“Underbreak” de Cristián Londoño: tecnologías de control

underbreakEn su ensayo, “Posdata sobre las sociedades de control”, el filósofo francés Gilles Deleuze señalaba que “es fácil hacer corresponder a cada sociedad distintos tipos de máquinas, no porque las máquinas sean determinantes sino porque expresan las formas sociales capaces de crearlas y utilizarlas. Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; pero las sociedades disciplinarias recientes se equipaban con máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía y el peligro activo del sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer tipo, máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la introducción de virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del capitalismo”. Tal afirmación me parece pertinente para comprender la preocupación latente en la nueva novela del ecuatoriano, Cristián Londoño Proaño, Underbreak (Edición del autor, 2015). Es decir, que tal novela gira sobre la problemática de una nueva tecnología, un dispositivo para digitalizar los recuerdos y los conocimientos guardados en la memoria de un individuo que, usando de modo perverso, podría servir para alterar todo el mundo psíquico de aquel.

Underbreak es la segunda novela de ciencia ficción de Londoño Proaño. La primera fue Los improductivos (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2014), de la cual ya me ocupé anteriormente. Underbreak, a diferencia de la otra, se publica únicamente en versión ebook, disponible en diversas tiendas de internet. Su autor ha hecho una apuesta a la edición digital, antes que a la de papel en razón que en Ecuador la literatura contemporánea es poco distribuida por las librerías e invisibilizada por algunas editoriales, prefiriendo el material extranjero que además supone títulos comerciales de los más convencionales. Pero fuera de esta observación, cabe señalar que Underbreak es una propuesta muy arriesgada y valiosa que merece relievarse, sobre todo porque usando la estética de la ciencia ficción, el libro trata de poner en discusión el papel de alguna tecnología que estaría entroncada directamente a lo que Deleuze estaba describiendo, un tipo de sociedad de control que, para el caso de la obra de Londoño Proaño, se sitúa en un futuro 2080.

Inicialmente habría que decir, respecto a la ciencia ficción de Londoño Proaño, que esta es sugerente e inteligente. Sugerente porque describe una atmósfera de control permanente, dentro de un modelo de Estado corporativo –que ya no tiene nada que ver con los Estados democráticos presentes– donde se ejerce la justicia bajo un régimen de soberanía empresarial; mediante esta un súper policía, que obedece a un sistema de justicia mundial, elimina a los indeseables de cualquier condición con la sola acusación de algún crimen. Dentro de esta sociedad, donde aparentemente se vive en libertad, la sumisión es ya sobreentendida y naturalizada porque cada individuo tiene incorporado un chip por el que el Estado corporativo controla como si aquel fuera una ficha más dentro de un programa funcional productivo y de respeto al orden. Incluso una religión tecnocrática prevalece, misma que ejerce el control de las conciencias y de los actos. Londoño Proaño pinta una sociedad cosmo-capitalista extrema, una gran urbe donde la comodidad, proporcionada por sirvientes androides, además de diversas máquinas y tecnologías, hace que el ser humano esté perdido en su propio quehacer cotidiano. Tal mundo posible recuerda a los rumbos del ciberpunk.

Pero decía además que la ciencia ficción de Londoño Proaño es inteligente porque, si bien se vale de un argumento que roza en el thriller socio-político, con tintes de novela policial, aquel hace que los lectores estemos inmersos tanto en la historia del policía secreto, Bellow y el recuerdo de su esposa, Ahmed, una científica involucrada en el proyecto “Underbreak”, como en la trama de persecuciones, pistas y conexiones para desentrañar unos asesinatos, pero sobre todo, el origen de estos, es decir, el mencionado proyecto, el cual pretende ser apropiado por las mismas fuerzas corporativas mundiales porque saben que con el dispositivo “Underbreak” podrían borrar la memoria de miles de personas, implantar recuerdos, destruir identidades, etc.

Cristián Londoño Proaño, autor de Underbreak (2015).
Cristián Londoño Proaño, autor de Underbreak (2015).

Pues bien, volviendo a Deleuze, digamos que en Underbreak, está un modo del capitalismo más avanzado que se inserta en las conciencias, en la psiquis humana, en los recuerdos, en el propio conocimiento que puede guardar para sí un individuo. Porque no se trata solo de la descripción ficcionada de un invento que tiene como consecuencia la muerte de algunos científicos, sino también el asesinato programado de otros, una vez que han cumplido con las fases que, sin estar conscientes cada uno de ellos, llegan a la conclusión del aparato. Londoño Proaño recuerda que si Einstein había dado en el clavo de la energía nuclear, el poder predominante de la sociedad biopolítica del siglo XX, encarnado en los EE.UU., este habría rediseñado todos los aportes para crear la bomba atómica con fatales consecuencias para el mundo de entonces. Lo mismo está presente en la novela Underbreak, es decir, que ciertos inventos científicos, si bien tienen una finalidad, otra pueda ser la meta y sus uso político. El capitalismo de control, para el efecto, vendría a emplear los nuevos dispositivos para sustentar más su hegemonía. En tal sentido, Londoño Proaño, aunque sitúa su preocupación hacia la tercera parte del siglo XXI, su novela en realidad actualiza una inquietud latente que ya estaba en el seno de la naciente sociedad de control descrita por Deleuze en el texto citado. La paradoja está en que la sociedad de control es así mismo una sociedad disciplinaria en el que todo se ha perfeccionado bajo la égida de la tecnociencia, donde el modelo empresarial ha reemplazado a la organización fabril, la una que vende y lleva a consumir, frente a la otra, productora de pobreza. Sea cual fuere el modelo de sociedad, en la de Londoño Proaño, están por igual los dos lados de la moneda: una de amplio lujo corporativo, y la otra, de miseria acordonada, poblada de individuos que escapan del control buscando la plena libertad.

