La escritora ecuatoriana María Dolores Cabrera nos presenta su nuevo libro, Siempre de azul (Libros Duendes, 2021). Es su tercer libro de cuentos y el sexto en su carrera literaria: podemos afirmar con seguridad que es una escritora que poco a poco ha ido labrando su estilo y talante con notorio cuidado al punto que este nuevo volumen tiene un conjunto elaborado de historias que inquietan y que nos llevan a dialogar sobre diversas temáticas.
Siempre de azul desde ya es una selección de una labor creativa que nos hace mirar el presente y la realidad que vivimos. Sabemos que Cabrera es psicóloga de profesión, pero su vocación se ha ido al campo de las letras. Esta relación entre psicología y letras quizá es una marca que hallamos en el conjunto de su obra. Por lo menos lo hice notar ya cuando comenté en su momento dos de sus novelas: Te regalo mi cordura (2012) y Donde duermen los jilgueros (2016). Siempre de azul es, con relación a las citadas, un libro que además nos pone en un contexto contemporáneo: el de la pandemia.
Pues bien, el libro dialoga en algo con la pandemia, aunque esta ha sido más bien un pretexto para dos cuestiones. La primera, el tiempo de la pandemia le sirvió a Cabrera para escribir, y lo hizo además con asiduidad en la revista digital literaria ecuatoriana Máquina Combinatoria de la cual soy su director. En este marco, le agradezco a María Dolores ser una colaboradora que supo aprovechar el espacio de la revista, y así lo reconoce en el propio libro, formando parte de un grupo de autores nacionales e internacionales que mensualmente apuestan por esta publicación que, dicho sea de paso, tiene 3 años y ya va por el cuarto próximamente. Por lo tanto, si tenemos que reconocer el nuevo trabajo literario de Cabrera es gracias a que se ha sentido motivada a exponer su visión de la realidad aprovechando un medio literario digital que le abrió sus puertas. Dicho de otro modo, la pandemia, la necesidad de escribir con urgencia sobre temas de actualidad, la inquietud sobre el presente, el deseo por traducir, aunque sea mediante ficciones, las ansiedades sobre el mundo que vivimos, es lo que trasunta Siempre de azul.
La segunda cuestión es lo que ella declara en su “Prólogo”: escribir como “sinónimo de sobrevivir”. Sí, la pandemia, situación de la que aún no salimos y todavía durará, ha puesto a mucha gente a desear fervientemente la vida y, en el caso de Cabrera, también a hacer un proceso que tiene que ver con lo terapéutico: si se quiere, la escritura le ha servido a la autora a enfrentar los duros momentos de la pandemia, a sabiendas que ella, como todos nosotros, estuvimos encerrados, incomunicados, coexistiendo con miedo. Pero ella nos dice que con la escritura uno puede ser resiliente, más allá de ser resistente. En efecto, la escritura literaria, nos hace pensar Cabrera, sirve tanto para sanar, cuanto para superar los momentos traumáticos que todos, como ella, hemos debido pasar. Y tales momentos traumáticos no solo se podrían referir a las determinaciones de la pandemia, con su aire enrarecido, con su atmósfera contaminada, con amigos y amigas de las que muchos sospechan si se han contagiado, por la misma inseguridad existente a todo nivel, etc. Los momentos traumáticos a la par tienen que ver con la separación, con las políticas de exclusión, con el afán biopolítico del sistema en el que nos tocó vivir donde prácticamente todos estábamos viviendo la vida nuda como diría Giorgio Agamben y que lo actualiza en su más reciente libro ¿En qué punto estamos? La epidemia como política (2020). Es decir, “la vida puramente biológica”, una vida que ha sido separada de la vida existencial, de la vida cultural, de la vida afectiva. Si hay que decir algo sobre lo que se vivió sobre todo en el 2020 es eso: la suspensión de la vida normal, incluso por obra y gracia del sistema político imperante, llevándonos a otra vida “real”, una solamente estadística, material, fría y objeto de toda medicalización. Recuérdese que muchos muertos fueron echados a la calle para pudrirse, o que mucha gente fue obligada a abandonarse en los hospitales impedidas del afecto y del contacto de sus familiares, ni qué decir de los negocios y negociados que se constituyeron desde el campo de la medicina y la política para empobrecer radicalmente más a las personas y a las familias. La pandemia ha sido y seguirá siendo un escenario para la completa despersonalización.
