Las “Historias de ciencia ficción” de Saldívar

La ciencia ficción peruana contemporánea tiene un joven representante. Este es Carlos Enrique Saldívar, el cual se perfila como un escritor al cual hay que leerlo por el estilo de sus cuentos, por su capacidad de dominar el género y mezclar con otros, por su manera de plantear determinados temas y, quizá, por querer ir más allá del cuento de peripecias a aquel que trata de plantear preguntas de tipo filosófico o antropológico. Su libro Historias de ciencia ficción (Torre de Papel, Lima, 2018) es una demostración de lo dicho. Como acotación cabe decir que Saldívar es un activo y prolífico escritor cuyos cuentos siguen apareciendo en diversidad de revistas digitales hasta la actualidad.

Tal libro, en la edición que comentamos, es la segunda en el mismo año, impresa por la misma editorial. Y se sabe que Historias de ciencia ficción ya tuvo una primera versión en el 2008, como autopublicación realizada por Saldívar, la cual ha sido revisada y corregida –según se lee en el “Colofón” del libro en cuestión– para la edición de Torre de Papel. Entonces, se puede decir que Historias de ciencia ficción ya tiene, para el caso presente, una tercera edición. Y esto es interesante además porque, de acuerdo con el autor, sus cuentos gustaron, tuvieron buena crítica y formaron parte de un Plan Lector organizado por alguna institución gubernamental o educativa peruana. El hecho es que el volumen ha tenido y sigue teniendo auspicios importantes, siendo incluso prologado por otro cultor de la ciencia ficción peruana, José Güich Rodríguez.

Historias de ciencia ficción reúne una docena de cuentos, muchos de ellos publicados previamente en revistas digitales. Un tono general permea el libro y es el de hacernos situar o sentir como si estuviéramos casi en un punto final de la existencia humana planetaria. En efecto, Saldívar nos sitúa en mundos, aunque no necesariamente apocalípticos, sí en esos donde el modo de vida humana, la sociedad, la atmósfera ya no es la misma, bordeando lo liminal. Tal tono es quizá una interesante estrategia para que el lector se pregunte hasta qué punto las tecnologías, la vida misma, todo se ha extremado hasta sentir una especie de asfixia existencial: se trataría de una ciencia ficción que apela al sentimiento cotidiano, a la pregunta de por qué la tecnología transforma la vida, hasta qué punto el cosmos, el universo, nos invoca con una voz silenciosa a despertar en nosotros la razón de nuestras existencias.

Ese tono liminal, por ejemplo, es el que se halla en el cuento “Mensajero del apocalipsis”, justamente sobre un mensajero del tiempo y de las estrellas –el cual evoca, en cierta medida al personaje de la película argentina Hombre mirando al sudeste (1986) de Eliseo Subiela– que trata de comunicar la posibilidad de la salvación de la humanidad, y a quien nadie le presta atención. Saldívar nos remite a la idea de que, si en caso existiese la comunicación con seres del espacio exterior, los humanos no se interesarían acaso por su etnocentrismo, lo que puede llevar a su autodestrucción, más cuando el mensaje que trae alguna sociedad extraterrestre es lo que puede ayudar a restablecer el equilibrio medioambiental.

Similar situación se percibe en “La casa nave”, metáfora de la vida en la Tierra, sintetizada en una relación de pareja, en una casa donde la cotidianidad y la relación a ratos se torna sin horizonte. El fin del mundo es similar al fin de una relación, además determinada por tecnologías de la visión y la imaginación.

El abandono y la posibilidad de renacer, aunque en un entorno también ruinoso es el que leemos en “El sedimento”, cuento narrado en primera persona, que plantea un problema: pese a que el ser humano, dueño de sí mismo y de la naturaleza, termina siendo aniquilado por un enemigo externo, extraterrestre, podría haber, aunque sea una molécula, una huella de la cual renacería una nueva humanidad, aunque cabría preguntarse si sería la misma. Como se constata, Saldívar, entrelíneas, cuestiona.

El cuestionamiento, digamos filosófico está más plenamente desarrollado en el cuento “Volar como los pájaros”, quizá una especie de relectura del clásico mito de Ícaro –además con una clara referencia a un cuento de Isaac Asimov, “Para los pájaros” escrito en 1980–. En este contexto, ¿qué pasaría si el ser humano pudiese realmente volar? Tal propósito en el cuento se constituye en un logro debido a una mutación –el narrador, en primera persona, lo llama “organismo calibrado”–. Sin embargo, aunque se piense que la idea de volar signifique “libertad”, pronto se nos hace caer en cuenta que no todos, en particular los que piensan y sienten que las alas pueden ser el signo de otras cosas, están de acuerdo con tal acto y llevan a su prohibición, incluso la muerte. El narrador, entonces, nos lleva a conjeturar si el volar nos hace libres o si el acto de no volar hace que veamos a los que sí lo hacen como el producto del error tecnocientífico, por lo cual es necesario su eliminación. Saldívar, de este modo, hace una reflexión sobre los errores humanos, pero también las equivocaciones.

