La escritora ecuatoriana Josette Burgaentzlé M., con su novela Los viajeros de las gemas sagradas (Novel editores, 2017), nos recuerda que el camino de la vida es un aprendizaje; y más aprendizaje cuando hay retos, y cuando quien se enfrenta a un nuevo mundo debe asumir la tarea del líder, pese a que la ruta por recorrer tenga sus peligros.
La novela obtuvo en 2018 una Mención en la categoría de Novela ecuatoriana Darío Guevara Mayorga, otorgado por el Alcaldía Metropolitana de Quito. Su mérito radica en que, en el panorama de la literatura juvenil ecuatoriana, descuella por su propuesta narrativa y su mensaje aleccionador.
Cabe indicar que no se trata de una novela típica de aventuras. A esta se la debe inscribir dentro de la literatura fantástica dirigida a jóvenes. La autora la presenta con una sugestiva portada en la que vemos al personaje de la obra, Theo, extendiendo su mano a una gema que se suspende de un árbol y de una raíz fantástica. Es una de las gemas que debe rescatar y cuidar de unos brujos guerreros depredadores que buscan el mal y quieren hacer desaparecer a la humanidad. El tono verdusco de la tapa anticipa, por otro lado, el enfoque ecologista que traspasa la trama de la que está hecha Los viajeros de las gemas sagradas.
En el contexto anterior, el libro tiene ilustraciones logradas de Andrés Paredes que matizan el contexto en el que la historia se desarrolla, apoyado de un mapa en colores que se despliega como parte de la novela. ¿Qué es lo que tenemos entonces con estos primeros indicios? Burgaentzlé nos pone frente a un enclave fantástico, un mundo posible con su propia localización, con su propio estatuto de existencia novelesca. El mapa nos pone ante un mundo ficticio compuesto por cuatro tribus, cada cual guardiana de alguna gema; al centro un lago, rodeado por porciones de bosques y de montañas. Pronto caemos en cuenta, al observar el mapa, que, si bien hay tribus de entidades de ese mundo posible, hay también aldeas humanas. Y he aquí un detalle llamativo: el mapa evidencia, si bien la coexistencia de dos formas de vida, para los humanos el mundo que referencian esas tribus es completamente desconocida o, en su caso, es invisible.
Según Huw Lewis-Jones y Brian Sibley, en su ensayo “En tierras legendarias: geografías literarias” (parte de la compilación de Lewis-Jones, Mapas literarios: tierras imaginarias de los escritores, Blume, 2018), un mapa tendría la función de situar imaginaria y simbólicamente las cosas; pero también implica un modo de comprensión del mundo donde el lector debe situarse. El mapa tendría entonces una doble constitución: mostrar a un tipo de mundo y hacerlo “real” dentro de la imaginación, además de involucrar al lector en el vasto mundo imaginario que debe recorrer siguiendo los senderos por donde el héroe trajinará para descubrir algún enigma.
La primera función del mapa en la novela Los viajeros de las gemas sagradas es hacernos traspasar nuestra imaginación ahora al mundo de “lo real”, ese que además es vedado a los ojos humanos. Con ello la novelista nos sugiere que, aunque el ser humano viva en el interior de un bosque, o esté rodeado de montañas, que puede ser el mundo “objetivo”, aquel no es consciente de otro mundo, el fantástico, el mítico, poblado de otros seres, de otras entidades. Burgaentzlé nos está diciendo, en otras palabras, que fuera del mundo real, el objetivo, hay otro, digamos “trascendental”.
Con esta idea de lo “trascendental” quiero entender el camino de aprendizaje del héroe, Theo, en la novela de Burgaentzlé. Pero también quiero señalar, parafraseando a Umberto Eco (Historia de las tierras y los lugares legendarios (Lumen y Random House Mondadori, 2013) que tal camino de aprendizaje por el que el lector también debe andar, siguiendo al héroe (y aprendiendo de él), supone atravesar un mundo posible narrativo, un universo único para ir a su profunda verdad. Sería la verdad narrativa dentro del mapa de un mundo fantástico que implica el convencimiento de algo, aunque ello vaya más allá de la maduración (obvia) del personaje.
