“Es cierto que aquí los muertos naufragamos, vagamos por las calles, dormimos bajo los puentes, pero no hay por qué tenernos miedo” (Fernández, Mapocho 17).
Cuerpos fragmentados, sujetos divididos y fantasmas que retornan componen el escenario de la ciudad Santiago en la novela Mapocho (2002) de la autora Chilena Nona Fernández. El texto inicia con la historia familiar, guión que organiza el conflicto de los muertos que intentan recordar el lugar al cual pertenecían, construyendo desde allí la posibilidad de la memoria. Es desde lo fantasmático que se articula un discurso sobre lo nacional, un discurso que propone un imaginario fragmentado y múltiple. Así la voz de los muertos contiene una verdad sobre el sujeto y su contexto. Se pensará a ese entorno urbano como la representación de lo monstruoso, en la medida en que esta figura aparece en relación a una imagen doble. El elemento virtual de aquella imagen tiene relación como el modelo a partir del cual se construye el lazo social, al mismo tiempo que la subjetividad. Esta referencia a lo subjetivo, tiene relación con los primeros trabajos del psicoanalista Jacques Lacan en la década de los 30, donde encontramos sus escritos sobre la paranoia y su relación con la personalidad, a la vez que una investigación acerca del sujeto y la familia. En relación a estos temas de investigación, Lacan planteará que la subjetividad se articula desde el ámbito de lo especular, valiendo la acepción tanto para la imagen como para la palabra. El Yo se constituye a partir de identificaciones con figuras y discursos externos, que en este caso se encuentran en torno a la familia. Desde esta perspectiva la subjetividad tiene una base imaginaria.
El autor especifica sobre el asunto,
El estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación, y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se suceden desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad -y hasta la armadura por fin asumida de su identidad alienante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental (Lacan, El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica 103).
El sujeto desde el origen se experimenta como fragmentado y para llegar a configurar su identidad, asume una totalidad imaginaria que lo aliena y determina. A pesar de ese movimiento aquel fragmento del origen nunca es superado del todo, si no que marca el patrón a partir del cual se va a desplegar todo el desarrollo mental. En consecuencia se considera a la estructura de la identidad como rígida, en la medida en que está compuesta por una ambivalencia, es este caso por el fragmento y la unidad funcionando al mismo tiempo. Desde esta perspectiva, tenemos una subjetividad que se constituye desde un imaginario contradictorio, qué relación puede establecerse entre aquella ambivalencia subjetiva y la posibilidad del lazo social. Para esto, debemos volver sobre la familia, donde Lacan situará el origen de la sociabilidad. Señala, los lazos reales entre los integrantes del grupo sufren una modificación, se desplazan por unos imaginarios que son gravitantes para la vida psíquica. Lo que le permitirá plantear una hipótesis sobre la construcción del otro; en ese sentido marca un punto de unión entre aquello que sería lo subjetivo y el ámbito de lo social. El otro nace en la familia fundamentalmente a partir de la relación entre los hermanos. Precisamente desde los celos fraternos va a pensar el arquetipo de los sentimientos sociales.
De este modo el Yo y el otro se construyen paralelamente a través de un proceso de identificaciones, donde en un comienzo el semejante se presenta al modo de un doble, es un otro que imita los movimientos, que piensa igual, que se asemeja físicamente. Pero es una relación que debe resolverse, de no ser así, ese doble toma el lugar de un monstruo que persigue, asedia e interviene de manera radical al sujeto. Por lo tanto esa primera aproximación al otro, marca los límites del imaginario, la ambivalencia contenida en la identificación con el hermano, muestra como el sujeto quiere parecerse a ese otro, lo ve como un lugar ideal, pero al mismo tiempo quiere diferenciarse, separarse de aquel intruso. En este sentido la novela Mapocho nos ofrecería una clara representación de aquello. Los sujetos divididos hacen emerger allí el imaginario de lo doble, radicalizando la relación del hombre con el colectivo nacional, donde el monstruo pasa de los personajes a la ciudad para fragmentar con fuerza la escritura.
El relato comienza con la historia de dos hermanos gemelos, la Rucia y el Indio, voces paralelas que inauguran la historia familiar. Sin embargo será el cuerpo el que tomará protagonismo, precisamente el cuerpo de la Rucia quien ha retornado del exilio luego de la dictadura es arrastrado por el río Mapocho “Ahora mi cuerpo flota sobre el oleaje del Mapocho, mi cajón navega entre aguas sucias haciéndole el quite a los neumáticos, a las ramas, avanza lentamente cruzando la ciudad completa” (Fernández, Mapocho 13). El río en el centro de la ciudad es un espacio donde se encuentran los restos fecales de las tuberías con los restos humanos de aquellos hombres del pasado, un pasado referido tanto a la historia de la colonia como a la dictadura de los años 70.
