“Sancho Panza en América” de Alfonso Barrera Valverde: un viaje fantástico

TapaSanchoPanzaAmericaALa novela del escritor ecuatoriano Alfonso Barrera Valverde, Sancho Panza en América o la eternidad despedazada (Alfaguara, 2005) es el motivo del presente artículo para hacer también una mención a la memoria de Miguel de Cervantes Saavedra, autor de la seminal, para la lengua española, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicada en sus dos partes en 1605 y 1615. La novela de Barrera Valverde en cierta medida comenta dicha obra y el trabajo de Cervantes, al mismo tiempo que actualiza la figura de Sancho Panza. Pero hay algo en la obra del escritor ecuatoriano y es precisamente la dimensión fantástica a la cual dirigiré mi atención.

Inicialmente es importante indicar que en el presente año 2016 se rememora el fallecimiento de Cervantes Saavedra, motivo para sumarnos a la serie de aportaciones que siguen haciéndose.

Un breve apunte sobre Cervantes y el Quijote

De Cervantes Saavedra se ha escrito bastante y se le reconoce como el fundador de la moderna literatura castellana. El rol que juega su obra en el campo literario es fundamental porque dicho autor abordó algunos estilos y géneros de época en trabajos de teatro y novelísticos, incluso cultivando la poesía. Sin embargo, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha marcó, desde su inicial publicación, los senderos de lo que sería la novela moderna en tanto parodiaba la novela de caballería, reorientando lo que sería la escritura de la literatura de su época. Y no solo ello, sino como obra también se erigió como una institución literaria de la cual bebieron muchas generaciones, empezando por el propio William Shakespeare, quien conoció la primera parte y, como transtexto, en referencia al personaje Cardenio, de la novela de Cervantes Saavedra, aquél escribió Historia de Cardenio en 1613.

Fuera de estos datos, muchos estudiosos coinciden que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de hecho es capital para el desarrollo de la lengua castellana porque establece, si cabe el caso, sus usos y, con ello, señalaciones normativas. Hay que decir que dicha obra inscribe un amplio léxico a través del relato que demuestra una erudición notable, por lo cual se le ve también como el registro de un momento en el que hay un cambio de mentalidad y de época hacia una perspectiva si bien realista, al mismo tiempo idealista, que augura la tensión que prevalecerá en la Modernidad, entre la razón y la búsqueda de nuevos ideales humanos.

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, con todo, es una crítica a la sociedad que desnuda muchas cuestiones que Cervantes Saavedra ponía en el relato, durante los periplos del Quijote y de su fiel escudero, Sancho Panza, con quienes se trataba de deshacer entuertos y volver a poner en recta posición a ciertas cuestiones que se consideraban problemáticas; la ficción que ellos vivían gracias al trazo de la pluma de Cervantes Saavedra, sirvió como un espejo cuya trascendencia sigue siendo vigente hasta el presente. Para hacer este trabajo de crítica la novela hace una inversión de la epopeya donde el Quijote representa lo que ha leído en las novelas de caballería; la paradoja inscrita en su seno es, como diría Michel Foucault en Las palabras y las cosas (Siglo XXI, 2003), un desciframiento de la realidad y “la comprobación que los libros dicen la verdad”; pues se parte del hecho que las novelas de caballería parecería escribieron la realidad de la locura del Quijote y su incisiva mirada a aquello que parecería “normal”. El espesor del Quijote, en definitiva para Foucault, es su propia constitución que rebate a la vida real, porque es figura, signo, lenguaje, papel, imagen de palabras, etc., como pretensión de transformar la realidad misma, también se conforma en signo, la cual va significando, a su paso, todo el mundo, ante la mirada azorada de quienes se burlan además de él. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, por ello para Foucault, es el libro de los libros donde “el Quijote lee el mundo para demostrar los libros”. De ser así, esta seminal obra nos pone en el dilema de pensar el mismo mundo de la realidad y las representaciones que se hacen de ella.

Pensar a Cervantes, al Quijote y Sancho Panza desde/en Ecuador

En el periodo republicano, el ecuatoriano, de pensamiento liberal, Juan Montalvo, fue quizá el más importante admirador y crítico de la obra de Cervantes Saavedra. Durante su exilio (1871-1875) en una región fronteriza de Ecuador, escribió la que se conoce como Capítulos que se le olvidaron a Cervantes: ensayo de imitación de un libro inimitable (1895), obra que, sin embargo, recién fue publicada en forma póstuma tras su muerte en 1889.

