Cosmonauta: cuentos retrofuturistas y fantásticos (Talleres Gráficos Kipus, Potosí-Bolivia, 2018) de Hugo Revollo Romero –que se presenta además como HG–, es un libro que muestra una faceta nueva dentro de la producción literaria boliviana de ciencia ficción y fantástica. Su propio subtítulo ya lo indica: los cuentos nos sitúan en la esfera del retrofuturismo en diálogo con lo fantástico, pero con la cualidad de que la mirada es andina. Son cuentos que retratan el ambiente de los Andes bolivianos, sus gentes, sus expresiones, ciertas referencias locales que podrían ser extrañas para algún lector, pero que son inmediata y fácilmente explicadas con notas al pie –realizadas por el autor–, y que dan brillo y cierta magia poética al libro. A veces sentimos que leemos unos cuentos que aluden a leyendas o a hechos históricos, o que de pronto nos situamos en escenarios y situaciones del antaño boliviano, aunque luego percibimos que Revollo Romero hace un salto interesante haciéndonos percibir que lo que leemos no es ni referencia al pasado, ni lo que cuenta tiene que ver necesariamente con la historia boliviana. Es con la estrategia narrativa del retrofuturismo que en los cuentos se logra el salto hacia lo ucrónico.
Cosmonauta: cuentos retrofuturistas y fantásticos contiene 16 cuentos y un prólogo del escritor español Luis Sepúlveda. Desde ya nos topamos con un libro que se constituye en una buena muestra del dominio de la narrativa, con un lenguaje poético que engancha al lector, con una capacidad de crear mundos posibles y personajes que parecen muy próximos y que nos inquieren a la vez. Tomando en cuenta lo anteriormente anotado, los cuentos de esta obra nos ponen ante el hecho de que una realidad pasada se puede leer desde otro registro: lo que puede ser una Bolivia, o lo que puede ser el mundo andino, o lo que puede ser algún territorio en un planeta fantástico, donde, aunque se perciba cierta anacronía, prevalece allá una atemporalidad que nos hace preguntarnos sobre la validez de las tecnologías conocidas, sobre la permanencia de otras tecnologías –ocultas a la vista de lo cotidiano–, quizá antiguas, quizá aún no develadas, o quizá olvidadas y que abren caminos a otras experiencias. De este modo, percibimos que el futuro ya había estado en el pasado, característica clara, por otro lado, inscrita en el pensamiento indígena andino desde tiempos inmemoriales.
Considerando lo anterior, veamos brevemente algunos de los cuentos que Revollo Romero nos ofrece en su Cosmonauta: cuentos retrofuturistas y fantásticos.
Quizá uno de los horizontes retrofuturistas es la introducción y la tensión de las tecnologías en la vida social cotidiana, pero que Revollo Romero los resuelve de manera particular.
Es el caso de “Gato”, cuento sobre un animal autómata que cautiva a una familia, se hace adoptar y pretende comportarse como los gatos comunes. O también “La carrera de los Bugatti”, sobre otro autómata que conduce un coche de carrera; hay una apuesta y el desastre. En ambos cuentos los autómatas forman parte de la vida social; están allá, se convive con ellos; los personajes humanos además saben la diferencia entre ellos y la característica maquínica de tales entidades. Y en este contexto que de pronto nos preguntamos hasta qué punto los autómatas pueden simular, o si las máquinas realmente podrían ganar al ser humano en su forma de ser e inteligencia. El autor nos hace conscientes que, pese a cualquier promesa que podría conllevar la máquina, esta siempre tendría su talón de Aquiles, llevando a su fracaso.
