Meza Díaz, Julio. Vargas Yosa. Lima: Estruendomudo, 2023. 81 pp.
Esta será una reseña, ni muy breve ni muy extensa. No será una no reseña, como denominé antes a los comentarios que hice en las redes sociales, plataformas digitales o impresas, etc., sobre libros que me han gustado y me han resultado lo bastante locos (esto para mí es una gran virtud, porque vivo en una cotidianeidad que no me atormenta, pero me mantiene un tanto estático e incluso solemne y quiero obras divertidas, que me saquen de mi espacio de confort para así llevarme en un viaje reflexivo con balazos a mansalva dentro de mi mente).
O, bueno, que sea lo que tenga que ser (por si no se dieron cuenta, ya empecé con esta reseña algunas líneas atrás), el caso es que no intentaré justificar el título de esta obra, sus motivos, sus elementos, su quid, sus personajes con sus acciones, su intencionalidad: qué rara se lee esa palabra, por eso casi nunca la uso, pero toda obra literaria es un discurso con intencionalidad, que es la meta del autor, la cual puede ser palpable con facilidad o estar imbuida bajo algunas capas de estrategias e imágenes, no parafernalia, este libro carece de eso, y no es que desmerezca el artificio literario, el constructo, pero es mi obligación dar mi opinión sincera y puedo asegurar que «Vargas Yosa» es una obra limpia, pulcra, incluso es clara y clarifica algunos asuntos de la naturaleza humana, como la sexualidad. Todo dentro de un aparente caos. Es un texto que invita a relectura y a la reinterpretación, eso sí, tiene un aspecto polisémico que se puede apreciar desde el mundo epistémico y su interesante protagonista, del cual nos dejamos coger de las manos para acompañarlo en sus vicisitudes.
Primero un poco de historia, datos inéditos que tal vez les gusten o no, aunque no están de más y no creo estar cometiendo una impertinencia al contarlos. Luego algo de contexto, por aquello de la intertextualidad (que cabe muy bien), y pasaré después a analizar la obra.
Recuerdo que una de esas agradables conversaciones que sostuve con Carlos Eduardo Zavaleta, excelente escritor ancashino de la generación del cincuenta, él me dijo algo muy interesante que se me quedó clavado en los sesos como una resonancia magnética; cito sus palabras: «Debemos revalorar a la novela corta». Supremo. En una de aquellas sesiones de gran aprendizaje me acompañó Julio Meza Díaz, su participación enriqueció el diálogo. Carlos Eduardo Zavaleta fue uno de los primeros autores en incluir técnicas de los grandes autores anglosajones en sus narraciones, tanto en cuento como en novela, y termino esta parte recordándoles que nuestro aclamado autor también escribía relatos estrambóticos. No obstante, no creo que haya sido una notable influencia en la prosa o poesía de Meza Díaz, como sí lo pudieron ser (en el caso nacional) José B. Adolph o Mario Vargas Llosa, a quien se alude en el título de la novela corta de Díaz: en cierta manera, al leer el libro nos damos cuenta de que no es una parodia ni una desmitificación del Nobel, sino de todo un sistema.
Con José B. Adolph hallé cierta resonancia con su más famosa novela, una de ciencia ficción «Mañana, las ratas», con justicia reeditada. Se nos muestran artefactos futuristas, de nuevo el tema del sexo, retratado con tino y con libertad, y la paranoia y persecución, que provienen de diversos estratos sociales. Adolph también era adicto a crear textos locos, o muy locos, en cuento o novela. Otra de sus novelas en CF se titula «Un ejército de locos», tan buena o más que su clásico de 1984, quizá porque aparecen asuntos contemporáneos, como el apocalipsis, las sectas, la internet, las conspiraciones, el devenir de la humanidad.
Para cerrar el punto de las infidencias, en una de las varias tertulias que tuve con Julio Meza, donde hacía gala de su buen humor, ácido en algunas ocasiones (que ha trasplantado de modo eficaz a sus obras), y de su elevada inteligencia (podía hablarme de cualquier tema basándose en Aristóteles o en el suplemento cómico «Chesu»), me dijo que tuvo noticias de una nueva forma de alimentación para la gente. Veamos, ese orificio que todos tenemos en la parte de atrás absorbe mejor las cosas que nuestras bocas, por eso los supositorios son tan efectivos. ¿Qué tal si en el futuro cercano muchos empezaran a alimentarse por ese lado? Si fuera así, ¿por dónde expulsarían los residuos? Pensando y pensando. Bueno, paremos de hacernos los graciosos. Si bien el libro comienza con un tono kafkiano, con Vargas Yosa, un personaje famosillo dentro de su mundo, despertando con brazos y piernas que antes no tenía (¿quién dijo «La metamorfosis» de ya sabemos quién?), el relato va por derroteros más «fabulosos», en el sentido del diálogo con algunas obras de calidad de antaño. Ya una vez mencioné «Diario de las estrellas» de Stanislaw Lem, para relacionar su comicidad bien pensada con un texto de Julio Meza Díaz. En dicha obra del autor polaco un personaje se veía inmerso en todo tipo de aventuras insólitas (aunque «posibles» dentro de la ciencia ficción y sus coordenadas) en un entorno cerrado: una nave. También quisiera mencionar a un autor que me encanta, se trata del estadounidense Philip K Dick. Me parece que «Vargas Yosa» de Julio Meza está en consonancia con algunos textos de este baluarte inolvidable y tan reconocido. Me pareció que ese humor, el cual se fusiona con dosis de intriga y escenas demenciales está presente en «Los clanes de la luna Alfana»; claro, podría mencionar otras novelas o cuentos de este supremo narrador, como «Ojo en el cielo» o «Gestarescala», en la segunda se puede apreciar a un Dick loco, por momentos psicodélico (estoy usando este adjetivo para contrastar la palabra «lúcido»), sin que esto sea un defecto, por lo contrario, me encanta esta manera de narrar las historias, se puede entrever, si se presta atención que existe crítica, en estos casos a la humanidad, ya sea en su modo de tratar a los demás o de tratar las habilidades de los otros en el espacio y el tiempo, en nuestro mundo o ajenos. Cuestiones políticas, filosóficas, el sentido de la vida. Protagonistas corriendo, escapando.