Afirmemos entonces que Los viajeros de las gemas sagradas es una novela de aprendizaje, un bildungsroman: el adolescente, tentado por explorar el mundo exterior, porque cree que ya está en edad de hacerlo (aún a sabiendas de la prohibición de sus padres), se aventura y, aunque entra a otro mundo, conoce del estatuto de ese otro universo, el peligro que enfrenta, por lo cual debe ayudar a restaurar el orden; con ello también “madura”, es decir, pasa del estado “adolescente” al de alguien adulto. La novela, en este sentido, sigue el clásico esquema del ciclo del héroe que debe conocerse para luego tomar las riendas de su destino y el de su comunidad. Lo esencial es comprender que el héroe ingresa a un universo (el mapa es un fragmento de este) que tiene otra consistencia.
Santiago Páez, en su artículo “Caminos para la literatura fantástica en nuestro país” (2008), aludiendo a José Ignacio Ferreras, indica que el género actual que engloba a un grupo de obras que tratan sobre “lo fantástico” es el llamado “literatura fantástica”. Pero para caracterizarle habla de la mediación que le constituye respecto a otros géneros: “En el Realismo, media la idea de la sociedad, sus procesos y luchas, en la novela de Aventura median lo lejano y lo exótico. En la Fantasía (como en los Realismos Mágico y Maravilloso) media con todo su poder el mito”. Y señala que un hecho particular que define a la literatura latinoamericana es que en esta el realismo fantástico europeo se mixtura con el realismo maravilloso, produciendo el realismo mágico.
La novela de Burgaentzlé, dada su naturaleza fantástica, tiene más de lo maravilloso en la medida que habla de entidades del bosque, entidades ocultas que conviven con el ser humano, cuyo mundo está dividido entre los que quieren preservar el medio ambiente de aquellos que desean transformarlo. La clave del camino del aprendizaje es yendo al corazón del mito relacionado con la naturaleza, con su orden y sus determinaciones. Y es acá donde Burgaentzlé nos desafía con su viaje que tiene que ver con lo “transcendental”.
Theo es un adolescente humano que desafía a su entorno social, a su aldea, acostumbrada a los quehaceres cotidianos (la siembra, el comercio con otras poblaciones humanas…) y a no ir más allá de los límites establecidos. De hecho, ha aprendido que hay lugares que no debe acercarse ni pisar como, por ejemplo, una “montaña prohibida”. Se puede decir que, metafóricamente, los seres humanos, mediante los signos externos que ha constituido y el habla habitual, aprenden la tradición, la cual se vuelve en algo inquebrantable, en algo de lo que luego nadie se pregunta. Sin embargo, como todo adolescente inquieto, tiene la necesidad de transgredir a lo estatuido. Eso le llevará a conectarse con ese mundo “prohibido”, que en realidad es el de la propia naturaleza. Su encuentro con un chico-planta, Vrolun, es la puerta a ese mundo mítico de la naturaleza que considera a los seres humanos también como otro tipo de animales. He aquí un primer rasgo de ese mundo “otro”: en el marco del universo propio de la naturaleza, los seres que la pueblan tienen una inteligencia distinta a los seres de carne y hueso, lo que implica que la naturaleza tiene un ordenamiento y una forma distinta de atender a la vida. El universo de la naturaleza vendría a ser un entorno mítico: Theo “viaja” hacia el corazón de dicho universo. Como lectores, debemos seguir dicho viaje con el mapa en mano.
Con ello, Burgaentzlé se instala y nos obliga a colocarnos en un universo discursivo clásico de lo maravilloso: el del romanticismo. En este siempre hay un viaje, una salida de la casa con rumbo a la naturaleza; si bien la finalidad es encontrar la patria que no se conoce, el castillo de nacimiento, con lo cual el romántico tratará de encontrar su origen, el inicio de la nación (esto hacia el siglo XVIII y XIX, en la tradición alemana), el camino siempre es un reto que le llevará a abandonar lo conocido y asumir lo incógnito. En la novela de Burgaentzlé esto es, en cierto sentido, evidente, porque el viaje de Theo es hacia una patria que al mismo tiempo es desconocida y conocida, es decir, es el universo de la naturaleza incógnita y mítica frente al mundo de montañas y lagos reales. Él no lo sabe, pero la motivación de su viaje transgresor le conecta con esa otra realidad donde él también deberá adquirir conciencia. En este marco, el lector, aunque tiene la ventaja de tener el mapa y ver la superposición del mundo real con aquel mundo maravilloso, no tiene para sí la gran verdad mítica que está en juego y que es, justamente, la esencia de la novela de Burgaentzlé.
