es para hacernos conocer a dichos seres extraterrestres, pero también para introducirnos al mundo de la infancia curiosa, esa infancia que va descubriendo en los vericuetos y vivencias de la casa, a partir de cosas anodinas –el baúl, la buhardilla, un mapa…– la fantasía; con ello, por otro lado, nos enteramos poco a poco de la composición de la familia, la importancia de la libertad y del diálogo familiar.

En el segundo, entramos a la anécdota, mediante la figura de un antiguo empleado de la familia –el “indio ‘RRamos’”– quien de pronto se vuelve “importante” al adquirir cierta notoriedad; pero su problema es la ambición, por lo cual su obsesión es encontrar a los Triquitraques. Hay mucho humor y color en esta parte, para pintar a ciertos personajes materialistas que podrían ser grotescos y mal ejemplo para niños. Quizá el sentido pedagógico aparece en esta parte de la novela.

El tercero tiene como motivo la Navidad y el preciado pavo de la cena. Sin embargo, en este aparece la parte mágica, casi en conexión con el cuento maravilloso, pues el pavo, de nombre Felipe, es sabio, habla, acompaña al niño en su crecimiento, pero además es el transmisor del poder de los Triquitraques. La presencia ineludible de este personaje es interesante sobre todo para tomar conciencia acerca de los momentos de la vida que “nos hablan” y que de niños muchas veces se toman como ciertas, pero que los padres –y la propia escuela– en la mayoría de los casos, no lo consideran en serio, coartando la imaginación de los hijos.

El meollo de la novela tiene que ver con el cuarto capítulo, con la vida del niño junto a una colcha –nombrada como la “Queta”–. A estas alturas se ha comprendido que hay un paso o un límite entre aferrarse a algún objeto y liberarse hacia el camino de la adolescencia. La Queta es un objeto cargado de inmanencia y que luego lleva a que el propio niño emerja como alguien toma de ella el potencial creativo. Entonces, Luis Miguel, transforma ese objeto en el medio para viajar en el tiempo, para ir hacia el espacio exterior –que puede leerse como el espacio creativo, el espacio literario, el espacio de los mundos posibles–; es allá donde adquirirá ya la madurez. La autora muestra en este capítulo cómo un niño puede lograr aprovechar lo fantástico para ir en busca de lo nuevo, de lo arriesgado; es el capítulo que habla del sentido liberador también de la literatura y de las propias imágenes que fueron conformando el proceso formativo desde niño de su propio hijo. Luis Miguel, entonces, viste la colcha, transformada en “chompaqueta”, un objeto mágico y protector, y con ella va en una nave espacial a buscar el planeta de los Triquitraques.

El quinto capítulo es acerca de la abuela y las nuevas generaciones de niños; este capítulo nos devuelve a la unión familiar, a reconocer el camino del cual somos herederos, etc.

Portada original del libro El beso y otras fricciones (1975)
Portada original del libro El beso y otras fricciones (1975)

Los Triquitraques parte de un cuento original que Alicia Yánez Cossío escribiera en el primer libro de cuentos de ciencia ficción de una mujer ecuatoriana: El beso y otras fricciones (1975). Según relata la autora en el posfacio de su novela Concierto de sombras (2004), Yánez Cossío escribió El beso y otras fricciones como una propuesta para meditar el futuro, es decir, el futuro problemático que ofrece la ciencia ficción y el lugar donde estaría el ser humano: la necesidad de volver a la naturaleza, a la vida, a tener una mirada positiva, en otras palabras, el deseo de futurización. Dicho libro trataría de ser una respuesta a un mundo donde se acaba o se extingue el pasado, la cultura, lo que se hereda –quizá también como una respuesta a Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury–. El cuento “Los Triquitraques” solo apareció en la primera edición de El beso y otras fricciones de 1975, en tanto en la segunda, de 1999, tal cuento ya no se publicó. Empero, Yánez Cossío pone en dicho cuento su inquietud sobre cómo emerge lo creativo. Y, de hecho, parece ser obrado por ciertos demiurgos, que en el caso del cuento, y luego la novela corta Los Triquitraques, son personificados por estos seres extraterrestres.

Pero habría que leer todo lo anterior en plano de alusiones. En sentido general, en la novela, los Triquitraques solo son oídos y percibidos por lo niños y los ancianos. Para los unos son imágenes, son corporizaciones de la fantasía; para los otros, son los ruidos que aparecen en el oído. Entre la niñez y la vejez hay una ligazón directa, pues se trata de dos momentos en que los seres humanos vuelven a la fantasía, a ser niños, a ser vulnerables, a requerir el cariño y el calor de la familia: los Triquitraques, entonces, son seres que acompañan y que despiertan imágenes de un más allá, de un poder ver las cosas con cierta lucidez. Sin embargo, los Triquitraques, son entidades de afuera: es decir, son los momentos de extrañeza que cada uno de nosotros tenemos cuando enfrentamos situaciones que nos hacen crecer como personas. En este sentido, Yánez Cossío juega con los horizontes de lo fantástico y de la ciencia ficción: en un caso, con suscitar en el lector la inquietud para que se pregunte sobre su propio ser o su propia naturaleza, además de sus propias potencialidades –insisto en el tema de la novela de crecimiento con sentido pedagógico–; del mismo modo que hace que el lector, mediante las inflexiones de la ficción, pueda ver ese mundo otro, ese mundo fantástico que es la niñez como el espacio del que hay que cobrar conciencia –y que se olvida fácilmente por los avatares de la vida–.

El tema es que los Triquitraques nos visitan cada cien años. Pero su visita es larga y se quedan atrapados en los lugares donde necesitan ser buscados por inquietos seres que buscarían fortalecer su parte espiritual. Es decir, los Triquitraques son la representación de ese mundo de la fantasía, de lo mágico, del ensueño que no se debería desvirtuar nunca, que pueblan con imágenes poderosas la niñez y que funcionan como grandes recuerdos en la vejez. La novela de Yánez Cossío narra con increíble sutileza ese periodo donde la vida material se contrapone con ese mundo de la fantasía.

Pero el otro hecho es que si existe esa motivación creadora, esa que implica desprenderse de las imágenes de la niñez para hacer con ellas poderosas metáforas de la vida, es menester ir al encuentro de esos demiurgos, para preguntarles, para obtener de ellos la sabiduría que necesitamos para enfrentar al mundo materialista. Por ello esta novela es importante, tanto por ser obra suscitadora, cuanto por ser mirada de mujer-madre-abuela que alecciona a no renunciar a lo posible, al futuro, sin olvidar el pasado. En otras palabras, una sutil respuesta a la ciencia ficción distópica.

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