Y retomo a Agamben, ese filósofo italiano que siempre nos hace pensar en cuestiones nuevas. Él sugiere que, gracias a la pandemia, “nuestro prójimo ha sido abolido”. Y tal abolición ha sido por lo que llama él la “inconsistencia ética de nuestros gobernantes”, hecho que se ha observado con las políticas decretadas, la creación del miedo colectivo y particularmente porque se ha debido reafirmar el individualismo en detrimento de la colectividad. Gracias a esto es que se ha debido refundar las relaciones sociales, según Agamben, con el prurito del “distanciamiento social” y la exacerbación del contacto mediante dispositivos electrónicos y digitales. La tensión del prójimo, antes cercano, antes familiar, frente a la idea de un mundo aséptico, es quizá uno de los puntos de conexión que quiero hallar con los cuentos de Cabrera. Es decir, hay cuentos en Siempre de azul que tratan de momentos de la antigua normalidad, con personajes que viven sus vidas, con sus conflictos, que son un mundo propio, en tanto hay otros que nos remiten al inmediato momento de cambio, donde los personajes, pese a su singularidad, saben que tienen en sus espaldas el peso del contexto que en cierta medida les determina.
Digamos, entonces, que hay un primer grupo que, en efecto, se relacionan con la pandemia. Es el caso de “La chef (un cuento de aromas y sabores)”, con una mujer que cocina delicias, pero reprime y sublima sus deseos. La pandemia la recluye, le hace volver a sus tormentos, a la depresión. Otro es “Vino tinto”, donde una mujer solitaria, supuestamente autosuficiente, pronto ve que se mundo se derrumba con la pandemia cuando es obligada socialmente a estar encerrada, a sabiendas del miedo y la ansiedad que le acometen; el problema es que en poco tiempo ella empieza una carrera en el terreno del alcoholismo. El tiempo en ella se ha suspendido. Comentemos también el cuento “El escritor”, sobre un hombre, un escritor, con trastorno emocional, la depresión, el cual escribe una novela policial; este por fin cree encontrar la resolución a su problema en tanto vive mejor en el encierro más que en el contacto con la gente toda vez que la pandemia y el Estado de excepción impera. En el cuento “Palabras esdrújulas”, unos niños en algún lugar suburbano o rural van a la escuela con sus limitaciones y sus expectativas; el anuncio de la pandemia hace que se suspendan sus vidas que eran las únicas cuando salían de sus casas y sus opresivas rutinas. En “El balcón”, una mujer, acaso una adolescente, se imagina que vive en un mundo donde la vida se ha extinguido dada la pandemia; ella empieza con un delirio. Dentro de este conjunto ubiquemos igualmente “El bosque”, donde se narra la existencia de una mujer que conduce por la ciudad y reconoce que hay un ambiente que ha empezado a normalizarse, pese a que aún la gente lleva mascarilla; su viaje le traslada a un bosque donde se halla a sí misma de niña; se ha visto lo que era y lo que es hoy, sabe que tiene un trastorno; sabe que debe tomar unas pastillas, pero sabe también que si las toma esa niña anterior desaparecerá.
Cabe indicar que Siempre de azul es un libro que contiene 26 cuentos. Los que puse en el primer grupo tiene de trasfondo la pandemia. Como seguramente han debido percibir, en dichos cuentos la pandemia es un motivo, más no el tema mismo, aunque la autora haga descripciones apegadas a la realidad que vivió al menos Ecuador, incluso ponga en boca de algunos de sus personajes ciertas opiniones sobre el momento. Sin embargo, hay otros asuntos que son más interesantes. Entre ellos, está la cuestión del espacio, del lugar, que puede ser la casa, el departamento, el balcón, etc., todos ellos representados como las expresiones de una cierta reclusión. Empero, si tendríamos que ir por la tónica del cuento realista quizá solo caeremos en cuenta que los relatos parecerían ser la expresión de las circunstancias al principio extrañas y luego angustiosas que los personajes, como si fuéramos nosotros, vivimos en el curso la pandemia. Lo que quiero manifestar es que se podría hacer una lectura otra, una lectura distinta, a sabiendas que Cabrera nos da las pistas, aprovechando precisamente la naturaleza de ese mundo normal que de pronto se cae y que pretende ser aséptico en el sentido de Agamben.