Hans-Georg Gadamer escribió en 1954 un ensayo, “Mito y razón”, que forma parte del libro que agrupa a otros textos suyos que discuten la cuestión del mito: Mito y razón (Paidós, 1997). En aquel el filósofo entiende como romanticismo a “todo pensamiento que cuenta con la posibilidad de que el verdadero orden de las cosas no es hoy o será alguna vez, sino que ha sido en otro tiempo y que, de la misma manera, el conocimiento de hoy o de mañana no alcanza las verdades que en otro tiempo fueron sabidas”. ¿De qué nos está hablando? De un tipo de pensamiento que definió para su momento la esencia del poeta o del escritor romántico: la verdad no está en el presente cotidiano, sino en la búsqueda de las raíces, de una verdad que fue, de la cual solo se tiene alguna conciencia “ilusoria”. Se podría decir que el viaje del romántico Theo, siendo este adolescente, no es consciente, sino su desafío desentrañar el por qué de esa montaña prohibida, donde sabemos, por las descripciones de la novelista, está en un determinado horizonte, tras el cual está un mundo aún inexplorado. La montaña vendría a ser la portentosa imagen de una patria simbólica cuyas huellas se han ido difuminando, patria que desafía su conciencia.
Así, el viaje es hacia un tiempo presente-futuro donde se pregunta sobre una verdad en otro tiempo sabida. Gadamer, por ello, dirá: “El mito se convierte en portador de una verdad propia, inalcanzable para la explicación racional del mundo. En vez de ser ridiculizado como mentira de cuyas o como cuento de viejas, el mito tiene, en relación con la verdad, el valor de ser la voz de un tiempo originario más sabio”. ¿En qué consiste esa verdad romántica? Theo al principio se adentra a otro mundo, pero en la medida que va conociendo el conflicto que hay en su interior, se pregunta qué es esa patria cuya sabiduría se le había vedado por ejercicio de una cierta tradición: se ha olvidado el contacto con los seres de la naturaleza y, en su lugar, se ha instalado el contacto entre hombres, comercio de por medio. En tanto va comprendiendo el entretejido que supone ese mundo otro, va encontrando la verdad del mundo al que pertenece.
De lo que se trata es ir a conocer los cuatro pilares que sostienen la vida: la tierra, el aire, el agua y el fuego. La puerta de entrada, gracias al chico-planta, Vrolun, es lo que le conecta a la esencia de su existencia: la tierra, representado en la montaña prohibida, que para el universo de la naturaleza y sus habitantes será la montaña sagrada. Es claro que con este encuentro y la tribu a la que pertenece Vrolun, aprendemos que el ser humano desconoce la potencia misma de la tierra, de la vigencia milenaria de la montaña. Sus habitantes, sus deidades, tendrían el poder de hacer viva la tierra, de hacerla energética, de hacerla habitable y cultivable, al mismo tiempo de cuidarla. Si bien está la primera tribu, Arazi, que es el de la tierra, pronto conocemos a la tribu del aire, Nefersi, que habita el bosque. En sentido figurado, la autora nos transmite la idea de que el aire es tan fundamental en la vida de todos los seres en tanto es un aliento, es un influjo vital. Otra tribu que conoceremos es la del agua, cuyo nombre es Suu. Tal tribu es guardiana del lago sagrado. Por lo mismo que el agua es fundamental para vida, al mismo tiempo también puede ser conductora de la muerte. Y, finalmente está la tribu del fuego, de nombre Kömür, habitante del volcán sagrado, capaz de transformar el alma de los seres.