Y ¿qué pasaría si el autómata adquiriera también una cierta conciencia? En “Un minero más” Revollo Romero nos sitúa en el escenario de una mina. Su dueño –un potentado, quizá una lejana recordación de algún “barón del estaño” boliviano–, queriendo aprovechar las innovaciones tecnológicas, adquiere un robot-autómata, un ser que portentosamente hace más obra que los propios humanos. Un accidente en el interior de la mina provoca que el autómata cambie su naturaleza. En este cuento hay algo –no es que esté explícito– de ese tipo de sociedad que alguna vez Charles Chaplin retrató en Tiempos modernos (1936), sobre todo en cuanto a esa ligada a la esperanza –mostrada de manera irónica,– hacia el automatismo y la maquinización fordista, pero situada en los mundos de los mineros bolivianos. El autor pareciera poner de manifiesto ya el carácter antiutópico que implica el cambio de la naturaleza del trabajo por otro de esencia mecánica; sin embargo, cuando hace que su cuento toma otro rumbo, pronto advertimos que una cosa son las máquinas que incluso pretenden asemejar a lo humano y otra que la misma sociedad las haga o las convierta –incluso con el olvido– en obsoletas, antes que prosigan su camino. En cierto modo este cuento se hace eco y homenajea a la novela El invencible (1964) de Stanislaw Lem.
Pero fuera del posible fracaso o de la obsolescencia de la máquina, Revollo Romero nos hace pensar también en el carácter utilitario de la tecnología. En “Un buen motivo”, que podría evocar a la máquina del tiempo de la novela homónima de H.G. Wells, incluso explora que toda máquina puede ser mejor aprovechada si el fin no es la misma máquina, sino el degustar una buena comida. Así, la idea es que Petter, el personaje del cuento, quien sabe manejar aquella máquina del tiempo, va hacia el 1888 para intentar servirse una sopa de calabaza. En el lugar donde es recibido le dicen que debe esperar a que se cocine. ¿No hay algo de irónico en este asunto?
Otro ejemplo es “El cosmonauta”, el cual es, de hecho, un fragmento de una novela futura; o un capítulo de lo que podría ser una obra más completa. A la par es también el relato que da título al libro: Cosmonauta: cuentos retrofuturistas y fantásticos que, leyéndola con atención, sabemos que es una historia muy bien trabajada. De este modo, estamos en un mundo en medio de una guerra, hay destrucción y ansiedad; hay hombres y mujeres que tratan de vivir en medio de la conflagración, a la par de inventores. Hay que transportar minerales a cambio de víveres en un tren espacial –léase bien: espacial– que tiene dos motores, uno de fisión nuclear y otro de vapor. Con tales tecnologías la misión debe emprenderse… y se sabe que el camino, pese a que el tren irá impelido por los motores, tiene sus peligros. El cosmonauta es uno de los que conducen el tren, pero además es el que conoce el camino de los peligros. La representación de la guerra y del peligro está bien narrado: lleva a preguntarnos si la verdadera naturaleza del ser humano es la búsqueda del riesgo y la violencia.
Fronterizos entre la ciencia ficción y lo fantástico son los cuentos: “Y partió el pan” y “Las piedras volantes”. En cuanto al primero, podría decirse que es el ejemplo del cuento más retrofuturista del libro y que apela a la imaginación fantástica para lograr su efecto. Estamos en Egipto; y del mismo modo somos una especie de trabajadores dentro de un lugar, una cámara; allá están Jesús y su padre José, también como trabajadores. Se usa unas lámparas que son alimentadas por unas baterías. Mientras a nosotros nos interesa el funcionamiento de esas cosas, vistas como mágicas, Jesús comienza haciendo sus primeros milagros al partir el pan. Todo es tan natural: ¿qué hubiera pasado si la obra de Jesús era entendida como cualquier otra? ¿Quién sabe si tal actuar como un signo de hermanamiento, sin tanta institución religiosa de por medio, habría cambiado el sentido del trabajo humano?
En “Las piedras volantes”, por otro lado, apreciamos un hecho inédito, el de la existencia de unas piedras que vuelan en una montaña; esto lleva a su descubridor a querer validar su trabajo y sus teorías convocando a un científico extranjero. Revollo Romero nos inquieta con esta historia, acaso fantástica, acaso nacida de la mente febril del propio ficticio descubridor. Como toda historia de ciencia ficción, aunque sin exagerar, el autor va poniendo los elementos explicativos para que creamos la verdad de este hecho, además situado en algún pasado intemporal. Y cuando viajamos al corazón de la montaña para descubrir azorados la realidad de estas piedras, nos damos cuenta de que en toda empresa siempre habrá la ambición que lleva a que las cosas se desvíen por otro sendero.
