El escritor ecuatoriano Pablo Gómez Morán publica Las guerras de los hijos del Sol (Eskeletra, 2018), libro cuyo núcleo son los mitos andinos y su contexto literario, la fantasía.
Las guerras de los hijos del Sol es el título inicial que promete una segunda parte, según su autor en la contratapa de su libro. Aunque estemos esperando una nueva entrega, el libro en sí mismo se constituye en una novedad dado que implica una historia que puede resultar extraña y, al mismo tiempo, entrada para comprender con más detalle eso que dije anteriormente: los mitos andinos.
Una reescritura de los mitos de origen andinos es, desde ya, una tarea interesante y eso es lo que se propone Gómez Morán. Más aún cuando se trata de reponer para lectores actuales una especie de historia de los orígenes, una génesis del mundo andino, comprendiendo para el caso, la conjunción o la totalización de los mitos fundacionales en una sola historia que muestre cómo nació el mundo, el de América del Sur, el de las culturas andinas. Aunque los trabajos referenciales a los mitos andinos se encuentran en los cronistas de la colonia, como el texto de Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva coronica y buen gobierno, escrito –se presume– en un periodo de 12 y 15 años, entre 1600 y 1615; o el de Pedro Cieza de León, Las crónicas del Perú (1553); o el de Cristóbal de Molina, Relación de las fábulas y ritos de los Incas (1575-1576); se supone que tales historias se narraron de generación en versión oral, siendo los mitos, en general, y los andinos, en particular, tejidos de diferentes versiones que se han ido comunicando desde tiempos inmemoriales.
La clave del libro Gómez Morán es la reunión de la variedad de los mitos a los que el autor da un cierto orden, sin interés antropológico, sino más bien literario. Hay bastantes estudios sobre los mitos andinos, sobre todo los que se han escrito en el contexto de la antropología, los cuales han permitido descubrir y entender los tejidos culturales e incluso ideológicos que trasuntan aquellos. Empero, desde lo literario, es decir, desde el texto en su dimensión poética, en su construcción que permite adentrarnos al terreno de lo fantástico, es un reto, porque se trataría de volver, por lo menos, a tratar de oír esas voces dispersas, esas voces que, frente a los millones de años ya transcurridos, aún vibran en las textualidades míticas. Gómez Morán se sitúa en este marco; no le interesa, ni hace sociología ni antropología del mito originario del mundo andino que perfila; solo un texto explicativo dada su intención narrativa. En este sentido, relata y hace aparecer a los dioses como seres, similares a los humanos, aunque en su raíz no sean expresamente humanos en todo el sentido de la palabra.
El principio de todo es Viracocha. Él es el creador de todo, el que organiza, el que define, el que hace el cosmos y la vida. Pero no solo es creador de las cosas, de los mundos, sino también de seres, sus hijos, dioses con distintas categorías y funciones. Y es partir de este presupuesto que Las guerras de los hijos del Sol señala cómo se fueron dando las cosas, primero cuando no existía la luz y prevalecía la oscuridad, hasta luego encontrar el sentido de la vida en el corazón de cada uno de los hijos, sean deidades mayores y menores. Viracocha, para Gómez Morán es alguien parecido a un ser humano, sin serlo; es majestuoso, lujosamente vestido, caprichoso y súper poderoso: dispone y destruye, es amoroso, a la par que cruel cuando ejerce el poder. La génesis del mundo de la Tierra está señalada por la obra que hace, la obra que deja crecer y la conciencia que cree sembrar en sus hijos. Luego están las ambiciones de sus hijos que, teniendo sus ciertos poderes, quieren destronar al padre, matarlo, y establecer sus propios dominios. Es así como encontramos historias acerca de gigantes, dioses mayores y dioses menores hasta su desaparición porque Viracocha los destruye. Luego están los dioses resentidos que pretenden el poder y deidades animalescas –como el de Amaru, serpiente gigantesca, con sus versiones del Amaru alado– y el establecimiento de asentamientos de culturas. Igualmente se cuenta el nacimiento del Sol y de la Luna y la reubicación de las moradas de las deidades: la superior, encabezada por Viracocha, en una isla flotante en el cielo llamada Hanan Pacha; la de la Tierra, o Kay Pacha y la intraterráquea o Uku Pacha.