De pronto un hilo de sangre comienza a correr por la frente de la Rucia. Ella lo limpia y descubre que una pequeña astilla de vidrio ha salido de su mollera. Es una de las tantas que le quedaron incrustadas después del choque. Por fin una afuera, pensó que nunca más se las podría sacar de encima, que siempre viviría (…) como una accidentada eterna, sin posibilidad de curarse jamás (Fernández, Mapocho 56).
El cuerpo de la muchacha ha sufrido un accidente que la ha dejado quebrada. Este accidente simboliza la división subjetiva que implica el movimiento de la familia desde Santiago al exilio. Esta división se vive en el cuerpo herido y sangrante, que vuelve a Chile, pero sólo puede hacerlo a modo de fantasma, con la muerte se pierde el vínculo real con los hechos y comienza a desplegarse el elemento imaginario en la narración, donde el conflicto tiene que ver con la construcción del otro como un semejante doble. La Rucia no puede desligarse de los pensamientos del Indio, al mismo tiempo que la voz de la madre frente a la ambivalencia de lo imaginario contenido en la figura de los hermanos, toma un lugar de vigilancia y asecho. “Voltea la cabeza y ahí está, sentada junto a los ventanales (…) los mira fijo desde su punto de vigilancia” (Fernández, Mapocho 24). La Rucia nos explica lo que le ocurre con el Indio y qué es lo que los define,
Las dos mitades de un engendro monstruoso, un cuerpo dividido, tú la cabeza y yo el estómago, tú la boca, yo el ombligo. Un cíclope en busca de su segundo ojo, un mutante recuperando su presa abortada. Eso soy yo sobre este puente del Mapocho, con mi maleta y mi madre a cuestas, la mitad de algo arriba de estas aguas que corren sucias bajo mis pies (Fernández, Mapocho 17).
Se configura el monstruo en la doble imagen de la Rucia y el Indio, imagen que se enfrenta a la pregunta por el país de origen y es allí donde el lugar de la madre y del Mapocho entran en la historia, cómo entender estas subjetividades luego de que la familia es separada e intervenida por la fuerza del Estado. Pareciera que el resultado de aquello es algo que sólo la muerte puede revelar, es decir, cuerpos fragmentados, perdidos, una memoria hecha harapos, una ciudad dividida. Los hermanos como reflejos confusos y cuerpos enredados se apoderan del relato.
Su cabeza también es la mía, él piensa y yo adivino, él planea y yo me sumo. Su carne es mi carne, sus dedos sucios de óleo y pintura son una extensión de mi vientre, sus ojos negros me persiguen, los llevo tatuados en la piel, su lengua partida succiona la mía y habla mis palabras, enumera mis números, mis claves. El engendro monstruoso, la bestia de dos cabezas (Fernández, Mapocho 59).
El otro en la novela es aquel engendro monstruoso, esa bestia de dos cabeza. Allí la subjetividad se encuentra con lo nacional a través de aquella bestia que se pasea por la Historia de Chile y que termina animando a la ciudad que cobra vida y atemoriza a los habitantes. Para comprender la representación de la cuidad de Santiago entonces, tendremos que hacer el paso desde la figura de los hermanos en la historia familiar a la figura de la hermandad en el origen de la Nación. En este sentido, la ciudad se funda sobre las bases de un reflejo, ella se ha creado a imagen y semejanza de España, Santiago en suma es,
Una copia, un armado hecho con los trozos sueltos que la memoria del conquistador guardaba. Un remedo extraño donde indios visten ropas de seda y rezan a vírgenes blancas (…) una imitación inventada por la cabeza de Valdivia (Fernández, Mapocho 41).
La novela frente al elemento de la copia, revela el conflicto identitario a partir de la hermandad contenida en la figura doble del conquistador y el conquistado. En un comienzo la figura de lo nativo se encuentra en el cuerpo de Lautaro el mapuche. Pero luego sufre una transformación. Los mapuches se sorprenden al verlo “¿Quién es este engendro que habla de los españoles como si fuera uno de ellos? (Fernández, Mapocho 46). Lautaro se sube al caballo y su figura comienza a parecerse a la de aquel que pretendía dominarlo. Primero las semejanzas son físicas, pero luego Pedro de Valdivia llega a ocupar el lugar de un doble que quiere apoderarse de Lautaro. “Valdivia quería introducirse en esa cabeza morena, bucear en sus pensamientos, meterse en su cuerpo indígena, en su piel morocha, ver con sus ojos, mirar las cosas en su idioma” (Fernández, Mapocho 44). Don Pedro se vuelve aquel semejante que asecha para robar los pensamientos, para adueñarse del cuerpo y traspasar los límites del sujeto, pretende introducirse en el otro como si se hubiese encontrado frente a un espejo para quedar capturado por la imagen.
Dicen que le lamió la nuca y que inspiraba profundo tratando de tragarse todo el olor, todas las ideas, todos los misterios de esa cabeza. Dicen que quería comérselo. Su boca succionando el cráneo del mapuche. Sus labios balbuceando su nombre. Lautaro, decían. Sus manos comenzaron a bajar por el cuello y a apoderarse del cuerpo indígena. (Fernández, Mapocho 45).