En dicha obra, Montalvo señala que, cuando leemos El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, estamos ante la figura de “Don Quijote simbólico, esa encarnación sublime de la verdad y la virtud en forma de caricatura”. La dimensión de la novela es, de acuerdo a ello, filosófica con base en una mirada paradójica de la realidad. La risa, como estrategia hace que nosotros tengamos esa sensación de distanciamiento que produce que las miserias humanas estallen en su perspectiva real. Frente a la risa nos hallamos ante el ser humano desnudo y filósofo, ante un ser universal “que es de todos los tiempos y los pueblos, [por lo que] bienvenido será adonde llegue, alta y hermosa, esta persona moral”, de acuerdo a Montalvo.

Alfonso Barrera Valverde, autor de “Sancho Panza en América o la eternidad despedazada”

Alfonso Barrera Valverde se plantea esta idea en su novela Sancho Panza en América o la eternidad despedazada, luego de un siglo y unos años más. Esta vez ya no nos encontramos con el Quijote, ni con don Alfonso de Quijano, el lector del mundo quien pretendía probar la trama de los libros en este. Barrera Valverde nos hace encontrarnos con Sancho Panza… en el siglo XXI. Ahora se trata del encuentro con Sancho Panza, igualmente como hombre moral, al tono de Montalvo.

De acuerdo a ello, en la obra de Barrera Valverde hallamos a Sancho Panza, un campesino sobreviviente de las andanzas de Quijano, quien ha fallecido en la segunda década de 1600; este campesino, este escudero, si bien retiene la memoria de su señor de andanzas, también se presenta educado, es decir, es alguien que ha adquirido experiencia y una cierta sapiencia gracias a las aventuras en las que se ha visto envuelto y las palabras del Quijote, quien también se presentó como una especie de guía. La novela de Barrera Valverde, entonces, es el testimonio de una especie de encuentro y el reconocimiento de la calidad moral de Sancho Panza y, con ello, el homenaje a la figura ejemplar de Quijano-Quijote.

La novela Sancho Panza en América o la eternidad despedazada fue escrita en 2005 para conmemorar la aparición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sin embargo, su lectura sigue siendo actual porque ensaya precisamente la actualización de la memoria de lo que implican las figuras de don Quijote y Sancho Panza.

Acercándonos a la novela de Sancho Panza en Quito

Sancho Panza en América o la eternidad despedazada es una serie de papeles que reúne una cierta sociedad “literaria” afincada en Quito, tras aprovechar el encuentro con Sancho Panza, quien, además, se va a vivir a un barrio tradicional de la ciudad, San Roque, lugar de la antigua intelectualidad, de leyendas y de costumbres populares.

La idea de que se está leyendo una novela de papeles que testimonian un encuentro nos remite a una especie de temporalidad en suspenso, una temporalidad que, al mismo tiempo, puede ser abierta y cerrada, es decir, una temporalidad que traspasa todo tiempo “material”, por contradictorio que esto sea.

Una de las ilustraciones de la novela de Alfonso Barrera Valverde, "Sancho Panza en América o la eternidad despedazada", obra del maestro ecuatoriano Oswaldo Viteri.
Una de las ilustraciones de la novela de Alfonso Barrera Valverde, “Sancho Panza en América o la eternidad despedazada”, obra del maestro ecuatoriano Oswaldo Viteri.

Tal estrategia de una temporalidad suspendida, sin embargo, remite a un principio, al año en el que Sancho Panza llega a la ciudad de Quito. Pero no se trata de una llegada cualquiera, sino el resultado de un viaje que empieza en 1615, tras la muerte de don Quijote, es decir, de Alonso de Quijano, y que deriva en ese momento en el que la obra de Cervantes Saavedra es rememorado, el 2005. Sancho Panza, por lo tanto, hace un viaje por el tiempo hasta el siglo XXI.

Un dato informativo en la trama de la novela nos advierte que Sancho ha sufrido la “condena a no morir” en tanto el escritor Cervantes Saavedra y Don Quijote ya disfrutan de la inmortalidad. Paradoja del destino en el que el libro y su autor se constituyeron en referentes, en presencias vivas que siempre están acompañando a lo largo de los siglos a los hablantes –sean estos hispanos, ingleses, etc.–, mientras Sancho Panza, tiene que vivir como “intruso dentro del dominio de lo eterno”, por obra y gracia de “los deudos de don Quijote, los de don Miguel y los notables de Argamasilla” –lugar este último al lugar donde Cervantes Saavedra estuvo preso y escribió El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha–.