Saldívar también pone en evidencia la presencia de entidades maquínicas, poshumanas, androides que problematizan la vida real y lo cotidiano. El cuento “El problema del amor”, parte de un título que acaso se plantea como filosófico, al mismo tiempo de sociopsicológico. Tiene que ver con la relación de un individuo con su “pareja”, en realidad, un androide que simula a la mujer al punto de un paroxismo que llega a la contrariedad. La cuestión tiene que ver con las máquinas, que, por más cercanas a lo sensible, a querer parecerse más a los humanos, son incapaces de amar, de sentir lo más extremo que caracteriza al ser humano. En una parte, el ingeniero, proveedor de estos androides, está consciente que las máquinas solo tienen la capacidad de servicio –el autor sigue evocando a Asimov–, pero también reconoce que el “amor es un mito”, es decir, no existe. El dilema es, por lo tanto, posmoderno, chocante, porque en la medida que el ser humano, en su proceso de acabamiento –sabemos que, en el futuro próximo-lejano, ya no hay mujeres y las personas son diseñadas y construidas mediante ingeniería genética–, digamos, en su proceso de tecnificación, va perdiendo algunas de sus características más innatas, sentimientos más naturales como es el amor. Dicho de otro modo: cuando las sociedades altamente tecnológicas, posindustriales, han perdido la esencia de las relaciones, por efecto del culto a la tecnología, la vida o se ha hace funcional, maquínica, o se hace insoportable por la ausencia de ese algo vital y que para muchos es algo que ni se pregunta.

Y hablando de la relación con culturas extraterrestres, porque Saldívar en sus cuentos es consciente de que los seres humanos, pese a que nos encerramos en creencias harto ortodoxas y etnocéntricas, negando la posibilidad de que sí estamos en contacto o que siempre ha habido una especie de diálogo con aquellas culturas extraterrestres, en su cuento “No es de esta tierra original” se permite plantear la hipótesis de que en el antiguo imperio inca, en su origen, fue fundado por seres del espacio exterior. Y no lo hace de forma inocente, sino que recoge mucha de esas, también hipótesis, que circulan entre quienes se sienten próximos a esa corriente que hoy se conoce que estudian a los “alienígenas ancestrales”. Sugiere que los ancestros humanoides, procedían de las estrellas y fundaron ciudades y culturas, pero sobre todo para aprovechar los recursos minerales, sobre todo el oro en la Tierra. Ahora bien, Saldívar se salva de seguir el discurso empirista, cuasicientífico de los seguidores de los alienígenas, sino que él se sitúa en el terreno literario, con la estructura de un cuento que correlaciona la vida de un investigador y los documentos que descubre, elabora y propone: con ello, se puede decir, que “literatuliza” una discusión contemporánea.

Hay más cuentos en el libro. Quizá lo que reseñamos llama la atención de la obra de Saldívar. Su forma de narrar, como se ha percibido, es en primera persona. El efecto es un estilo autorreflexivo, hecho que confiere a los cuentos una dimensión de diálogo con el lector. En síntesis, la voz narrativa, mediate esta estrategia en varios cuentos, pareciera que invoca a la interacción con el lector no tanto en el plano de las acciones, sino en el de suscitar, mediante trazos narrativos, a que el lector se vaya preguntando y pensando los temas que el autor propone.

Planteé en una parte el que el autor nos lleva a lo liminal. Sobre esto es Historias de ciencia ficción, en sentido que, considerando la estrategia arriba señalada, el diálogo y el cuestionamiento tiene que provocar la sensación de que la tecnología, la ciencia o el devenir tecnocientífico, nos llevan al límite. De ahí que los cuentos deben ser leídos en el sentido de la metáfora –si pensamos que methapherein como voz significa, llevar a los extremos, al límite–. Si estamos sugiriendo que Saldívar se aventura a escribir su literatura pisando los campos de la filosofía y la antropología humana, sus cuentos son el ejemplo de tal trabajo que se haría el filósofo en general, en sentido de preguntar y plantear hipótesis desde el extremo de ese proceso, eso sí, del extrañamiento cognitivo que define a la ciencia ficción –según Darko Suvin–: el hecho es que, partiendo de dilemas que en la actualidad se discuten como asuntos sobre la poshumanidad –mutación, ingeniería genética que determina la vida, extinciones y renacimientos por diversas causas, sobre todo medioambientales…–, Saldívar nos lleva a considerar “novums” interesantes, siendo el más importante, a que pese hay todo un proceso de transformación, el ser humano sigue encerrado y confiado en su propia figura. (Iván Rodrigo Mendizábal)

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