Desde ya una pista es el propio título del libro: Siempre de azul. El azul en Cabrera está en conexión con otro mundo, donde quienes sirven para que no haya desvío, en cierto sentido, clínicos, terapeutas, psicólogos, o quien sea dedicado al campo médico, son vistos como parte de ese paisaje, de los lugares o de los espacios que de pronto oprimen, que exacerban más algún trastorno. Una primera presunción, en este sentido, más bien podría ser que los cuentos de Cabrera se relacionan con su profesión que, como dije, es la psicología. Mi posición, por el contrario, es ubicar estos cuentos con el mundo de lo fantástico, en particular, con lo raro, con la extrañeza tal como aludí anteriormente.
David Roas en su Tras los límites de lo real: una definición de lo fantástico (2011), señala que lo fantástico es un tipo de “discurso en relación intertextual constante con ese otro discurso que es la realidad, entendida siempre como una construcción cultural”. De acuerdo con ello, en tal discurso se tensaría “la realidad, lo imposible, el miedo y el lenguaje”. Brevemente diré que los cuentos cuyo trasfondo es la pandemia, que vendría a ser la realidad, de pronto hacen aparecer determinaciones que para el lector común serían las de la enfermedad o las de los trastornos, pero que, vistas desde una dimensión fantástica, implican miedos, represiones, soledades, expectativas, que hacen de la realidad un imposible; es decir, pareciera que la pandemia puso a todos en una situación de absurdidad haciendo surgir al ser propio, oculto, reprimido o sublimado en una situación de inestabilidad. Digamos, de paso, que, para lograr este efecto, María Dolores Cabrera, sabe usar el lenguaje con frases cortas, con imágenes verbales bien construidas, además que sabe medir la tensión, que sabe transformar en un momento dado la realidad contada llevándola a otra dimensión.
Ahora bien, Sigmund Freud en su momento estudió en su ensayo “Lo siniestro” (1919) ciertos cuentos de ese romántico gótico, E.T.A. Hoffmann, donde plantea la idea de lo ominoso o lo siniestro que caracterizaría la obra de este escritor prusiano. ¿No hay algo de siniestro en los cuentos de Cabrera? Quizá alguien podría decir que ella no escribe cuentos de terror en un sentido, digamos, clásico, es decir cuentos con los típicos motivos de fantasmas y almas en suspensión. La misma autora puede estar en desacuerdo con afincarla con el terror, más aún el gótico. En todo caso, habría algunos cuentos en Siempre de azul que sí tienen algo de esa estética como ser: “La libélula”, cuya protagonista es una mujer que presiente algo cuando ve a una libélula; es el momento cuando ve su cuerpo muerto a punto de ser sepultado; o “El sótano”, cuento acerca de un enigma que guarda una familia en un sótano al cual la empleada doméstica ingresa; el problema es saber qué ha visto. Incluso, “La cabaña”, donde se narra sobre un grupo de amigos que van a pasar unas vacaciones y se alojan en unas cabañas; hay un fantasma que acecha a uno de ellos; incluso la autora nos hace saber que tal historia está basada en un hecho real. Considerando estos ejemplos, manifestemos, en todo caso, que Cabrera se aventura precisamente a ese momento en el que “uno no se siente realmente en casa” que es lo que Mark Fisher en su libro Lo raro y lo espeluznante (2018) postula cuando dice que la real traducción del unheimlich freudiano, “lo siniestro” es eso, justamente, “no sentirse en casa”. Y cuando no estamos realmente en casa, que puede ser nuestro cuerpo, nuestro ser, nuestra familia, quizá notemos de pronto una sensación de incomodidad, gracias a la separación, a la conciencia de distancia que un fenómeno nos obliga.
Sin embargo, Fisher es más incisivo con el término freudiano porque no identifica en este lo que me interesa: lo extraño. Dice él que en el unheimlich no está “lo extraño dentro de lo familiar, lo extrañamente familiar, lo familiar como extraño”. Más bien vendría a ser una compulsión donde habría una inversión, donde lo interior se ve desde lo exterior, una descolocación que nos llevaría a preguntarnos si lo que está ahí es realmente lo que debería estar así.