En este pasaje nos encontramos con aquel conflicto identitario mencionado en el inicio, donde el sujeto y el otro se confunden al punto de no poder separarse. La subjetividad revelada en la escritura se tensa por la presencia de la dominación y el poder en la historia previa a la Nación. De este modo podemos remitir el elemento de lo fragmentario, no sólo al origen del sujeto, sino también al encuentro con lo social y lo político en la configuración del colectivo nacional.
Pasados los espejismos del Yo y el otro, llegamos a los espejismos de la ciudad. En la novela, Santiago queda representado en una imagen doble dividida por el río Mapocho, dos mitades, lo nuevo que esta del lado de los edificios y las luces y lo antiguo, que es el barrio de la Rucia y el Indio. Aparece el reflejo como la construcción de un presente hecho de restos, trozos del antiguo barrio de la familia mezclado con las luces de las vitrinas. El collage actual corresponde a lo fragmentado tanto para la subjetividad como para la historia y la ciudad. El edificio se convierte en el encuentro de esa parte deformada que es el presente,
Las luces se encienden en la azotea del gran edificio. La imagen de un hombre aparece allá en lo alto. Se encuentra de pie al borde del vacío (…) Mucha gente se ha reunido a los pies de la torre, un murmullo general enciende el ambiente (…) Es una gran masa que (…) Se borronea entre la neblina (…) La Rucia puede intuir el reflejo de sus rostros en los espejos de la torre (Fernández, Mapocho 62).
Los rostros de la gente se fusionan y configuran una masa deforme, esa imagen reflejada en las ventanas del edificio proyectan un gran rostro que ruge, es la ciudad que se levanta, cobra vida, asecha al hombre sobre la azotea, que es el padre de la familia, ya no depende de él el destino de la historia como estaba acostumbrado, Fausto era el que redactaba los volúmenes de la historia oficial del país. Ahora la ciudad le gritaba, lo acosaba, lo invitaba a tirarse desde el último piso de la torre. Santiago se convierte así en el espacio que virtualmente contiene el pasado y el presente.
Finalmente, la narración demarca las voces de los muertos antiguos que replican la de los muertos de la historia de la familia y es el nudo del asunto, los hermanos retornan a Chile para lanzar las cenizas de la madre al río Mapocho, lo que permite que la historia familiar quede inserta en el corazón de Santiago y desde allí se la pueda pensar como una historia de sujetos fragmentados representados en los retazos de cuerpos que no dejan de aparecer y los muertos que deambulan por la ciudad intentando decir algo sobre una historia que aún no se resuelve y que configura, podríamos decir, parte del imaginario del Santiago de la década del dos mil.
Sobre la autora: Daniela Sarra Hadweh (Chile) es psicóloga, Magíster en Psicología Clínica y Magíster en Literatura Latinoamericana. Trabaja como docente en Escuela de Psicología de la Universidad Andrés Bello. Además realiza talleres sobre Psicoanálisis y Literatura Chilena Contemporánea. Actualmente investiga acerca de la estructuración subjetiva, la configuración familiar y el imaginario nacional.
Sobre la escritora: Nona Fernández (Santiago, 1971).Es actriz y escritora. Ha publicado el volumen de cuentos El Cielo Cuarto Propio, 2000), las novelas Mapocho (Planeta, 2002), Av. 10 de julio Huamachuco (Uqbar, 2007), ambas ganadoras del Premio Municipal de Literatura y traducidas al alemán por la editorial austriaca Septim Verlag; y Fuenzalida (Random House Mondadori, 2012). Sus cuentos han sido traducidos y publicados en diversas antologías nacionales e internacionales, obteniendo distinciones como el primer lugar de los Juegos Literarios Gabriela Mistral. El año 2011 es elegida por la Feria del Libro de Guadalajara como uno de los 25 Secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana. El Taller, su primera pieza teatral-incluida en Bestiario (Ceibo, 2013)-, se estrenó en 2012 por su compañía La Fusa, y obtuvo el Premio Altazor a la mejor dramaturgia. Su última novela es Space Invaders (Alquimia ediciones, 2013). Actualmente combina su trabajo literario y teatral con la escritura de guiones, en este ámbito se destacan Los Archivos del Cardenal y Secretos en el jardín.
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[1] Ponencia presentada en I Congreso Internacional “El terror y lo gótico en la literatura latinoamericana: Asedios a la figura del monstruo”. Realizado en la ciudad de Lima, Perú entre 23 y el 25 de octubre de 2014. Organizado por el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar (CELACP). Adaptada por la autora especialmente para ser publicada en Amazing Stories.
Interesante propuesta y sutil elección del libro para su reflexión. Creo que la figura del monstruo para el análisis de la subjetividad es un acierto y una oportunidad para seguir investigando sobre ello. Excelente revisión bibliográfica y espero que existan más contribuciones de Daniela.
Muchas gracias Daniela por permitir publicar tu interesante ponencia en este espacio.