Por lo tanto, la cuestión fantástica radica en un hecho metafórico que liga la inmortalidad del Quijote y la imposibilidad de morir de Sancho porque su tarea siempre será la de testimoniar la existencia del personaje-héroe de papel, de ese libro, de ese relato de comprobación de mundos. De acuerdo a la premisa de la novela Sancho Panza en América o la eternidad despedazada, Barrera Valverde se plantea hacer una novela-reflexión, una novela-documento acerca del dilema de la inmortalidad y el servicio a la humanidad más allá de la muerte, meollo que dinamiza su trabajo literario. Su obra bordea entre la disquisición filosófica y la rememoración de los orígenes de la hispanidad, cuyo resultado es precisamente la ciudad de Quito, donde la huella de la colonización española sigue presente.

El encuentro con Sancho Panza

El hipotético viaje de Sancho Panza a Quito, de acuerdo a la novela, es tras cuatrocientos años. El escudero no se muestra resignado a su suerte; más bien se presenta curioso y cómodo con encontrar las raíces precisamente de lo hispano en tierras americanas.

Su arribo se da en el año 2005; sus ropas pueden contrastar a las existentes, pero como lo dibuja Barrera Valverde, Sancho Panza viste a la usanza de cualquier campesino. Da a entender que Sancho Panza tampoco se muestra desfasado de la época porque su lento recorrido ha sido desde la colonia hasta nuestros días, donde la idea es ir ahora a descansar cómodamente en un barrio, San Roque, lugar tradicional de Quito y hallar nuevos amigos. Precisamente se encuentra con un personaje llamado Pedro Real –en alusión a un antiguo deudor de Cervantes en vida– quien le organiza la vivienda y la estadía en Quito. Los vecinos, cuando se enteran de la llegada de tan ilustre campesino, del escudero del Quijote, organizan una tertulia que en ciertas noches, al calor de unos ponches, implicarán sesiones de relatos, de discusiones, de cantos y lecturas. La tertulia derivará posteriormente en el deseo de algunos personajes a imitar al Quijote por lo que se emprende un viaje de exploración por Ecuador, esta vez para comprobar las huellas dejadas por la hispanidad.

La novela, en este marco, no tiene un relato que sea de hechos o acciones. Más bien se decanta por la reflexión.

Habría que decir que la novela-documento, hace revivir las huellas de la hispanidad que alentara la obra de Cervantes Saavedra y el Quijote, con las figuras importantes del Padre Juan Bautista Aguirre, del duende, el médico Eugenio de Santa Cruz y Espejo, representativos de la colonia; de la leyenda del padre Almeida, etc.

A partir de ello, el nudo central de la novela es la reflexión de la inmortalidad/mortalidad. Una primera cuestión en juego es la dupla eternidad/inmortalidad, es decir, “dos ríos sobre los que los viajeros ya no traen sus noticias esperadas, cercanas y lejanas, sino otras nuevas y desconocidas, por ajenas”, de acuerdo al narrador-escritor de los papeles del encuentro con Sancho Panza. El viaje por la eternidad para Sancho Panza, por lo tanto, es de inmovilidad, de la que se libra, porque sigue siendo un viajante empedernido que sigue la huella de su maestro, en tanto su cuerpo, en palabras del novelista Barrera Valverde, bulle de las palabras del Quijote. La misión de Sancho Panza es, entonces, la de seguir manteniendo inmortal al Quijote, es decir, como alguien que renace siempre en la gloria; la inmortalidad implicaría movimiento, revolución, dinamismo, recreación.

Ante el anterior dilema, hay otro que aparece en las reflexiones que provoca Sancho Panza: la memorabilidad frente a la inmortalidad. Para el narrador-escritor, recogiendo el testimonio de los moradores del barrio San Roque, solo se puede hablar de “ecuatorianos memorables” siempre y cuando sean personajes muy queridos, conservados en leyendas vivas y no en mitificaciones historicistas. Los seres memorables “se proyectan en una sola memoria colectiva”. Sancho Panza, por lo tanto, es reconocido como el escudero memorable que completa la figura del Quijote cuya dimensión es inmortal.

El viaje por/en el tiempo

Si el viaje del Quijote era uno de comprobación, el de Sancho Panza, en la novela de Alfonso Barrera Valverde, es el de la diseminación de la memoria de la inmortalidad de un personaje, de un libro –del que formó parte–, de un imaginario que posibilitó un giro completo en el campo de la literatura. Pero él no llega al siglo XXI a enseñar, sino a servir como consejero de cosas y cuestiones cotidianas. No tiene afán de poder ni lo persigue; se muestra siempre desde su lado humilde pero con expresiones que denotan sapiencia dada la experiencia acumulada. Escucha, pregunta, dice muy poco, pero su acción provoca, para el escritor, el desarrollo de temáticas filosóficas. Incluso el egregio poeta Jorge Carrera Andrade va a su encuentro para preguntarle sobre el valor estético de sus poemas.