En el terreno de lo fantástico hallamos dos líneas: las que podrían dialogar con lo maravilloso y las que bordean el terror.
Por ejemplo, “Humintas al horno” y en “Una noche de San Juan cualquiera” están los trazos de lo maravilloso. Es así como en “Humintas al horno”, en alusión a una comida típica andina con base en el maíz molido, conocemos a un gnomo de nombre Leonel que, aprovechando que el dueño de casa, un humano sale de su hogar, va a buscar alimentos en la cocina y se encuentra con una olla de ricas y preciadas humintas. Revollo Romero de pronto nos hace ver la cocina, el gato que está allá ronroneando, nos hace “sentir” el ambiente cálido del lugar, casero, rural, a sabiendas que estamos en una tierra fría, Potosí. El gnomo cae encantado de la comida y se queda durmiendo en la cocina. Este mismo gnomo vuelve a aparecer en “Una noche de San Juan cualquiera”. Han pasado ciertos años y en la casa donde vive a escondidas de los humanos, una noche festiva él sale a buscar algo de alcohol para calentarse; le encanta el sucumbé –un brebaje preparado con leche, alcohol, canela y clavo de olor–, bebida de esa noche festiva. El humano que está borracho lo encuentra y lo ve, le sirve el licor y se ponen a hablar. El primer cuento hace que consideremos a los gnomos no como seres mágicos, sino como seres que saben aprovechar de las casas donde se guarecen, de las que son especie de guardianes; en el segundo, sabemos que hablan, que se diferencian de los duendes y de las hadas, a quienes los aborrecen. Pero lo interesante del caso es que, situándonos en lo fantástico, nos damos cuenta de que estas entidades, acaso mágicas, acaso mundanas, tienen debilidades, siendo una de ellas la comida. Desde ya, digamos como punto aparte, la comida está presente en los relatos que conforman Cosmonauta: cuentos retrofuturistas y fantásticos. La comida y la bebida son motivos que descoloca, pero a la vez confieren de contemporaneidad a las historias.
En cuanto al terror, “La loba” es un cuento logrado. Trata sobre una mujer especial, en tanto seductora, en tanto sedienta de pasión, a la par una híbrida, una mujer-loba; esta lleva a la cama a un hombre y le muestra además lo que podría matarla. Como está contada la historia, el terror se traduce en locura.
El terror también está presente en el cuento “La peste negra y los niños”. Una ciudad medieval está muriendo por la peste y las familias ya no pueden con ella; en el entorno de una de ellas, un niño cree estar vivo y reclama durante la comida por qué le están echando tierra. Uno se pregunta si realmente el lector es el propio muerto que cree estar vivo.
A su vez, “El expreso de los olvidados” es una historia de terror que sitúa la acción en la Guerra del Chaco. Un hombre es el protagonista. Y también un tren que es conducido por la misma muerte.
Hay otros cuentos, pero los referidos creo que llenan de sentido a Cosmonauta: cuentos retrofuturistas y fantásticos. ¿Y por qué son cuentos que trasuntan algo más de lo que se lee? Podríamos decir que una buena parte de ellos tienen esa doble estructura que fuera estudiada por Ricardo Piglia en “Tesis sobre el cuento” –en Formas breves (1999)– en cuentos de Antón Chejov o Jorge Luis Borges. Piglia planteaba que el corazón de un cuento, fuera de lo “previsible y convencional […] la intriga se plantea como una paradoja”; allá la anécdota desvincula una historia que se narra para hacer aparecer otra. Esto se percibe en la obra del autor boliviano y ahí radica su potencia. De ahí que Cosmonauta: cuentos retrofuturistas y fantásticos es una visión fresca y renovadora de la literatura de ciencia ficción que viene del mundo andino. (Iván Rodrigo Mendizábal)