“Los dragones de Lumbre”: una fábula sobre el aprendizaje de la vida

La autora ecuatoriana María de los Ángeles Boada ha escrito una fábula infantil con el título de: Los dragones de Lumbre (Loqueleo, Santillana, Guayaquil, 2019). Es su quinto libro, según reza la biografía en páginas interiores de esta novela corta; de ella se conocen otras obras como: De burros, poetas y lobos (2010), Un día se ha perdido (2014), ¿Qué idioma hablan los animales? (2014), No seas goloso, señor Oso (2015). Como todo libro que publica la editorial que la auspicia, además dirigida a públicos infantiles y adolescentes, tiene ilustraciones de Guido Chavez.

Los dragones de Lumbre es una novela corta y sencilla en el campo de literatura fantástica, campo en el que Boada ha escrito sus anteriores novelas para niños. Como su propio título lo señala, su trama trata de dragones en un mundo fantástico que por el momento está dividido por el reino de aquellos, el Reino de Lumbre, y el reino de los humanos, el Reino de la Fantasía –también el Mundo Real– que, para desgracia de los dragones, los han alejado fuera de sus territorios. Un accidente estúpido: el que el hijo del rey de los dragones, Ignicio, haya quemado un mechón de cabello del príncipe hace que este caiga en desgracia y, para colmo, se corten las relaciones con los dragones.

El asunto, tal cual contado, que no es en sí mismo el meollo de la novela, es desde ya humorístico. Los dragones de Lumbre tiene precisamente ese tono, el de ser una historia con toque de humor donde los animales fabulosos y los animales convencionales hablan, e incluso los insectos. De este modo, la historia fluye de una preocupación: del viejo, del viejísimo rey de los dragones, Fogón –que se dice que tiene ya más de tres mil años–, al no poder exhalar fuego –como muchos de sus congéneres–, debe encontrar a su hijo, Ignicio y darle la posibilidad de gobernar, para él poder por fin llegar al fin de sus días.

En primera instancia, Los dragones de Lumbre es una novela de reencuentro de padre e hijo bajo la figura de dos dragones con diferencia de edad y, por lo tanto, generacional. Se sabe que Ignicio, con sus buenos cientos de años, tampoco es un ser ejemplar, sino uno que tiene a veces mal carácter, mostrándose impulsivo. Boada hace un ejercicio de pensar las relaciones entre padres e hijos, sobre todo varones, donde la cuestión es la tensión por el poder de sí. Este tópico, quizá frecuente en la literatura infantil, es convencional o estereotipado en tanto se trataría de mostrar que entre las relaciones filiales no siempre hay equilibrio, más aún cuando se trata de una relación de un padre, con sus buenos años de edad y experiencia, y un adolescente, con la carga de cuestionamientos a la autoridad que en su naturaleza encierra, gracias, precisamente a su inexperiencia. Con todo, la autora sale bien librada de este primer tópico porque lo que quiere representar es que, en un momento dado, pese a las tensiones naturales que impone la vida, uno debe dejar el camino para que el otro empiece a gobernarse a sí mismo y tomar las riendas de la familia o la comunidad de la que forma parte.

Entonces, en segunda instancia, Los dragones de Lumbre toma otro camino: el del bildungsroman o novela de aprendizaje. Ignicio es la típica figura del adolescente que en un momento de su vida desoye a su padre y sale a enfrentar por sí mismo, sin las lecciones de la vida familiar, los senderos peligrosos del mundo real. Y si al principio se le muestra como despreocupado o suertudo en sus faenas, pronto, el accidente mencionado hará que caiga en desgracia, encerrado en un calabozo por cientos de años, al cuidado de una cucaracha guardiana. Hasta acá el tono de la historia, apelando al humor, se deja llevar. Se nota claramente una economía de las palabras, un conocimiento del ritmo de la novela corta de Boada para que el relato no caiga en lugares comunes, o que tenga diálogos obvios y pesados. En este contexto, sucede lo contrario: atrapa y, con la ayuda de las ilustraciones Los dragones de Lumbre la historia más bien fluye rápidamente.

Se puede decir que, en la estructura del camino del aprendizaje hacia la madurez, Boada enfatiza que la tensión entre padres e hijos, durante la adolescencia de estos, suele ser pasajera en tanto el dragón joven adquiere conciencia del camino recorrido y que enmienda, así como se da cuenta que debe asumir el camino de la responsabilidad, esto es: aprender los criterios de gobierno de sí y de la comunidad a la que se debe. En este marco, debe convencer a quien lo encarceló, que fuera de sus debilidades, debe ceder a nuevas formas de organización. La integración de los reinos, a nivel metafórico, es la integración del saber adquirido y lo que se debe aprenderse. Con ello, la autora demuestra que es necesario reafirmar el sentido pedagógico de su relato.

Los dragones de Lumbre como toda obra que se refiere a mundos fantásticos, maravilla. En eso consiste escribir para niños y adolescentes. Boada prueba que sabe de su oficio como escritora especializada de textos dirigidos a públicos a los que se debe encantar y, al mismo tiempo, formar en valores. Es así como su novela en el fondo tiene la intención de enseñar a vencer la adversidad, aprendiendo de los errores, pero también usar la inteligencia para saber gobernar. Cumple tal cometido: comunica con sencillez ideas y valores básicos para un niño o adolescente.

¿Hay que pedirle algo más a esta novela corta? No, hay que más bien celebrar que la autora sabe lo que quiere y se nota, aparte de la intencionalidad pedagógica, que lo que le mueve es su sentido de familia, su estructura, su lugar en la constitución de alguna sociedad. Por ello, su obra es relevante. Claro está que lo se le echa en falta es el rol de la mujer dentro de esta estructura. Así, Los dragones de Lumbre tiene ese hueco: porque lo que se privilegia es el rol de lo masculino, donde no hay participación de la mujer, salvo que se sugiere que habría algunos seres que las cuidan con el nombre de Caballeros Defensores de las Princesas. El mundo de los dragones y de la fantasía es claramente de hombres, de seres masculinizados; el gobierno, asimismo, es varonil. En una sociedad machista como la que aún prevalece, parece que se reafirma ese orden que supone que el hombre viejo entrega su poder al hombre joven. El conflicto de padre-hijo que luego se resuelve, en el fondo, no es más que el recordatorio de que dentro de la familia hay un orden o jerarquía que se debe observar y conservar. Y quizá ese podría ser el problema de cierta literatura fantástica direccionada a niños y adolescentes. Quizá habría que pensar cómo las autoras mujeres como Boada tratan de justificar el orden patriarcal como algo natural, sin duda incuestionable para colegios y escuelas ecuatorianas a través de una fábula cuya connotación se esconde con lo humorístico y alguna intención pedagógica. En este sentido, es menester que nos cuestionemos qué es lo que transmite tal literatura. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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