De este modo, pronto advertimos que los cuentos de Cabrera en mención hacen esa operación. ¿Qué hay detrás de una enfermedad? ¿Qué esconde o hace descubrir un trastorno? ¿Por qué algún personaje reprime y sublima cocinando? ¿En qué medida una persona muerta adquiere cierta conciencia de su condición cuando se ve desde el exterior, pero sin dolor? ¿Qué son los fantasmas, si no proyecciones de nuestro ser interior o quizá de lo que intentamos no mirar en la realidad? ¿En qué se relaciona la soledad con el miedo a perder o ser contaminados? Constaten, hay variedad de preguntas que nacen de ciertos argumentos de los cuentos hasta acá citados. Y lo mismo podríamos decir de determinados tópicos de lo extraño con relación a lo fantástico.
Así, he aludido a la enfermedad, a los trastornos, a la depresión, etc. En el campo de lo fantástico-extraño el tópico es la locura, el desequilibrio, la enajenación. En “La chef (un cuento de aromas y sabores)”, o en “Vino tinto” hay algo de ello. Pero pongamos otros ejemplos. En “Siempre de azul”, que da título al libro que comento, nos topamos con un enfermo mental, acaso un asesino; en su reclusión escribe un supuesto cuento. Algo similar está en “El rostro de Alonso”, sobre un enfermo mental, quizá otro asesino, el cual está perturbado por la muerte de su amigo; él lo ve como personal real o cree verlo junto a él en el sanatorio.
Otro tópico es el doble. Lo percibimos en el cuento ya citado “El bosque”. Del mismo modo que en “Tu nombre y el mío”, donde una mujer se ve a sí misma con otra edad, herida en algún accidente; en el tiempo presente, o sea el futuro, ella debe tomar conciencia, gracias a un terapeuta, de la sanación que debe partir desde ese antes quebrantado para ser otra en el tiempo actual. Y más explícitamente en “El espejo”, relato sobre una mujer que sufre de demencia, se mira en un espejo y por su intermedio se topa con el rostro de una mujer que ella desea ser. Además, tiene una perspectiva más terrorífica el cuento “Las gemelas”, donde una mujer se encuentra con otra en un bus; ella lee una historia sobre unas gemelas y se lo cuenta; cuando retorna a su casa le relata del hecho a su madre, esta le confirma que hubo antes una gemela, pero ella ha muerto; se trataría de una historia de fantasmas en la que la cuestión del doble juega en el mismo plano.
Y de historias que tienen un sentido de paralelismo, hay algo también en Siempre de azul. Ya lo notamos en “La libélula”. Lo propio podríamos decir en el cuento “Paisajes”. En este un hombre, un investigador de la naturaleza, va al bosque para estudiar a los animales, y cuando entabla una relación espiritual directa con la naturaleza, con sus seres, es en ese mismo momento que su hija está por nacer.
En dicho cuento habría algo de paralelismo; este tiene que ver con la ruptura o la suspensión de la temporalidad real. Un poco de ello se podría leer en “Los sueños”, historia de un hombre que acude a su terapeuta para contarle sus sueños, pero poco a poco sabe que hay un patrón de comportamiento; parece concienciar que él mismo es un sueño. ¿No hay algo borgiano en este relato? Otro cuento que incluye el sueño y el tema del tiempo es “Rezagos de un payaso”, relato sobre un adolescente que tiene un delirio por causa de una enfermedad; precisamente en el delirio ve a su abuelo que era un payaso; él se ve como fantasma, y cuando despierta nuevamente a la realidad, comienza a pintarse para realmente parecerse a aquel. El pasado se relaciona con el futuro.