Deleuze, por otro lado, decía en su ensayo que “no es necesaria la ciencia ficción para concebir un mecanismo de control que señale a cada instante la posición de un elemento en un lugar abierto, animal en una reserva, hombre en una empresa (collar electrónico). Félix Guattari imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, su calle, su barrio, gracias a su tarjeta electrónica (dividual) que abría tal o cual barrera; pero también la tarjeta podía no ser aceptada tal día, o entre determinadas horas: lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal”. Pues sí, la sociedad de control actual, que se reviste de democrática, no es más que ejemplo de cómo los dispositivos tecnológicos, esos gadgets que muchos los tenemos como objetos “inteligentes”, preciados, fascinantes, etc., son los mismos medios por el cual el poder corporativo mundial controla, penetra, “virusea”, obtiene, sonsaca información, sin que nos demos cuenta de nada. En apariencia hay libertad, pero lo que hay más encerramiento, o sea un tipo de encerramiento “virtual”. Deleuze ve la ciencia ficción que ya opera en el presente; es decir, es un presente de ciencia ficción, nominación que además ya no se corresponde con su objeto que señala: una realidad determinada por la ciencia y tecnología, como si esta fuera un mundo posible. Contra esta idea, Londoño Proaño proyecta la sociedad de control a unos límites insospechados poniendo de relieve la posible existencia de un aparato de control de las conciencias. En su invento ficticio hay algo del “pensadero” de la saga de Harry Potter de J.K. Rowling o la computadora digitalizadora del alma y de la memoria para poder ser implantada en un robot tal como se vio en el film Chappie (2015) de Neill Blomkamp. Pero, con justicia, habría que decir que Londoño Proaño hace honor a Philip K. Dick y sus referencias a los androides o al tema del control mental, etc.

Ahora bien, Underbreak, decía, une la trama policial con el relato del encuentro amoroso, esta vez mediado por el propio dispositivo sensorial de la mente. Por la vía del policial, la aventura de Bellow, un policía ejecutor corporativo, es como la de alguien que pretende volver sobre sus pasos, dándose cuenta hasta qué punto su trabajo tiene sentido negativo. Por esta vía, Londoño Proaño, nos lo vuelve próximo, aunque su labor sea, a mi modo de ver detestable. Y lo hace porque lo pone en el plano de lo humano, contraponiéndolo a una máquina de matar –su propio oficio– y a una máquina de servicio que incluso puede ofrecer sexo programado –su androide–, en la medida que tiene una relación con una científica que luego muere. Por breves rasgos sentimos que gracias a su relación, Bellow toma conciencia de su condición y le hace, si se quiere, más justo, aunque ello implique retar al sistema imperante. El escritor, deja esta veta abierta y más bien se aboca a la parte de la acción, al descubrimiento de la trama oculta que encierra los asesinatos. Ese rasgo de humanidad incluso se imbrica con el esoterismo, con la posibilidad de hablar con la muerta a través de una médium. En esta parte, nosotros como lectores nos desconcertamos, pero luego sabemos que aunque exista alguna sociedad altamente tecnologizada en el futuro, nunca se podrá renunciar a viejos artilugios míticos que caracterizan a la sociedad. En todo caso, hay una especie de guiño a una línea de los últimos treinta años, acerca de las investigaciones de lo cognitivo.

La trama policial, de acuerdo a lo dicho, entonces es una justificación para explicar ciertas otras preocupaciones: el sentido del amor de pareja por sobre toda adversidad, la situación de ciertos seres –niños–, apartados por la sociedad, por su condición especial –la niña médium–, la situación de quienes podrían ser “jubilados” del sistema –el amigo policía retirado que le ayuda a descifrar ciertos aspectos concernientes al proyecto Underbreak–; es decir, elementos que el capitalismo somete, controla, del mismo modo que no puede ejercer su dominio por completo. El perfil, por lo tanto, es el de un tipo de mundo actual-posible, donde los verdaderos apartados son aquellos que tienen una justa vida, de la cual el policía Bellow se da cuenta que se ha apartado.

Finalmente, cabe señalar que la novela de Cristián Londoño Proaño es una propuesta de fácil lectura; llevadera, amena, con lenguaje versátil. Cuando acomete a las descripciones científicas para sustentar el discurso de ciencia ficción, incluso lo hace de modo didáctico, si se quiere, a fin de seguir la trama. Su estructura, por ello, implica mucho movimiento y acción: por algo, el sendero por el que se trata de ir la novela es el thriller. Por esta vía Underbreak provoca imágenes mentales rápidas, hecho que ayuda a configurar mejor el mundo futurista antiutópico que subyace.

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