Pintor y artista Oswaldo Viteri

Y es acá donde el distanciamiento cognitivo, al modo de Darko Suvin en Metamorphoses of science fiction (Yale University Press, 1979), se realiza, si bien desde el plano narrativo –Sancho Panza que nos hace recorrer por la memoria de la hispanidad–, es sobre todo desde su trama con sesgo filosófico –Sancho Panza nos hace pensar sobre la eternidad/inmortalidad/memorabilidad de lo que puede lo notable de la vida humana–. Si hay un novum, es en la medida de hacernos ver a Quito como una ciudad vieja, tradicional y al mismo tiempo, asiento de notables, sobre todo de gente que humildemente ha hecho más que los propios poderosos que pugnaron y pugnan por las redes de poder. La novela es una especie de canto al ser anónimo-trascendente metaforizado por la imagen de Sancho Panza.

Tal ciudad, tal canto, son vistos desde la perspectiva del viajero del/por el tiempo que pueden ser, en buenas cuentas, tanto Sancho Panza, cuanto el narrador-escritor y la propia novela-documento o archivo que ha quedado en un tiempo remoto –¿el año 2005 o el presente-futuro?

La idea del viaje en el tiempo parte, desde lo filosófico, Es decir, el viaje en el tiempo se da en la medida de quien lo realiza no es tanto por ser algún dios, algún profeta, héroe o patriarca, como lo dice Barrera Valverde, sino por el hecho de que la obra de un ser trascendental ha sido cantado por un tipo de poeta. Se dice en la novela que un guerrero viaja en un espacio, pero no por el espacio, lo cual lleva a que su vida quede ahí; incluso la mediación de un poeta solo sería la de lograr el testimonio y nada más.

El valor fundamental del viaje en el tiempo radica en que quien lo hace, vive en el plano de la intemporalidad, tal como es la figura de Sancho Panza como lo demuestra la novela: su viaje y el de quien le sigue, el lector, es, si se quiere, a su interior como personaje-voz de una época y al de la interioridad de los mundos imaginados por el propio lector, este constituido en un viajero futurista, en la medida que la literatura trasciende lo real y lo cotidiano y nos lanza a otras dimensiones que no están en el ahora, sino en el futuro como deseo, si comprendemos, como alguna vez lo sugiriera Gilles Deleuze en Diferencia y repetición (Amorrortu, 1988) que el presente –de la lectura– es la interpolación de pasado, como memoria y futuro, como deseo.

El viaje en el tiempo de Sancho Panza es en realidad un viaje por el tiempo, porque su periplo es por varias épocas, gracias a que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es una obra inmortal. Recalquemos, pues no es un viaje en el tiempo, como si la novela fuera una máquina del tiempo; es un viaje por el tiempo porque toda novela nos transporta a infinitos universos no solo narrativos sino interpretativos. ¡He ahí la diferencia entre una obra bestseller –producto del marketing editorial– y una obra que trasciende a toda época, donde brotan diversidad de lecturas y de vivencias!

Respecto a Sancho Panza, dice el narrador-escritor en la novela:

“¿Era y es un viajero en el tiempo? Miembro, con pleno derecho, del grupo de las noches de los viernes de San Roque, no sabía que era parte de un conjunto distinto: el de los intemporales, desplazados de cualquier acontecimiento local. Sancho Panza no llegaría a navegar, como Galileo, Einstein y Hawking, tanto en el tiempo como en el espacio o en nuevas dimensiones y magnitudes. Pero con solo ser y con no dejar de ser lo ha sido, Sancho acompaña a algunos de los sabios mientras caminan en naves que navegan dentro de naves, si bien, a diferencia del comportamiento de la luz durante su único suicidio, Sancho sí se detendría al filo de un orificio negro”.

Tal dimensión fantástica que inscribe el viaje en/por el tiempo de la literatura. Y esto es lo que implica a veces la intrincada trama de la novela Sancho Panza en América o la eternidad despedazada de Alfonso Barrera Valverde. Incluso la dimensión fantástica de la novela se ve reforzada por ilustraciones del renombrado pintor y artista plástico ecuatoriano Oswaldo Viteri.

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