Hay que indicar que el autor enfatiza que el origen el mundo se dio en Tiahuanacu –hoy región emblemática y mítica en Bolivia–, desde donde Viracocha hace su cuartel y establece su gobierno que se basa fundamentalmente en querer ser reconocido y adorado por sus hijos, por sus creaturas, por lo cual él permite la vida a estos y a quienes ha creado como diversidad de entidades. Tiahuanacu y el cercano Lago Titicaca –también nombrado en Las guerras de los hijos del Sol– hoy es un territorio en el que existen los vestigios de una cultura extraordinaria y misteriosa, dadas las edificaciones que se han ido descubriendo y que faltan por desenterrar. Los mitos narrados alrededor de este lugar y los emplazamientos que luego Gómez Morán hace referencia con relación a la creación del mundo y las generaciones de dioses y seres que les deben servir, son lejanamente antiguos a los referenciados por la historia oficial. Esto quiere decir que el autor nos ilustra que antes que los hombres, que los incas, para él la primera formación social y la primera cultura imperial existente –que se dice aparece con los hermanos Manco Cápac y Mama Ocllo, hacia el 1202 d.C.–, existieron una serie de mundos poblados por otros seres y otros hombres, genealogía última que acaba y renace con el diluvio universal del que muchas culturas tienen memoria. En otras palabras, el relato de Las guerras de los hijos del Sol abarca al menos cuatro generaciones de dioses y culturas humanas, esto la historia fantástica de millones de años de vida en la Tierra y, sobre todo, en lo que hoy se conoce como Sur América. Estas cuatro generaciones corresponderían a la relación con un grupo de sus hijos: Wakon, Mallcu, Vichama y Pachacámac.
Joseph Campbell dice –tomando en cuenta las tesis de Sigmund Freud– en El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito (Fondo de Cultura Económica, 2014) que las verdades, aunque se presentan disfrazadas, están narradas en forma de mitos. Digamos que la verdad del origen del mundo andino, lo mismo que sucede con las historias de otras culturas, fueron narradas y su esencia se ha mantenido pese a los siglos de vida efímera del ser humano; es decir, la verdad de un origen anterior, desde una presencia que crea e impera es lo que hace la naturaleza del mito fundacional. Luego están, como narra literariamente Gómez Morán, las disputas por el poder y el dominio de las cosas que fueron creadas con un propósito y que se intentan darles un nuevo destino. En la mitología andina narrada por Gómez Morán, los dioses andinos, como arquetipos de los seres humanos, tienen poderes, son ambiciosos, tienen propósitos que van cambiando caprichosamente, quieren ser reconocidos como deidades seminales, hacen lo imposible por mantener su presencia por lo cual transan y hacen la guerra. El mito andino es semejante a cualquier otra de carácter occidental en tanto las destrucciones de la vida, a lo largo de cuatro generaciones de seres, de culturas, son por desacato, por enfrentamientos por el poder, por desobediencia, por engaño; quienes son los instrumentos de todo este juego de dioses son los seres humanos que en Las guerras de los hijos del Sol son minúsculas fichas. Lo que aparece ante el lector es que toda la vida humana está signada por la determinación de los dioses, hasta que luego estos desaparecen cuando se asienta el incario como formación social humana que se empodera de lo divino. Si leemos los mitos andinos, más aún Las guerras de los hijos del Sol como textura literaria es porque los imaginarios de los dioses perviven, porque estos dioses son héroes que definen también el destino de los seres humanos. No importa el carácter religioso que pueden tener, lo que Gómez Morán plantea es que todo mito, desde su origen es la representación de la verdad –ciertamente banalizada– a través de figuras humanizadas: los dioses míticos son esos seres que quieren dar sentido a sus vidas, quieren salir de su soledad, quieren establecer por fin un mundo que imaginan y al que le sellan con sus propias imágenes, sus fortalezas y sus debilidades.
El libro se deja leer con facilidad. Algunas de las historias están acompañadas de dibujos por . El título, Las guerras de los hijos del Sol, aunque no se ajuste del todo al libro, alude más bien a la continuación que promete el autor. Con todo, se podría decir que desde que Viracocha crea la vida terrenal, este también es el primer Sol, que se mimetiza en las fuerzas generadoras de vida que hacen pronto aparezca el propio hombre del cual somos sus hijos. La vida requiere que exista el caos, la guerra, la diferencia: esta podría ser la matriz que permite a Gómez Morán volver a tejer la historia como mito del mundo andino. La parte fantástica de la obra es que todo mito no puede ser necesariamente ubicado como historia, sino como metáfora: la creación del mundo es obra de voluntad, la pervivencia en ese mundo implica destreza, la estabilización de ese mundo supone aprendizaje y adaptación… En definitiva, no importa que la realidad sea la misma a la que podemos vivir, sino que el mito nos lanza a otra realidad a la que podríamos imaginar y hacernos preguntas. (Iván Rodrigo Mendizábal)