La tensión pasado-futuro, futuro-presente podría ser un elemento esencial de la ciencia ficción. Hay un aire de ello en “El balcón”. Señalemos de paso que la pandemia produjo la ideación de muchas historias de ciencia ficción. De hecho, para muchos lo que se vivió extremadamente en el 2020 se sintió como si la ciencia ficción se hubiere hecho realidad: se vivió la ciencia ficción en carne propia. Cabe decir que María Dolores Cabrera no escribe ciencia ficción, pero el cuento citado tiene algo de ello, sobre todo cuando la personaje cree que la humanidad se ha extinguido y ella vendría a ser la última sobreviviente en el planeta, acaso sujeto observado y experimental de seres del espacio exterior. Pero ojo, es una creencia, es un juicio de sí, de su situación en un entorno exterior completamente extraño. Sin embargo, pasando por alto el tema de la ciencia ficción y yendo a esa tensión de las ideas acerca del tiempo en su dimensión fantástica, tal tensión lo podemos hallar en “Anestesia”, sobre la experiencia de un enfermo en un hospital, cuando el efecto de la anestesia le hace preguntarse sobre la dimensión del tiempo. Si alguien ha estado al borde de algo y ha sido sometido a los efectos de la anestesia quizá reconozca que el tiempo se esfuma incluso cuando se vuelve en sí. Otro cuento es “Las sombras”, donde un niño en un orfanatorio tiene una cierta obsesión por las sombras, además que él da una explicación razonada de ellas: son seres del universo.
El sentimiento de confusión, la tensión situación real-situación afectiva puede ser otro tópico de lo extraño. Está en “El pintor”, acerca de un artista plástico que tras el robo de su casa halla la inspiración y pinta los colores de una laguna. Es solitario, sabe que la gente le es ingrata. Y, sobre todo, en “No me dejes ir”, en la que una mujer que sufre un accidente y tras la amputación de sus piernas, cree sentir dolor en ellas. Lo propio en “El gitano”, sobre un niño y un navegante que se conocen, se vuelven amigos; un día desaparecen en el mar; la madre del niño sabe que se ha cumplido su deseo. En cierto sentido el sentido de este cuento es paradójico. En otro cuento, “El laberinto de Julia”, acerca de una pareja de ancianos también leemos este sentimiento de confusión y de deslocalización. En tal cuento, la esposa padece de demencia senil, ya no recuerda nada, él la acompaña; hay momentos de lucidez, y quizá eso también asusta al personaje.
Finalmente habría tres cuentos en Siempre de azul que merecen una mención especial por ser paradójicos, por ser aterradores, por conciliar, por otro lado, discusiones contemporáneas. En “El jugador”, leemos sobre el obrar de una especie de viuda negra que se alimenta de amantes fortuitos. En cierto sentido, pone la carne de gallina. Este cuento me recuerda a la película La isla (2000) del director coreano Kim Ki-Duk, salvando, claro está, las distancias. Por otro lado, en “La prisión”, un hombre, un médico, guarda prisión por haber ayudado a su esposa a morir; es la cuestión de la eutanasia, una reflexión de hasta qué punto se puede aplacar el dolor de los demás, tensando el amor y la realidad. Me parece interesante que María Dolores Cabrera ponga el tema de la eutanasia como parte de su diálogo con el lector. Así mismo, “La curandera”, que relata sobre la situación de una suicida que es rescatada por una curandera, la cual le hace ver que hay que sanar el alma antes que la enfermedad de la cual aquella quiere escapar. ¿Qué pasaría si los psicoanalistas ayudaran a sanar las almas antes que dar medicaciones?
Quiero decir algo más a modo de conclusión. Cabrera ha escrito en Siempre de azul unos cuentos que nos ponen frente al dilema de saber si habla de la realidad social o de los fantasmas propios. Son cuentos que tratan de temas como la familia, las relaciones entre seres humanos, la soledad, los recuerdos, la locura, la maternidad, la ansiedad, los deseos, el caos emocional, etc. La autora sabe cómo dosificar con virtuosismo las tensiones y los quiebres que muchas veces viven las personas. Pero, hay que afirmar, no se trata de relatos que directamente hablen de la realidad; el valor de la pluma de María Dolores Cabrera es hacer un extrañamiento, para hacernos dar cuenta que hay intersticios, tramas, figuras inquietantes de las que muchas veces no nos damos cuenta y que forman parte de nuestras vidas. De este modo, los cuentos inquieren al lector, le obligan a identificar lo que no se percibe directamente, acaso las propias realidades internas. (Iván Rodrigo Mendizábal)