Sigamos un poquito más con Dick. Percibo un aliento dickiano en la novela de Julio Meza, aunque solo por contados momentos. Meza posee un estilo propio que ya quedaba patentado en sus primeros libros; se puede hablar de una obra Mezaniana. No obstante, aun si el autor no considere a Dick como una influencia, el estadounidense es el autor de ciencia ficción más llevado al cine y a la televisión. Hay constantes en sus ficciones, por ejemplo, el fatalismo, las sociedades represivas, la búsqueda de uno mismo, la paranoia, el rechazo a los grandes poderes, corporativos o estatales, la descomposición de la realidad, la duda de si lo que vivimos es un sueño, la verdad o un constructo hecho por alguna mente malsana, entre los cuales se puede encontrar Dios (en cualquier aspecto, desde el judeocristiano hasta el cibernético). Otra figura importante en la obra dicikiana es la mujer-villano, esto se ve en «Los clanes de la luna Alfana» con bastante claridad, lo cual refleja un punto de vista muy válido por parte del autor, visión muy alejada de menosprecios hacia el personaje femenino, ya que refuerzan la mirada alterada del personaje masculino con respecto a su pareja, esto es muy interesante e importante recalcarlo. Las mujeres no son histéricas, forman parte de la percepción dislocada del varón, le dan temores, y también las quieren, las necesitan, las valoran, sin embargo, en esa pesadilla en que se ven inmersos los hombres todo se trastoca.
Finalizada esta símil con la novela del peruano Julio Meza Díaz, puedo afirmar con total certeza de que estamos ante una obra mayor. Que sea una novela corta es irrelevante, ahora que se reclaman obras cuanto más voluminosas, mejor, y que encima son la primera parte de una saga que convierte en millonario a su autor. Ojo, que yo leo este tipo de libros, me entretienen, pero una obra de mediano aliento se puede releer una vez al año, tenemos a «Muerte en Venecia» de Thomas Mann, «Los afectos» de Rodrigo Hasbún, «La sombra sobre Innsmouth» de H. P. Lovecraft, «How-2» de Clifford D. Simak, «La Ciudad de los Nictálopes» de Tanya Tynjälä, «El guardián del corazón» de Françoise Sagan, «Carmilla» de Sheridan Le Fanu; y la lista podría extenderse hasta llenar cientos de páginas. Considero que la brevedad es un plus en «Vargas Yosa», como lo fue en «Los cachorros» de Mario Vargas Llosa, debido a la condensación, cada pieza se halla bien colocada en su sitio, como una correcta puesta en escena, como una obra de teatro de corta duración que brilla en cada acto. El estilo mezaniano destaca porque entronca con la trasgresión de la norma; recurre a ciertos mecanismos, como la sexualidad desbocada o las caricaturas (no confundir con «la caricatura»), critica todo un sistema, no solo el artístico, sino al de la imagen, a ese que se encuentra repleto de un éxito artificioso, aunque desconoce el sentir del famoso de turno, ni sus deseos, ni sus dilemas, sensaciones, emociones, plasticidades, caos, disturbios, miedos.
«Vargas Yosa» no es una historia de CF, se puede insertar en el «weird», existe la duda del protagonista. Lo importante es que es una novela que se disfruta con adicción, para un lector dispuesto a enfrentar retos. No es para moralistas. Eso sí, posee un trasfondo ético. Es un libro atípico, ecléctico, perfecto para mirar nuestro interior y pensar en lo que somos. Puede que nos aterremos al inicio, no obstante, descubriremos cosas apasionantes tal como aquel personaje al cual le surgen brazos y piernas, hecho que lo inserta en un nuevo mundo.
Sobre el autor
Julio Meza Díaz nació en Lima, Perú, en 1981. Es autor del libro de cuentos Tres giros mortales, la novela Solo un punto, el conjunto de novelas breves La máquina del orgasmo infinito, los poemarios Lugares comunes y Matemáticas sentimental; por este último ganó el premio de poesía “Cayetano Heredia” 2010.