Con la representación de estas cuatro tribus a las que Theo va conociendo en su viaje, vamos considerando o reflexionando aspectos tan básicos que muchas veces pasan por obvios. Por ejemplo, nuestra relación con la tierra es inconsciente y sobre todo distante. Burgaentzlé encamina su discurso, llamemos “neoromántico”, a reconocer otra vez el valor de la tierra, de lo que esta implica en el concierto de la vida: el ser humano debe reconectarse con la tierra, la patria primordial. Pero esta patria no es completa si no concienciamos el valor del aire, hoy por hoy contaminado, y más aún la importancia del agua, recurso y fluido vital, además del fuego transformador. Y más allá de esta conciencia, notemos que la novelista habla de los lugares que habitan estas tribus como “sagrados”. Es decir, templos que deberían ser inviolables porque su esencia es fundamento de toda vida.
De ahí la enunciación de las gemas, cada cual custodiada por las tribus nombradas. Inmediatamente salta la significación inicial de la palabra gema, como joya o como pedrería, una piedra preciosa por definición. Jean Chevalier y Alain Gheerbrant (Diccionario de los símbolos, Herder, 1986) nos recuerdan que el simbolismo de las piedras preciosas se relaciona con la misma piedra que representa a la madre tierra y ellas son el brote de la roca, porque maduraron en su interior. Esto quiere decir que la tierra es matriz, acuna y da vida. Si Theo va hacia las tribus que cuidan las gemas que, en un Todo, hacen la Tierra, en definitiva, estaría yendo a ver a la misma madre tierra: cada gema es un brote que en conjunto muestran al Todo, al ser mismo que hace la tierra como hogar. Los mismos autores, asimismo, nos indican que las piedras preciosas son el símbolo de la transmutación de lo oscuro en luz, del paso que todo ser experimenta en sentido espiritual, de ir de la imperfección a la perfección. Las piedras preciosas son simiente y medios de transformación espiritual. Es claro que Burgaentzlé postula que todo paso de vida, todo proceso de maduración espiritual es conocer lo sabido, aunque ignorado porque se vive en un mundo de inmediateces; con ello, todo proceso de crecimiento es también uno que lleva a tocar lo trascendente.
¿Qué hay en el camino de aprendizaje que impide llegar a la meta, a la piedra de conocimiento real, a la patria madre? El héroe debe conocer al mal. Este se encarna, en la novela, en la figura de un mentor de la tribu de la tierra. Si este aparenta ser un maestro con valores, hay que darse cuenta de que más bien ambiciona un cierto tipo de poder. Pues este representa figurativamente el poder de la destrucción, el poder del caos de la naturaleza. Nos damos cuenta, a través de Alberic, el mentor, que se quiere mostrar una especie de “rencor” de la naturaleza contra la humanidad, porque esta ha ido destruyendo el hábitat natural de los seres primigenios, de las deidades de la naturaleza. Su misión, tratando de apoderarse de las gemas y destruirlas, es imponer un nuevo orden donde el ser humano ya no puede imperar.
Si seguimos esta lógica narrativa es claro que sabremos que la novela tiene una estructura bien armada y pedagógica. La cuestión es darnos cuenta, en este último sentido, que Burgaentzlé quiere proponernos la idea de que todo camino de aprendizaje espiritual, que todo recorrido que el ser humano tendría que hacer, al conectarse con el espíritu primordial de la madre tierra (la patria fundamental), que es la naturaleza en sí misma, con sus cuatro elementos, supone concienciar que somos ante todo seres de la naturaleza, como esas gemas mismas. En otras palabras, el adolescente que muta a la adultez, cuando se labra a sí mismo (con ayuda de otros agentes sociales), tendría que pasar de ser piedra bruta, el templo, a piedra preciosa, el templo de luz, en términos de Chevalier y Gheerbrant. Estos nos dicen al respecto: “Esto significa que en este universo nuevo todas las condiciones y todos los niveles de existencia habrán sufrido una transmutación radical en el sentido de perfección sin igual aquí abajo y de naturaleza totalmente luminosa o espiritual”. Entrar en el terreno de lo sagrado es penetrar en su cifrado conocimiento que pacientemente hay que ir leyendo a lo largo de la vida. Tal la novela fantástica Los viajeros de las gemas sagradas de Josette Burgaentzlé M. (Iván Rodrigo Mendizábal)